LA QUINTA PATA

El plan de vuelo del día después

El Gobierno proyecta la relación interna de fuerzas tras la elección. Gabinete en la mira. El peso del conurbano y el plan de Fernández. El rumbo, en juego.

El ala yihadista de Juntos por el Cambio insiste en exagerar con que las elecciones de mitad de mandato serán una bisagra para la historia argentina y, como el pastorcito mentiroso, extorsiona a la población con imaginerías venezolanas o nicaragüenses. La campaña le dará la oportunidad de explicarle a la sociedad en qué medida sus referentes han contribuido o no a hacer de ese fantasma una realidad de carne y hueso, pero hay algo en lo que, de modo menos fantasioso, sí acierta: los comicios serán clave para el rumbo que tomará el gobierno de Alberto Fernández en su bienio final.

 

Los laderos del Presidente analizan el modo de relanzar una administración con fatiga de material, barruntan una oxigenación del gabinete y hasta estudian cómo enviarle a una ciudadanía agobiada alguna señal de austeridad en forma de reducción del gasto político. ¿En qué medida podrán concretarse esas intenciones renovadoras o, dicho de otro modo, cómo las afectará el resultado electoral? No solo cruje la oposición; la puja por los lugares en las listas y, sobre todo, las especulaciones sobre lo que ocurrirá luego de que se abran las urnas también incrementan la tensión en el Frente de Todos.

 

La idea de una reforma de gabinete no es nueva, pero poco a poco se impone el criterio de quienes, como el asesor presidencial Juan Manuel Olmos y el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, prefieren no precipitarse y definirla después de las elecciones. Ese golpe de efecto sería útil, entienden, en caso de victoria para reforzar el envión. También, si tocara perder, como una promesa rectificadora capaz de recrear expectativas.

 

Ese plan, que se elabora a futuro, podría precipitarse, con todo, si la coyuntura sorprendiera con alguna crisis. También, si en las próximas semanas se observara que poner en primer plano la marca del Frente de Todos no alcanzaría para doblegar a una oposición que, pese a sus frustraciones actuales, parece contar con figuras más taquilleras. En tal caso, el gabinete podría ser un semillero tentador en busca de candidatos ya instalados.

 

Las encuestas consignan un deterioro de la imagen presidencial y de la gestión en general, pero en la Casa Rosada nadie piensa en una derrota. Las cabezas políticas que rodean a Fernández basan su creencia en que la oposición prolongará su desorden en las tiranteces por la negativa de María Eugenia Vidal a competir en la provincia de Buenos Aires y la insistencia de Patricia Bullrich  en pelear en la Ciudad. En esa línea de pensamiento, la falta de un liderazgo claro impediría darles a las listas el ordenamiento que objetivamente resultaría más conveniente, reflejo de una crisis que solo podría saldarse con el resultado de los comicios en la mano, nunca antes.

 

El peronismo sabe cuánto debilita estar en el llano y acaso haría bien en reconocer la resiliencia de Juntos por el Cambio: lejos del poder, más que pelearse, el peronismo suele fracturarse. Ahora bien, acierten o no acerca de la prolongación del desconcierto de la contra y de la probabilidad de su victoria, esos estrategas ya dibujan en el agua los escenarios del propio futuro.

 

La pregunta clave que se hacen es cuán determinante será el conurbano bonaerense en el resultado global o, lo que es lo mismo, cuán grande será el peso del cristinismo.

 

Dada por supuesta la derrota en la Ciudad de Buenos Aires, en Córdoba, en Mendoza y, acaso, hasta en Santa Fe, el Presidente espera que el aporte de votos de las provincias del Norte resulte preponderante en la suma final del peronismo. Si bien los gobernadores sacarían pecho en ese escenario, considera que estos son un apoyo para él en la paritaria permanente que juega con Cristina Kirchner, por lo que el triunfo de ellos sería el de él.

 

Si, por el contrario, lo determinante anidara en el conurbano, el cristinismo no encontraría motivos para reprimir un nuevo avance sobre posiciones en el gabinete, algo que ya hizo en casos como los de María Eugenia Bielsa y Marcela Losardo.

 

Esa puja implícita tendrá una manifestación visible: los referentes que le pondrán cuerpo a la campaña serán Axel Kicillof y el propio Fernández. Cristina se mostrará a cuentagotas, afirman en el Gobierno, y solo aparecerá con precisión quirúrgica. Así, el criterio para la distribución de méritos en un eventual triunfo se concentraría en aquellas dos figuras; la tercera concita la atención aun sin mostrarse.

 

El albertismo realmente existente –tanto por imperio de la realidad como por decisión de su cabeza, no es una fuerza política sino apenas un haz de funcionarios y funcionarias– sabe que los apuntados por un cristinismo eventualmente fortalecido en una reestructuración ministerial serían miembros de la tropa propia –Santiago Cafiero, Matías KulfasNicolás Trotta– o moderados –Felipe Solá y Martín Guzmán –. Así las cosas, la remodelación de gabinete en estudio sería más arriesgada para el jefe de Estado si el conurbano concentrara las claves de un triunfo. En caso de derrota, en tanto cabeza del Gobierno, él llevaría directamente todas las de perder en el pase de facturas.

 

Esas cavilaciones hacen que no haya todavía claridad acerca de cómo operaría la oxigenación de nombres que se planea, ya sea después de ganar o de perder. Lo primero implicaría el riesgo de retomar la discusión sobre una relación de fuerzas siempre inestable; lo segundo, abrir una caja de Pandora. Así las cosas, ¿será una reforma amplia y anunciada de un tajo? ¿Será paulatina? ¿Será?

 

El juego de las sillas planteado como relanzamiento de la gestión se presenta como un verdadero dilema. No debe olvidarse que Fernández ha dejado pasar alguna oportunidad para crear un espacio propio cuando, hace un año, el espejo de las encuestas le devolvía una imagen mucho más lozana. De ese modo, su objetivo sería reorganizar el gabinete sin alterar el equilibrio de poder con el que llegó al gobierno, pero la condición de eso es, como se dijo, que el conurbano K no se constituya en su base de sustentación excluyente. Si ello ocurriera, el Pacman del cristinismo activaría otra vez sus mandíbulas y podría convertir la tómbola de los nombres en la consolidación de un giro programático ya esbozado.

 

La sospecha crece cuando, cortando con tanta dulzura, en La Plata algunos influyentes advierten que Sergio Massa, hasta ahora intocado, es uno de los que obtiene del aparato de gobierno más que lo que le correspondería por su aporte electoral.

 

En tiempos de angustia por la salud pública e individual –¡vamos, que no todo es altruismo!–, de estrecheces económicas y de tensión política recargada, es bueno bajar los decibeles: esta nota no se enrola en la saturada tendencia del columnismo dominical a imaginar una ruptura entre los ejes del oficialismo: Fernández y Cristina. Sin embargo, tampoco hay que entregarse mansamente al mantra del "está todo mejor que nunca" que propagan voceros que hacen bien su trabajo. Hay que mirar más abajo, entender que Todos es una coalición heterogénea y que su funcionamiento supone un inevitable toma y daca entre sus diferentes sectores. Desconocer eso implicaría una renuncia a entender lo que pasa e, incluso, un pecado todavía mayor: perderse el apasionante thriller de la política nacional.

 

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