"El problema que tenemos es que los pesos nos sobran, no que nos falten", le dijo a este medio un banquero de primera línea que estaba al tanto de las anomalías que se registraron en algunos lugares. No hubo entonces falta de dinero, sino problemas de logística, derivados del acelerado desarme de plazos fijos de particulares y empresas, así como de posiciones en fondos de inversión. Este no es precisamente un tema menor.
La gente se deshace de los pesos, huye de la moneda nacional y se refugia en el dólar. En algunos casos, para mantenerlos en el país; en otros, para salir, sacar sus divisas con todo derecho.
El salto del blue implica, al tratarse de un mercado ilegal, la dolarización de pesos no declarados, que pueden ir de orígenes inocentes como un trabajo cobrado en negro a fondos provenientes de actividades ilícitas de cualquier gravedad. Volvamos, mejor, a cobijarnos bajo el imperio de la ley.
Los tipos de cambio paralelos legales son, como se dijo, el MEP (Mercado Electrónico de Pagos, también llamado "dólar bolsa") y el CCL. Ambos surgen de la compra de bonos o acciones en pesos y de su venta posterior en dólares, operación de la que emerge un tipo de cambio. Por tratarse de transacciones entre particulares, las mismas no afectan las reservas del Banco Central. La única diferencia entre ambos es que el MEP termina con los dólares depositados en el país, mientras que el "contado con liqui" finaliza en el exterior, por lo cual también se lo denomina "dólar fuga". Una vez más: más allá de la connotación negativa de la palabra "fuga", nada hay de ilegal ni de inmoral en esa operación.
El mercado del MEP y el CCL es mucho más grande que el del blue y representa el verdadero segmento cambiario libre, aunque también hay en él intervención del Gobierno a través de la compra-venta de títulos en ambas monedas de modo de bajar el cociente resultante –la cotización–.
El CCL, o dólar fuga, subió 8% y superó los 900 pesos. Ese es el precio de pánico que muchos inversores estuvieron dispuestos a pagar para abandonar el país… hasta la próxima ronda especulativa. La intervención oficial podría calmar la cotización por un tiempo, pero la tendencia no apunta precisamente en ese sentido.
Causas y azares
La corrida anticipa la primera fase de una transición electoral tripartita que se parirá con dolor, como te contó Letra P el último domingo, por citar solo la nota más reciente.
Algunos motivos son económicos, para empezar un tipo de cambio oficial que, pese a la devaluación del 14 de agosto, ya quedó atrasado otra vez debido a la aceleración de la inflación. Si así no fuera, la liquidación de exportaciones no se hubiera frenado en seco y el Banco Central no hubiera vuelto a perder reservas, producto de importaciones muy difíciles de contener por resultar baratas en las actuales condiciones.
Asimismo, el propio aumento de los paralelos en relación con el oficial ensancha la brecha –en el caso del blue, ya 140%–, lo que es un llamador para expectativas de megadevaluación de la cotización legal ni bien pase el ciclo electoral.
Por otro lado, aunque un sector relevante del sistema político nacional –el cristinismo, para que nos entendamos– afirme que el déficit fiscal sostenido y su financiamiento vía emisión monetaria son inocuos en términos de inflación, la realidad en todo el planeta Tierra responde a una lógica diferente, sobre todo en lugares como la Argentina, que, con un riesgo país del orden de los 2.700 puntos básicos, no tiene acceso a crédito para financiar ese desequilibrio.
Si el agua no estuviera subiendo tan velozmente alrededor de nuestros cuerpos, podríamos darnos el lujo de hacernos los distraídos ante esos errores garrafales de diagnóstico, pero no es el caso. Al país le urge equilibrar sus cuentas, ojalá que con el mayor criterio posible de equidad. Es tiempo de mirarse al espejo y sincerarse.
El resto lo hace el contexto electoral, algo habitual, pero que se agrava hoy por ciertas condiciones especiales. Por un lado, las medidas propiamente económicas pero de inspiración política, como el vuelco de dinero a la calle realizado por Sergio Massa. Acaso más importante en el corto plazo, hay que atender otro asunto: el efecto de las propuestas –por otra parte, confusas– de dolarización de Javier Milei y de competencia de monedas del dueto Patricia Bullrich- Carlos Melconian. Si todos esperamos que tras el cambio de gobierno el tipo de cambio oficial sea liberado o, al menos, pegue un salto fuerte, ¿para qué quedarse en pesos a la espera de la pérdida del patrimonio propio? De ahí la huida del peso que se ha desatado.
La política sorda
Numerosos economistas han advertido contra la extrema dispersión del mercado cambiario que se generó durante la gestión de Alberto Fernández, tanto con Martín Guzmán como con Massa. Entre los más concientes de los peligros de liberar el dólar en lo inmediato, hubo quienes insistieron en la conveniencia de hacer una escala inicial en un desdoblamiento formal, con un dólar oficial, limitado a importaciones de insumos verdaderamente esenciales, y uno libre, que canalizara todo el resto de las transacciones, desde las compras no esenciales en el exterior hasta el ahorro particular, pasando por el turismo emisor, el giro de dividendos, el pago de deudas y otros conceptos. Otra vez, solo por dar un ejemplo, Letra P trató la cuestión en una nota de… noviembre de 2021, en la que uno de los primeros en dar, claro y fuerte, esa voz de alarma fue el economista Gustavo Reija.
Ni el Presidente ni los ministros mencionados ni el titular del Banco Central, Miguel Pesce, dieron jamás ese paso, que tampoco habría resultado inocuo en términos de brecha, pero que seguramente hubiera evitado que las reservas del país se dilapidaran del modo extremo en que lo han hecho. Hoy, Massa parece preparar el terreno para una salida de ese tipo –poselectoral, claro– y la idea es parte también del plan Melconian. Demasiado tarde para lágrimas.
Preparativos para el 23-O
El domingo 22 concurriremos a las urnas y, tal como están las cosas, es probable que al día siguiente comience la segunda fase de la transición, sobre todo si de la jornada emerge un vencedor definitivo o uno con amplias chances para el eventual ballotage del 19 de noviembre. Más si esa persona es Javier Milei.
A esta altura ya no se sabe si el ultraderechista va a dolarizar, a imponer una competencia de monedas –entre el peso y el dólar… imaginate cuál iría a ganar y cuál a perder– o a hacer lo que pueda. Entre el plan y la improvisación, el apetito por el billete verde no deja de crecer.
No puede afirmarse, claro, que el minarquista vaya a ser el próximo presidente, pero sí que prima en el mercado un sentimiento de que las cosas apuntan en ese sentido. Ante ese escenario, los bancos se están haciendo intensamente de dólares contantes y sonantes para atender, eventualmente, un retiro severo de depósitos en esa moneda. La causa: la porfía de Milei en dolarizar sin dólares podría revivir en mucha gente recuerdos como la confiscación del Plan Bonex del primer menemismo, que consistió en chupar los plazos fijos a cambio de unos papelitos del Tesoro.
No se puede conocer el destino, pero el viento es fuerte.
Por un lado, porque el propio presidenciable ya ha cruzado la frontera del absurdo, lo que hace que ninguna demasía lo dañe. Segundo, porque Massa padece una inflación grave y porque la propia tensión cambiaria lo complica cada día, al punto que más le valdría que se votara hoy mismo. Tercero, porque Unión por la Patria (UP) no sabe cómo disimular lo que la chocolatería y los yates dicen sobre el financiamiento de buena parte de la política tradicional, cosa que beneficia a Milei aun –o especialmente– si no abre la boca.
Asimismo porque Bullrich se autolesiona a cada paso, mientras ya no sabe si indignarse o algo más por los desvergonzados arrumacos a Milei que ensaya Mauricio Macri, quien ahora se queja de que se lo saca de contexto. Vamos, ingeniero…
Esos gestos del expresidente se hicieron más controvertidos por haberse producido cuando el hombre de La Libertad Avanza (LLA) venía de tratar a Bullrich de terrorista y asesina de infantes y depararon que aquel y el candidato paleo a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Ramiro Marra, se divirtieran invitando a Macri a sumarse formalmente a su campaña.
Según un sector amplio del Círculo Rojo que se reúne en Mar del Plata, no son solo los problemas y torpezas políticas de sus adversarios lo que empuja la historia hacia la inhóspita orilla de la ultraderecha. Con una mano en el corazón, ¿no nos horrorizábamos hasta hace pocos meses cuando se conocían cálculos de que la dolarización solo sería posible a una paridad de inicio de 1.200 o 2.000 pesos para arriba? Pues bien, con el agua inflacionaria y cambiaria que ha corrido bajo el puente, ¿cuán lejos estamos ya de que el tipo de cambio vuele a esas alturas cuando comience la tercera transición tras el cambio de mando del 10 de diciembre?
Una hiperinflación sería el camino más sencillo para que, hipotéticamente, Milei lograra que los pocos dólares existentes alcanzaran para reemplazar todos los pesos de la economía; algo así como el milagro de los panes y los peces, pero al revés. Claro, el país no está en hiperinflación, cosa que según la definición más común –aunque algo caprichosa– se produce cuando los precios corren a más del 50% mensual. Sin embargo, fenómenos como la creciente huida del peso, la severa volatilidad cambiaria, la acelerada carrera nominal, la desaparición del crédito, el acortamiento de los plazos de los contratos y la pérdida de referencia de los precios de consumo son síntomas que van configurando un escenario de cuidado.
04-10-2023_sergio_massa_cierra_el_encuentro CAME.JPG
¿Será que el presente –la gestión peronista– está sentando las bases de una dolarización capaz de caer del árbol como un fruto maduro?
¿Será que Javier Milei solo debe esperar?