LA QUINTA PATA

Massa 2023

Un ministro lanzó la reelección del Presidente, pero un suplente hace vigilia por si a AF no le alcanza la nafta. El Plan Massa., en esta nota del 6 de junio.

La proximidad de las elecciones legislativas puso en primer plano las reyertas programáticas que cruzan al Frente de Todos. Con el ala política –cristinista y massista, cada brazo con el potencial de persuasión que le permite su tamaño– imponiéndole al ministro de Economía, Martín Guzmán, su criterio de gastar más de lo previsto para auxiliar a la legión dañada por las crisis superpuestas y mejorar las chances en las urnas, esa pugna parece silenciada en el corto plazo. Sin embargo, el resultado que puede surgir de esos comicios ya es objeto de especulaciones en el poder y, con ello, fuente de desconfianzas hasta hoy ignoradas. En ese sentido, una duda se ha clavado en el corazón de Alberto Fernández: ¿podría cumplir Sergio Massa en 2023 el rol de presidenciable invitado del kirchnerismo que le cupo a él en 2019?

 

 

Fernández hizo una apuesta desde el inicio de su gestión: su condición –como la de todo presidente– de candidato natural a la reelección por su espacio no dependerá de la construcción de un albertismo en cada territorio; la salud política de Todos, imprescindible más para la gobernabilidad del presente que para las fantasías del futuro, así lo aconseja. De tal modo, esa criatura mitológica que lleva su nombre nunca ha pasado de un cenáculo de funcionarios de confianza. En ese sentido, si el oficialismo ganara los comicios de mitad de mandato, ¿cuál sería su tajada del éxito?

 

En otras palabras, si el peronismo unido venciera en la provincia de Buenos Aires y en el país en general, ¿quién sería el principal acreedor del éxito? ¿Cristina Kirchner? ¿Axel Kicillof? Así las cosas, ¿quién pensaría en él? Llegado el caso, la misma historia podría contarse en cada provincia.

 

Ahora bien, si tocara derrota, ¿quién dudaría en entregarle al mandatario todos los atributos del mariscal?

 

Fernández y su entorno miran con cierta desconfianza lo que se teje en las tenidas de los lunes que protagonizan el gobernador bonaerense, el titular del bloque peronista en la Cámara de Diputados, Máximo Kirchner; el ministro de Interior, Eduardo de Pedro; el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis y, claro, Massa. El mandatario se ha lamentado por no tener ojos y oídos verdaderamente propios en esa mesa, por lo que pidió la inclusión del jefe de Gabinete Santiago Cafiero.

 

Dichas reuniones, a las que cada tanto se invita a alguien más, surgieron de la necesidad de coordinar políticas entre la Provincia y el Congreso, explican en el massismo. Luego, inevitablemente, derivaron en juntadas de tipo político en las que la comunión de visiones tendió a predominar y en las que las diferencias se dejan amablemente de lado hasta ocasiones más propicias, añaden.

 

"No hay nada de conspirativo. Si se mira quiénes participan, es natural que hagan política. Además, el peronismo siempre construye hacia adelante", le dijo a Letra P, sugerente, una fuente involucrada. "No creo que eso le moleste al Presidente. Será cosa, en todo caso, de algunos dirigentes de su círculo, que nunca hicieron acción política fuera de la Ciudad de Buenos Aires", se desahogó con una dosis de veneno.

 

En las mismas, es claro qué rol le cabe al gobernador. También el de Kirchner. De Pedro, en tanto, diluye allí la condición binorma de hombre de La Cámpora y del gabinete. Katopodis articula las políticas nacionales con las necesidades de los intendentes, pero, a entender de Fernández, su representatividad solo va de abajo hacia arriba. ¿Y Massa?

 

Más allá de ser el presidente de la Cámara de Diputados, este hace su juego y si volvió –aunque con sello propio– a la gran familia peronista es porque –con 49 años– mantiene intactas sus ambiciones. "Es claro que Sergio va a volver a ser candidato a presidente", le dijo un allegado del tigrense a este medio. ¿En 2023? "No sé. Eso va a depender de cómo le vaya al Presidente y de si su reelección se justifica por los resultados de la gestión", cerró. Entre ellos, brillan en el corto plazo la vacunación y el manejo de la pandemia; más adelante, el control de la inflación, el crecimiento de la economía y la mejora de las condiciones de vida de una población demasiado golpeada y cuyas estrecheces preocupan mucho al peronismo del conurbano.

 

En lo inmediato, su rol está más que justificado en esa mesa política: articular todo lo que sea de interés de la Provincia –que también es su territorio– en la cámara que conduce. Además, por él pasa buena parte de la acción destinada a evitar que algún trozo de peronismo busque otro destino, algo en lo que trabaja Joaquín de la Torre, ya sea en beneficio de Juntos por el Cambio –si prosperara el juego de María Eugenia Vidal y su acercamiento a Miguel Ángel Pichetto – o de una pata disidente como la que se empecina –otra vez– en dibujar en el aire Florencio Randazzo. Por razones obvias, no conviene que Máximo Kirchner meta la mano en ese avispero.

 

La pregunta por 2023 no surgiría en el círculo íntimo del Presidente si no fuera porque allí toman nota de su debilidad actual. En ese sentido, si no se ganara con la gestión el derecho a ir por la reelección, ¿qué impediría que Massa ejerciera en 2023 el mismo rol que le cupo a él en 2019?

 

Ese interrogante se hace más acuciante en la medida en que mantiene plena vigencia la definición del propio Fernández de que "sin Cristina no se puede y con Cristina no alcanza". Y hay una segunda sentencia, repetida varias veces, que se recuerda en estos días: "De su generación, Sergio es quien más se preparó para ser presidente y no tengo ninguna duda de que la Argentina le va a dar la oportunidad".

 

Alguien podría preguntarse por el carácter limitado de los votos del tigrense, pero la respuesta es clara: por muchos o pocos que sean, son más que los que tenía Fernández dos años atrás. El grueso del capital político, se sabe, lo pone Cristina.

 

Ahora bien, ¿por qué no habría ella de apostar en el futuro por alguien propio? En la Casa Rosada entienden que Kicillof lidia con las misma coyuntura endiablada que el Presidente, por lo que 2023 no le entregaría un destino presidencial. Además, no deja de ser la expresión del pensamiento económico más duro del cristinismo, lo que en el mediano plazo le seguiría poniendo un techo a nivel nacional. Lo de Máximo también lo consideran improbable, ya que le resultaría muy difícil ir más allá de las dificultades de su madre para competir y, eventualmente, para gobernar.

 

Lo de Massa, sin embargo, sería diferente.

 

Es conocido el buen entendimiento entre este y Máximo, enlace privilegiado con una Cristina que ya fue y puede volver a ser una king maker. Las heridas entre el titular de Diputados y la vice no están del todo suturadas, pero los puentes están tendidos plenamente. "Sergio no interviene de ninguna manera en las diferencias entre Alberto y Cristina", aseguran en su entorno, poniéndolo a salvo de la balacera cruzada e intermitente.

 

Fernández sabe eso y lo aprovecha en aras de la unidad de Todos. Sin embargo, otra duda lo carcome: ¿por qué Massa no dice lo que realmente piensa de ciertas presiones kirchneristas que disgustan a ambos? El jefe de Diputados alega que no es él quien gobierna y que sentar posición en torno a los asuntos más sensibles de la interna solo serviría para acrecentar el ruido. Sin embargo, el silencio es funcional a su proyecto personal, que no puede prescindir de un vínculo cordial con los K.

 

Su buena relación con factores mediáticos y de poder, su sintonía con el mundo de la industria y –se ufana– hasta del campo y su concordia de al menos un par de años con sus exenemigos cristinistas parecen ubicar a Massa en el cruce de muchos caminos. Si con Cristina no alcanza, pero Cristina sola no puede, ¿qué le impediría soñar con ser en 2023 lo que fue Fernández cuatro años antes, la frutilla del postre peronista necesaria para volver a ganar?

 

A falta de tanto tiempo y tantas cosas por ocurrir, Massa teje y espera. Es Fernández quien todavía debe forjar su futuro y, en la diferencia entre su éxito o su fracaso, muchas especulaciones pueden hundirse o surgir con sorprendente vigor.

 

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