"El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder". (Jorge Luis Borges, "Las ruinas circulares", Ficciones, Emecé Editores, Buenos Aires, 50a. Edición, 1994, págs. 67 a 79).
Si, en cambio, Massa generara el cambio dentro de la continuidad, ¿qué certezas podría empezar a entregar sobre un 2024 que por ahora evita dibujar?
La opción a eso sería que un ballotage engendrara una transición más corta hasta el cambio de mando.
Lo que viene para la Argentina es acechante, aunque la mencionada conciencia colectiva no termine de advertirlo. Es natural que esto ocurra cuando corre como un reguero de pólvora la idea de que "peor no se puede estar". ¡Sí, se puede! Incluso en el caso de que el próximo gobierno le encontrara velozmente el agujero al mate, el primer tramo del camino estaría florecido de cardos pinchudos.
Cada presidenciable encarna, en esta campaña, unos pocos principios narrativos.
Milei es dolarización y motosierra, sin que quede claro con qué dólares aplicaría el primero de esos planes ni por dónde pasaría la máquina para recortar, como prometió, el imposible de 15 puntos porcentuales del PBI. Las personas que lo escuchan se dividen entre quienes le temen, quienes se autoengañan creyendo que semejante poda es posible tocando solo los intereses de "los políticos" y quienes piensan que "las fuerzas del cielo" no podrían llevar a cabo semejante tarea armadas políticamente con escarbadientes de punta redonda.
Massa, en tanto, es la promesa de racionalidad económica sin pérdida de derechos, alquimia que tampoco explicita, pero que resulta desafiada por el principal drama de la era: ¿cómo reduciría la inflación del ciento y pico largo?
Bullrich, por último, es orden y "erradicación del kirchnerismo", temas que prefiere plantear en clave política y no, como acaso correspondería, policial, dadas las reacciones sociales esperables en el marco del déficit cero en un año que prepara Carlos Melconian.
Juan Schiaretti y Myriam Bregman, claro, conforman el elenco de reparto.
Lo que viene es un nuevo país, tan nuevo que, por buenas o malas razones, pronto será imposible de reconocer.
El drama del momento es, desde ya, la inflación, agravada, para desvelo del ministro-candidato, en el tramo final de esta campaña. Ponerla en caja supondrá, en cualquier caso, una devaluación, aumentos de tarifas –reducción mayor de subsidios– y una mayor aceleración inicial de los precios. Luego se verá. Decir esto no implica, en lo más mínimo, sugerir que el camino sería igual con Milei, con Massa o con Bullrich, en primer lugar porque la eficacia de sus respectivas recetas es un asunto opinable y, segundo, porque se supone que la ideología definirá el reparto de las cargas entre los diversos sectores sociales.
En general, el ajuste que viene se cebará sobre un cuerpo social cansado después de cinco años de depresión de los ingresos, en el que, según la Evolución de la distribución del ingreso (EPH) al segundo trimestre, el 10% "más rico" se hace con más de 280.000 pesos –375 dólares– cada mes. Si esto –base preocupante de una eventual dolarización– es la medida de la riqueza…
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Fuente: INDEC.
El panorama amplio, con todo, dista de ser el de esa gente "privilegiada". El ingreso medio en el país ascendió en ese período a 87.310 pesos…
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Fuente: INDEC.
De acuerdo con un trabajo de Martín Rozada, director de la Maestría en Econometría de la Universidad Torcuato Di Tella, citado por Clarín, el índice de pobreza del primer semestre fue de 40,1%, una suba expresiva desde el 36,5% del mismo período del año pasado. Decimal más o menos, el dato, conmocionante, sacudirá este miércoles, con el anuncio oficial, la campaña de Unión por la Patria (UP): el deterioro se corresponde prácticamente en su totalidad con la gestión de Massa. La oposición no tendrá piedad ni se detendrá a examinar los argumentos del ministro respecto de la sequía que asoló al país.
Con ese dato en mano, de poco valdrá que el Gobierno siga esgrimiendo como un logro la reducción del desempleo al 6,2% en el segundo trimestre: en la Argentina de hoy, la de la incumplida promesa peronista, no tener trabajo implica ser pobre y tenerlo, probablemente también.
El desglose de la pobreza según trimestres, continúa el estudio, arroja 38,7% en el primero y 41,5% en el segundo, lo que dibuja una tendencia muy mala. Sobre todo, si se tiene en cuenta que el mayor golpe a los ingresos se produjo tras la devaluación del 14 de agosto y el salto de los precios resultante.
Las chances de eludir un ajuste son nulas, tanto desde la racionalidad económica y la necesidad de alejar el fantasma de una hiperinflación, como por la tutela que seguirá ejerciendo el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, severo, por encima del organismo internacional, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, despachos que siguen con preocupación el sendero preelectoral dadivoso que está pavimentando Massa. Kristalina Georgieva está encontrando dificultades para explicarle a Janet Yellen los deslices argentinos, que comenzaron mientras la tinta aún estaba fresca sobre el acuerdo que pateó la revisión de las metas para después del ciclo electoral.
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desPertar, el newsletter de Letra P, llamó la atención el 14 de este mes sobre una definición del subsecretario para Asuntos Internacionales del Tesoro, Jay Shambaugh. "El FMI debe estar dispuesto a retirarse si un país no toma las medidas necesarias", advirtió. No hay otro destinatario posible de esa frase que la Argentina.
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A fines de agosto, Shambaugh había recibido al jefe del Palacio de Hacienda en Washington para cerrar los detalles del nuevo acuerdo. Cabe pensar que un eventual presidente Massa debería sobreactuar cumplimiento para que su palabra fuera tenida en cuenta tras las exenciones impositivas recientes.
Por imposición del FMI, como el propio ministro admitió respecto de la devaluación, y por imperio de la realidad, va a hacer falta mucho más que el regreso de la lluvia sobre nuestros campos para que el IPC empiece a acomodarse en un lugar más razonable, condición indispensable para que los ingresos populares pudiesen, al menos, emparejar la carrera. Es inevitable, pero una hoja de ruta falta en la narrativa oficialista.
Entre el deseo y el peligro de decepción, lo que ocurra en el medio tendrá un nombre excluyente: gobernabilidad.
¿Saldrá la Argentina futura, como el soñador de las "ruinas circulares" de Borges, indemne del fuego que la aguarda?