LA QUINTA PATA

Elecciones 2023: el Javier Milei que no miramos

La juventud olvidada y la curiosa "esperanza" de romperlo todo. Focus, errores del libertario y lo que genera en realidad la reivindicación de la dictadura.

En conversaciones con especialistas en comunicación política y estrategias de campaña, Letra P recogió una coincidencia llamativa: la aparición en varios focus groups, realizados en varias provincias y en especial entre jóvenes proclives a votar a Javier Milei, de conceptos como "romper", "terminar con todo" y hasta "guerra civil". No se trata, sobre todo en el último extremo, ni de un deseo ni de un temor; la mención responde a un hecho que es considerado posible en el marco de una percepción amplia de "disolución". Y que sea lo que sea.

El periodismo, los y las analistas, el mundo de la consultoría y la propia política no terminan de entender a ese raro candidato nuevo. Lo que lo encumbra, aunque no sin limitaciones, no son sus propuestas, sino su capacidad de llegarle a un sector social que no existía o no tenía el mismo volumen hace 20 años, la época en la que quedaron anclados los polos de la vieja grieta.

Se trata de personas excluidas por la política y por el mercado, que probablemente trabajan, pero de modo precario, sin calidad ni ingresos que les permitan llegar a fin de mes. Las personas que incuban una bronca profunda.

Milei afirma que sus gritos y su lenguaje insultante son cosas del pasado, de "cuando no estaba en política". Eso es falso, aunque el tono de voz efectivamente haya bajado en sus apariciones más recientes. Sin embargo, lo que generó y perdura como elemento identificatorio es la imagen del economista que embestía, martillo en mano, contra una maqueta del Banco Central y que contaba –divertido– cómo le pegaba todos los días a un muñeco al que le había puesto la cara de Raúl Alfonsín. Milei, para buena parte de su base, es un martillo.

Javier Milei revienta el Banco Central para su cumpleaños- 22/10/18

Si se vuelve a lo que arrojan los focus groups mencionados al principio surge la idea de que, aunque ese sector más frustrado de su electorado espera que dé en el clavo en materia económica, reitera la idea de que el minarquista por lo menos rompa todo lo que haya que romper. Aunque el costo social y político de la experiencia sea elevado.

Intuyendo eso, Letra P dijo en un editorial reciente, en el que advertía sobre el riesgo que la ultraderecha supone para la democracia, que su rol histórico –por llamarlo de alguna manera– acaso no pase por lo que sea capaz de construir, sino por constituir el estadio final de una desestructuración. La del Estado –sin Banco Central, varios ministerios ni monopolio del uso de la fuerza contra el delito–, la de la moneda nacional, la de la educación y la salud pública, y hasta la del ideal de justicia social entendida como un lazo unificador de comunidad.

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Debidamente asesorado, el presidenciable ha convertido en eslogan lo que surge de esos estudios cualitativos: "Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre". Los jóvenes de los focus dicen algo parecido: "si voto a Milei, me puedo equivocar una vez, pero si los voto a los otros me sigo equivocando sin parar".

El minarquista parece inmune a demasías como su postura sobre las violaciones de los derechos humanos durante la última dictadura, en la que hizo suyo el alegato final de Emilio Eduardo Massera en el histórico juicio a las juntas militares: fue "una guerra" y no hubo plan sistemático de exterminio, sino solo "excesos".

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Como la agenda ha virado a la derecha, lo que más importa es la economía y el consenso social sobre memoria, verdad y justicia no era tan generalizado como se suponía nada de eso le ha hecho mella. Es más, el hombre de La Libertad avanza (LLA) está poniendo el acento en elementos identitarios como ese, el rechazo al aborto y el negacionismo de la discriminación a las mujeres, depósitos de una nueva fase de radicalización que anula posibles efectos de la aplicación de una dolarización cada vez más confusa y de una motosierra cada vez más errática.

Diferente fue lo que ocurrió con su alianza con Luis Barrionuevo; abrazarse a la casta no es dar martillazos, como se espera de él, sino transar. Como dirían en un campamento vecino, "si no es todo, no es nada". ¿Será por eso que la imagen negativa que había logrado bajar unos 20 puntos porcentuales según diversas encuestas, ha vuelto a su lugar inicial? Así, concitar otra vez el rechazo de casi dos tercios del electorado podría, en teoría, igualarlo con un contendiente como Sergio Massa y hacer de un eventual ballotage una aventura algo más abierta que lo creído hasta el momento. Si es que se llega a esa instancia, dede ya.

Esta columna entra ahora en una pista resbaladiza: la de las encuestas que circulan en el mundo de la política, las que se supone que están diseñadas para orientar a los clientes, pero que, como se sabe, pueden fallar.

Con la debida cautela, cabe señalar que el Marbellagate podría tener efectos locales, pero estos serían limitados a nivel nacional. El caso profundizó el enojo de quienes no votarían a Unión por la Patria (UP), pero prácticamente no ha arañado el voto nacional por Massa, que parece consolidado en torno a un núcleo duro cercano al tercio del padrón. El problema del candidato –que es ministro– es la economía, un sistema de precios roto y la sensación de zozobra y falta de autoridad que provoca la corrida cambiaria que arreció en la última semana.

En este contexto llega el debate final de este domingo en la Facultad de Derecho de la UBA.

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En él, Milei desvelará cómo resolverá el dilema entre hacer la plancha para no poner en riesgo los votos que ya tiene en el bolsillo, que le asegurarían el pasaje a una segunda vuelta, o apuntarle con fuerza a Patricia Bullrich en busca de los sufragios que lo acerquen a la horquilla del 40 al 45% necesaria para soñar con un triunfo por la vía rápida.

Massa, en tanto, no debería cometer errores para tratar de consolidar lo propio y apostar a dar la sorpresa el 19 del mes que viene, con la mencionada idea de que apoyos y rechazos hoy no parecen hacer mayor diferencia.

Bullrich, por su parte, que no logra levantar demasiado la cabeza tras una serie de apariciones fallidas, podría enfrentar una de sus últimas oportunidades. Es quien llega con mayores incentivos para quemar las naves.

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