¿Tres? En principio, sí. La primera mediaría entre el 22 de octubre y la fecha prevista para un ballotage, el 19 de noviembre. La segunda, desde ese momento y el cambio de mando. La tercera, finalmente, en el debut de un gobierno que no tendrá tiempo para acomodarse frente a los dramas colosales de la economía y la situación social. En cada etapa, las tensiones irían in crescendo.
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Fuente: Ámbito Financiero
En tanto, la inflación no debería dejar de oscilar en torno a los dos dígitos en los que se ha estacionado, justamente, desde agosto, y los desequilibrios mencionados, dados por esa devaluación y por la mejora efímera de los ingresos populares estimulada por el Gobierno sin que el conjunto forme parte de un plan coherente, no harían más que atizar la fiebre.
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En ese marco general hay que observar las tres transiciones en ciernes, sobre todo cuando el descalce entre los diversos precios relativos –dólar sujetado mal y poco, salarios e ingresos populares atrasados y apenas emparchados en el corto plazo, tarifas nuevamente pisadas…– presagia correcciones bruscas cuando llegue el tercer momento, el del nuevo gobierno. El mercado ya juega con esa etapa en la mira.
El camino hasta entonces sumaría, además de las incertidumbres propias de cualquier proceso electoral y el impacto de los desequilibrios actuales, la peculiaridad de una campaña en la que los tres principales sectores en pugna no ocultan la inminencia de alguna forma de plan de ajuste y corrección cambiaria. ¿Por qué alguien no huiría del peso en caso de tener con qué?
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Si el FMI le impuso al ministro de Economía la devaluación de agosto, es dable pensar que haría lo propio con un presidente Massa, sobre todo cuando el clima con él es tan viscoso en Washington, donde se lo acusa de haber borrado con el codo la meta fiscal que acababa de firmar con la mano. Para el líder del Frente Renovador, cualquier reseteo de la relación con el Fondo supondría la necesidad de sobreactuar rigor.
Se ha especulado con la posibilidad de que, en el debate de este domingo, el jefe del Palacio de Hacienda dé un golpe de efecto con el anuncio de quién heredaría ese cargo, algo que daría una idea del mix de ortodoxia y heterodoxia que barrunta, así como de la distancia que estaría dispuesto a tomar respecto de su socia Cristina Fernández de Kirchner. Sería un paso arriesgado. Por otro lado, cuando habla de un gobierno de unidad que incorpore a radicales y peronistas que hoy militan en el PRO, ¿no da a entender una reducción del componente K en la solución política en la que pretende nadar?
Sin ese baldón de credibilidad frente a los factores de poder, algo similar puede decirse de Javier Milei y de Patricia Bullrich, a cuyos enviados recientes –Juan Nápoli y Darío Epstein, por un lado, y Carlos Melconian, por el otro– decenas de representantes de fondos de inversión no les aseguraron más que sequía de dólares financieros con un mismo argumento: "Ver para creer". Si se observa bien, el que deberá sobreactuar rigor será el Estado argentino, defaulteador serial que, todo lo indica, ya marcha a paso raudo a una nueva reestructuración de sus deudas.
Como se trata de tres transiciones, el sesgo que vayan tomando los acontecimientos se vincularía, primero, con el resultado de octubre, esto es con los nombres de los clasificados al ballotage y con las chances que se les asignen de acuerdo con lo que surja del escrutinio. En segundo lugar, con la definición de quien sea la persona elegida para desempeñar la primera magistratura, sus gestos iniciales, nombramientos y anuncios de medidas. Tercero, con las dificultades propias de salir a jugar a una cancha embarrada.
Más allá de eso, el ciclo de la dolarización de carteras, impacto en la inflación y deterioro creciente de las expectativas y los números macro podría incluso atizarse pasara lo que pasase con las elecciones, aunque por motivos diversos.
Si ganara Massa, porque los mercados local e internacional no le creen al peronismo ni lo quieren.
Si se impusiera Milei, quien sigue sin cautivar al Círculo Rojo, porque su proyecto dolarizador hace agua por todos lados y es, además, un llamador a una devaluación permanente del peso, al menos hasta el momento en que se fije una paridad de conversión y comience de verdad el proceso.
Si finalmente venciera Bullrich, porque su "libre competencia de monedas" provocaría el mismo efecto de huida de un peso destinado a la extinción.
En el medio, la inflación debería preocupar. Cabe destacar, en este punto, que los fideos con tuco sin fideos ni tuco que plantea el minarquista han mutado, en el último tiempo, en una idea de sistema monetario dual muy parecida a la que plantean la candidata halcón y Melconian.
Más heterodoxo en el caso de Massa o más ortodoxo en el de sus otros dos rivales grandes –en el caso de Milei, impracticable por los 15 puntos porcentuales del Presupuesto que delira con recortar–, la Argentina se encamina hacia un plan de estabilización que dolerá o dolerá.
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Como sea, el tamaño de esa tarea obligará a quien llegue a la Casa Rosada a establecer un marco de alianzas que amplíen su base en el Congreso y, como reflejo, en la sociedad.
Si se tratara de Massa, lo dicho: podría aspirar a consolidar el respaldo del peronismo del interior y el de los partidos gobernantes en provincias que, en lo nacional, juegan en tándem como el viejo movimiento. La UCR podría sumar parte de sus activos políticos en un escenario de ruptura de Juntos por el Cambio y hasta el partido de Mauricio Macri podría sufrir alguna forma de ruptura, seguramente menor.
Si, en cambio, el próximo turno fuera de alguna de las versiones de la derecha, el dato, que no se debería minimizar, pasaría por quién lideraría el proceso: Milei o Bullrich. En caso de que esa alianza se materializara de modo más formal o caso por caso, el radicalismo también podría enfrentarse a un dilema capaz de poner otra vez a prueba una maleabilidad que es sorprendente, pero no infinita.
Se tratará, en cualquier caso, de cabalgar ese potro nervioso que es la sociedad argentina, que se dispone a votar con mucha carga de frustración y con poco amor.
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Quien llegue al gobierno –algo que no debe confundirse con el poder, mucho más difícil de construir– tendrá poco tiempo para acertar. Las tres transiciones inevitables que se vienen, con tensiones en veloz progresión, le pasarán la factura, más temprano que tarde, tanto a los culpables como los inocentes… si es que estos últimos existen.