La fragmentación del Congreso, la insignificancia en bancas y luces de La Libertad Avanza, la vocación prooficialista de la mayoría del PRO y los manotazos defensivos que, como un boxeador groggy, lanza el peronismo, le dejan a la UCR la llave del quorum. Siempre es interesante seguir el eslalon del partido radical.
Su nuevo presidente, Martín Lousteau, asumió hace poco con un discurso que pareció rescatar el legado socialdemócrata del alfonsinismo. El mismo, claro, tiene su valiosa veta liberal en lo político, lo que lo llevó a calificar al DNU de "inválido".
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En ese sentido, entre la espada y la pared de una bancada propia dividida entre el apoyo al fondo y el cuestionamiento a la forma, le ofreció al Presidente el reemplazo de esa norma abusiva por proyectos de ley espejo, esto es que reprodujeran exactamente el contenido del decretazo, pero como proyectos de ley.
El "dialoguista" Francos, como se dijo más arriba, respondió que será DNU o no será y el propio Milei hizo lo propio, cantando falta envido sin levantar las cartas de la mesa. El hombre se victimiza, denuncia que no dejan gobernar a un presidente votado por la mayoría y recién asumido, y logra un prodigio: que se discuta mucho más el formato de la medida, de por sí reprensible, que su fondo depredatorio.
Ante eso, el jefe de la bancada radical, Rodrigo de Loredo, se conformó: si al Gobierno le gusta tanto su DNU, al menos que no envíe uno solo, sino varios, divididos temáticamente, lo que permita votar sí a unos y no a otros. Cansada de romperse, la UCR se dobla, se dobla infinitamente, al punto de convertir lo que pase en el Legislativo en un enigma.
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La pinochetización de la economía argentina no puede, así, descartarse, y los tribunales también deberán hablar ante la lluvia de cautelares que ya se comenzó a derramar sobre ellos.
El plan Milei es tan extremista que le complica sumar adhesiones. Mediciones a las que accedió Letra P muestran que, a dos semanas de haber asumido, el anarcocapitalista no registra la luna de miel habitual, que lleva a los presidentes flamantes a hacerse con un voto de confianza que eleva sus niveles de popularidad al 60 o al 70%. Con todo, pese a los rigores anunciados, tampoco baja de su 55%.
La pregunta que motiva esta columna es quién se hace cargo del 44% que quedó huérfano de padre y de madre: el primero –sea quien sea– se fue; la segunda calla. Se trata de sectores que viven en la economía informal o que son parte de una clase media que es o que fue, pero aún se autopercibe como tal. O, mejor dicho, la parte de ambos sectores que nunca compró el mileísmo.
El Caputazo, el decretazo, el paquetazo que tratará el Congreso y hasta la dolarización en ciernes comienzan a generar una coalición de damnificados tan amplia como heterogénea.
Quienes reciben planes sociales perderán por recortes efectivos de partidas y por la competencia con una inflación implacable que sumaría alrededor de 60% entre diciembre y enero y que pronto se empinará a un 300% anual. Los jubilados también perderán, dependientes como quedarán de la lapicera de Milei.
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Los trabajadores informales, los changuistas, perderán en medio de una economía que ya está en proceso de congelamiento.
Los formales perderán en sus salarios, en sus derechos indemnizatorios y en el propio recurso a la huelga.
Habrá que ver quiénes, entre estos últimos, podrán seguir pensándose como clase media cuando la inflación llegue a su nueva velocidad crucero, en tanto esta será el gran pato de la boda de Milei. La trabajadora perderá, como se dijo, y también la profesional en medio de la recesión que viene. La salud privada devendrá un artículo de lujo, lo mismo que la educación privada, lo que conformará una "caída" –Mauricio Macri dixit– en sistemas públicos que marchan a su desfinanciamiento.
Lo que las personas movilizadas, básicamente de clase media, dicen sentir refleja –cual espontáneos focus groups– la mencionada dispersión de las oposiciones.
Para ser algo más, esa coalición dispersa necesitará liderazgos y alguna consigna unificadora que compendie de modo eficaz tanta queja difusa.
"Se movilizan contra el Caputazo, el decretazo, el avasallamiento a la división de poderes, la amenaza a los derechos laborales, la derogación de la ley de alquileres, la inflación, la pérdida salarial que viene, el protocolo antipiquetes, la venta de tierra a extranjeros, la depredación de los recursos naturales y hasta la presencia de figuras de la casta de 2001 en el Gobierno nacional", reseñó desPertar, el newsletter de Letra P.
Para ser algo más, esa coalición dispersa necesitará liderazgos y alguna consigna unificadora que compendie de modo eficaz tanta queja difusa.
Patricia Bullrich tiene una virtud: su torpeza discursiva es tan grande, que la vuelve transparente. "Estamos trabajando para que, en pocos meses, terminemos con la inflación, para que alcance el salario, haya mejores trabajos y mejores oportunidades", dijo en Radio Mitre.
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La referencia es reveladora. El mandato que el 55,7% le dio a Milei es unívoco: que baje la inflación. A ese reto, de por sí desafiante, la ministra de Seguridad suma dos promesas: ello ocurrirá "en pocos meses" y permitirá que "alcance el salario". Audaz.
El 44% descree y mira al peronismo. A pesar de ser primera minoría en el Congreso, este percibe un clima inquietantemente incierto en cuanto al acompañamiento parlamentario al DNU y, en sintonía con la CGT, confía más en bloquearlo en el Poder Judicial que en el Legislativo. ¡Cómo estarán las cosas!
El futuro del proyecto de la ultraderecha se jugará en torno al mandato popular de abatir la inflación. ¿Será? Y si lo es, ¿ese futuro llegará a través de un flirteo con la hiperinflación y la licuación fatal de los ingresos, con escala final en la dolarización, o, como promete el Presidente, después de un 2024 duro que dará paso a que los ingresos populares "vuelen"?
En eso se juega su suerte. Y, como contrapartida, la posibilidad de que el 44% al que la política por ahora no interpela encuentre un modo de hacer oír su voz. Una sola voz. Potente y clara.