Incluso más que la inflación, la devaluación de los ingresos populares y la oximorónica perpetuación de la crisis nacional, lo que complica al peronismo en esta campaña electoral es el hecho de que le habla a una sociedad que ya no existe. La vieja, hecha de trabajo formalizado en torno a un mercado arbitrado desde el Estado o, en su defecto, plena de asistencia social para quienes quedaban fuera del sistema, ha muerto y ha sido reemplazada durante décadas de inacción política por una que está rota en la base. Así, ¿puede haber 2023? Más aun: sin una renovación muy profunda, ¿habría 2027?
El propio Sergio Massa, un hombre que allá por 2013 salió del clóset como un renovador del peronismo, no encuentra en la campaña un discurso de futuro. ¿Alguien en la sala ha escuchado algo sobre cómo piensa resolver el desborde de la inflación?
El peronismo sigue atascado en el dilema de si hay que ajustar o no, sin advertir que "el qué" lo dicta la realidad, pero "el cómo" es el refugio de la ideología.
Nadie levanta la mano… Mientras, el mismo Estado que perreó durante la era cristinista el IPC a través de la intervención del INDEC se dispone ahora a sobreinformarlo sobre una base semanal. Lo dicho: el peronismo no sabe –o no se anima a decir– qué haría para curar la enfermedad que provoca esa fiebre.
Sigue, de hecho, atascado en el dilema de si hay que ajustar o no, incapaz de responderse que sí, pero con equidad, algo que desde el precedente de 1952 también se supone que sabe hacer. Si "el qué" lo dicta la realidad, "el cómo" es el refugio de la ideología.
El ministro-candidato se limita a anunciar alivios para los bolsillos exhaustos: refuerzos para jubilaciones que no pueden competir con los precios, eliminación del impuesto a las Ganancias para quienes viven de un salario, devolución del IVA en compras bancarizadas de alimentos de primera necesidad.
En principio, su problema narrativo es congénito: desde el vamos, su apuesta fue a cortejar a la "clase media trabajadora", un universo que se ha achicado en gran medida, al punto de que cabe preguntarse si hoy conserva centralidad social.
Les habla, sobre todo, a quienes cuentan con un lugar formal en el mercado de trabajo, a una suerte de "aristocracia obrera" –sindicatos fuertes de camioneros, petroleros, aceiteros y bancarios– que condensa buena parte de los beneficios por el no pago de Ganancias.
También, a quienes mantienen alguna forma, más o menos precaria, de protección estatal.
Asimismo, se apalanca sobre las barbaridades de Javier Milei para recordarles, por caso, a las familias con hijos en la universidad lo caro que les costaría el plan del ultraderechista de que cada quien haga lo que pueda con los vouchers que daría su eventual gobierno.
Interpela básicamente a la Argentina de las personas incluidas. Unión por la Patria es una salita barrial de primeros auxilios cuando lo que se necesita es un hospital de alta complejidad.
El peronismo fundacional incluyó, creó una formalidad extendida sobre un capitalismo entonces muy carente de derechos, aunque ya no del todo silvestre debido a la acción anterior, desde arriba, del liberalismo católico y, desde abajo, de la lucha socialista, anarquista y sindicalista. ¿Podría volver a hacerlo?
Por lo pronto, hoy, la sociedad está rota.
El mercado de trabajo se ha flexibilizado tanto de hecho, con un volumen tan grande de monotributismo y de changas sin registro del Estado, que la "modernización" de la que hoy habla la Argentina de derecha se limita a las modalidades de la indemnización por despido y a cierta litigiosidad.
Unión por la Patria es una salita barrial de primeros auxilios cuando lo que se necesita es un hospital de alta complejidad. Unión por la Patria es una salita barrial de primeros auxilios cuando lo que se necesita es un hospital de alta complejidad.
Es a esa sociedad rota que le habla Milei, sin que esto deba entenderse como una estilización excesiva, dado que la composición de su electorado es llamativamente transversal y no se limita a la juventud "Rappi".
Ese electorado está compuesto por gente empobrecida con tenacidad por la malversación que la política ha practicado con la economía, por personas que perdieron parte de su adolescencia y de su primera juventud confinadas en una pandemia, por colectivos que sienten malestar cultural ante un sentido común progresista que ha devenido en meme, por una clase media hecha de nostalgias y –digámoslo de una vez– hasta por fachos de manual. Lo que une a esos fragmentos es la certeza de que no hay futuro.
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Afirmar que la sociedad está rota es aludir a sus conexiones, en especial la comunicacional: lo que se dice no es lo que se escucha. Se elige creer.
"Es necesario repensar la idea de que Milei es solo voto bronca. También hay ahí una expectativa, una ilusión, una apuesta. Hay un vínculo mágico de Milei con sus electores, una escena de hechizo en la que este es investido de los deseos de los votantes", le dijo a Letra P Shila Vilker, autora junto a Raúl Timerman de un interesante informe titulado "¿Qué tienen los argentinos en la cabeza?".
Así, el minarquista puede hablar de un mercado de órganos o de bebés, postular que la justicia social es una "aberración" y, en base a eso, que Francisco viola uno de los diez mandamientos al avalar "el robo de la propiedad de los ricos" para reparar a los pobres. Aun así es votado, incluso por gente pobre.
Los trabajadores y las trabajadoras que se desempeñan en la precariedad son clientes premium de ese paquete. Si bien Patricia Bullrich tiene menos idea de a quién le habla que el propio peronismo, entre tantos manotazos de ahogada acaba de postear un video interesante, en el que dialoga con repartidores y repartidoras. El mismo muestra testimonios de gente que, en verdad, no le pide casi nada a la política, salvo poder trabajar con mayor seguridad personal en la calle. Que el Estado le aporte algo directamente queda fuera de su imaginario.
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Así las cosas, ¿el rol histórico de Milei es construir o, en cambio, coronar con un trabajo estatal intenso la mencionada desintegración de los lazos sociales?
El minarquista ha reformulado drásticamente la grieta, aunque los K y los anti-K sigan pensando en términos de K y anti-K.
Cuando Milei habla de "la casta", no solo habla de políticos atornillados en sus asientos. La casta es regional –porteños–, educativa –universitaria e intelectual–, ideológica –la de quienes comparten cierto sentido común–… La casta son los incluidos, los que no han perdido o son visualizados de ese modo por una legión damnificada.
La Argentina se asoma a la posibilidad de un experimento de alto riesgo. La pregunta, aunque irrite, es si el peronismo logrará reinventarse y volver a darle color a la foto en blanco y negro de las patas en la fuente.