La semana que comienza anticipa sol y temperaturas agradables en el área metropolitana, pero el frío va a seguir cortando la carne de muchos y muchas, especialmente en esa zona que incluye bolsones de pobreza que parecen lo único que crece en la Argentina. La economía recibirá anabólicos, pero los juegos olímpicos de la elección legislativa están tan cerca que hay dudas sobre el efecto que puedan tener, más cuando la inflación les sacó demasiada ventaja a los salarios en los cien metros llanos. Mientras, Alberto Fernández arriesga mucho al insistir una y otra vez en que el buen ritmo de vacunación pone al país en el umbral de salida de la pandemia, sobre todo cuando acaba de aterrizar la supercontagiosa variante delta. La dirigencia política, con la oficialista en primer término, interpela a una sociedad irritable a la que, a su vez, teme como nunca.
La calle grita, pero la política gira en torno de sí misma. El calendario impone eso, pero llama la atención el modo en que la coyuntura oscurece el debate sobre los problemas de fondo, los que verdaderamente muerden y no pasan precisamente por la importación de noruegos o por los hashtags furiosos con los que calientan a la audiencia los periodistas de la TV de la grieta. El inacabable ajuste de cuentas de la política se espiraliza, con la mira puesta en 2023. Sin embargo, ¿resistirá la calle?
El bipartidismo derrumbado sin remedio en 2001 persiste reciclado en un bicoalicionismo veinte años después, pero el clivaje peronismo-antiperonismo obtura la reconfiguración ideológica pronosticada en los albores del kirchnerismo por Torcuato Di Tella. Con Sergio Massa adentro y una disputa de poder pendiente, el Frente de Todos no es necesariamente el centroizquierda argentino y Juntos por el Cambio (JxC) se muestra como un edificio mal diseñado que alberga también a radicales y exradicales que, asombrosamente, aseguran ser progresistas.
Semejante distancia ideológica dentro de cada uno de los dos campamentos de la grieta nacional se suma al ensimismamiento de la política para dificultar todavía más la presentación de visiones claras de futuro a una sociedad angustiada. Por si eso fuera poco, ambos tropiezan con la falta de confianza en sus propias recetas, algo que se justifica por los fracasos frescos de todos y todas.
Mientras, la Argentina que parece haberse acostumbrado al escándalo del 50% de pobreza cumple diez años de estancamiento económico –o, más bien retroceso– y de victoriosa inflación.
¿Todos? ¿Unidos? ¿Triunfaremos?
Pese a los rigores de la triple crisis económica, social y sanitaria, el Frente de Todos resiste como la suma de casi todo el peronismo, excepción hecha de los fragmentos que cruzaron definitivamente el Rubicón y de la hasta ahora inexpresiva, pero llamativamente persistente, tercera vía randazzista. Sin embargo, la eyección de Agustín Rossi del gabinete anticipó los plazos de una “oxigenación” del mismo que, tras un debate zigzagueante, el Gobierno había decidido dejar para después de los comicios. Será ahora, con los riesgos que eso implica para el delicado equilibrio del oficialismo.
Nadie había anticipado el código ético albertista –tal vez ni el propio Alberto– de que todo funcionario o funcionaria que decidiera competir debería abandonar su cargo. Eso quedó claro en la afirmación inicial de Daniel Gollan de que seguiría en el Ministerio de Salud bonaerense al menos hasta las PASO, la que quedó inmediatamente vetusta. El alud se llevó puesto enseguida a un Rossi que afirmó haberse enterado de esa condición por los medios, en momentos en que el Presidente desentrañaba in situ el enigma de su flamante homólogo peruano, Pedro Castillo.
Rossi esgrime, con razón, su consecuencia en defensa de Cristina Kirchner –cara para él en términos electorales– y el eslalon –que parece encaminarse al autonomismo cordobesista– del gobernador Omar Perotti. Sin embargo, la rosca de corto plazo pudo más y la propia vicepresidenta terminó por soltarle la mano por haber desafiado un esquema de unidad que no admite excepciones ante la exigente prueba de septiembre-noviembre.
El caso ilustró como ningún otro precedente los límites del Frente de Todos en tanto artefacto electoral, en el que el zurcido forzado de lo inmediato pone en duda incluso su viabilidad para 2023. En efecto, ¿qué asegura, en un contexto de crisis como el que mandará en el bienio final de Fernández, que gobernadores peronistas de la zona núcleo como el propio Perotti, Juan Schiaretti y hasta Gustavo Bordet no jueguen dentro de dos años al filo de la prescindencia en la pelea presidencial o incluso algo más? Asimismo, ¿qué será, cuando llegue la hora de dirimir el futuro, de las aspiraciones del propio jefe de Estado, qué de la visión del país que predomina en La Cámpora y qué de la expectativa que mantiene Massa?
Otra vez en evidencia la asincronía entre el ajuste de cuentas de la política y su incapacidad para dar respuesta a temas largamente irresueltos como el estancamiento económico, el retroceso salarial y el empinamiento de la miseria, Todos también justifica las dudas sobre su utilidad como herramienta de gobierno. La disputa entre el cristinismo y el ministro albertista de Economía, Martín Guzmán, se dirimirá cuando se haya terminado de contar los votos y, en buena medida, dependerá de cuán decisivo luzca en el resultado final el aporte del sector predominante de la alianza.
Cristina Kirchner ha aprendido con el tiempo la diferencia entre estrategia y táctica, lo que le dio a la segunda mayor lugar en su práctica. Su reconciliación con Fernández y Massa, esto es la propia conformación del Frente de Todos, así lo demuestra. Sin embargo, no deja de titubear: ¿qué sentido tuvo la votación de la resolución destinada a presionar a Guzmán y a Fernández para no osaran usar el giro especial de unos 4.500 millones de dólares que hará el Fondo Monetario Internacional (FMI) para pagar deuda con el propio organismo en el Senado que ella controla si, más tarde, terminó por habilitar esa posibilidad? El saldo de la marcha y la contramarcha solo sirvió para sumarle lastre a una conducción económica compleja y a la propia relación en el directorio del frente.
Separados por el Cambio
Al otro lado de la grieta, Juntos por el Cambio –que mudó de nombre, para ser simplemente “Juntos”, pero no de piel en la provincia de Buenos Aires– también busca ordenar su interna a los ponchazos.
Si ese sector tiene suerte, las elecciones arrojarán alguna luz sobre la salud política con la que Horacio Rodríguez Larreta encarará el tramo final de su sueño presidencial. Sin embargo, Patricia Bullrich –que decidió no enfrentar a María Eugenia Vidal en la Ciudad Autónoma y así preservarse– seguirá en las gateras a la espera de que el cansancio social termine de darle alas a su proyecto de derecha ultra. A propósito… ¿qué será de Mauricio Macri, cuyo fracaso no obtura por el momento su condición de vehículo predilecto de muchos antiperonistas? La situación del expresidente, a la espera de quedar solo en el ring si la interna opositora se convirtiera en una ecuación sin solución, no agota los problemas.
Eso es así, por un lado, porque la Unión Cívica Radical (UCR) todavía espera terciar en la disputa por 2023, atada a la suerte que corra Facundo Manes en la Provincia contra la lista larretista de Diego Santilli. Por el otro, porque el propio larretismo parece embarazado: Vidal también es una precandidata, algo que no deja de proyectar una sombra de duda sobre el futuro de su mentor.
Si la cuerda de la que tiran el tándem orgullosamente capitalino y la exministra de Seguridad ya implica una distancia ideológica grande en JxC, ¿qué decir de esa pata radical que, ajena a todo, se autodenomina “progresista” y que no se hace cargo de Macri ni de nada de lo que pasó entre diciembre de 2015 y de 2019?
Ciega, esa vertiente ignora la naturaleza de su compañía, al punto de que una precandidata –Margarita Stolbizer– se sorprendió por algún nombre de su propia lista, gente cuya ascendencia claramente no es escandinava. La misma, vale recordar, cuenta en la Ciudad con una réplica –más inocua–, liderada por Adolfo Rubinstein y otro progre insospechado como Luis Brandoni.
La Argentina dirime su futuro en medio de una superposición de ensimismamientos. El de la política agrietada y el de esta en relación con la sociedad a la que interpela.
La calle, mientras tanto, vive más pendiente de lo que ocurrirá mañana que de lo que pueda pasar en noviembre.