Política

Alberto y Cristina; hoy y mañana

El cemento que pega a Todos y un rumbo que se ignora. Juicios absolutos y relativos. ¿Unidad en las urnas, desunión en la acción? La urgencia de activar el GPS.

En cualquier juicio de valor, el gobierno de Alberto Fernández perdería hoy consigo mismo: por las expectativas que generaba hace menos de un año, por la coherencia que extravió, por sus idas y vueltas, por una unidad que se discute y por el impacto de una realidad económica, política y sanitaria horrible que no lo ayudó, precisamente, a dar lo mejor de sí. "Mañana", sin embargo, cuando haya que votar, el veredicto podría ser otro.

 

 

Sin embargo, los nueve meses que median hasta las legislativas son una vida y lo que falta para la pelea grande, la de 2023, es todavía más. En una y otra, el Gobierno puede perder consigo mismo, pero también encontrar refugio suficiente si el electorado mantiene fresca la memoria del macrismo.

 

Si la unidad del peronismo se justificó en el objetivo de sacar del poder a Mauricio Macri, las elecciones en ciernes deberían ser suficientes para justificar su sostenimiento; así será.

 

Por otro lado, Juntos por el Cambio dirime en estos días otra clave: Macri se homenajea a sí mismo con esas fundaciones que no se sabe si sirven para darse lustre o como vehículos para la recaudación de campaña, pero su porfía en mantenerse en el primer plano podría ser un lastre. Finalmente, si la posible fuga por derecha con la que lo amenaza el armado del liberalismo predemocrático pide a gritos un liderazgo posmacrista alla Patricia Bullrich, la manta es corta y, en caso de semejante giro, la fuga podría llegar por el lado de los cándidos que alucinaron un macrismo suavemente progresista. Lo que le espera a Horacio Rodríguez Larreta puede ser más montañismo que trekking.

 

El tema, sin embargo, es el peronismo gobernante y la vida va mucho más allá del resultado de una elección. Muchos análisis, incluso desde esta columna semanal, se centran en las diferencias entre Fernández y Cristina Kirchner y deploran, por el bien del país, que ambos no estén a la altura de dirimirlas, como correspondería, sentados a una mesa política u otro espacio relativamente institucionalizado. Acaso eso omita otra dimensión del análisis, una más inquietante: ¿Y si el acuerdo entre el Presidente y su vice simplemente no fuera posible?

 

Por algo Alberto Fernández renunció a la Jefatura de Gabinete en julio de 2008, justo después de que terminara la crisis por las retenciones móviles, que parió una Argentina más polarizada y un segundo kirchnerismo, más radical.

 

Aquello, se sabe, no fue solo su dimisión y el regusto de traición que esta le dejó a la entonces presidenta. Con los años, el gesto se hizo diferencia agria y pública.

 

En julio de 2016, por ejemplo, Fernández sostuvo que "el mayor problema que tenemos con Cristina es que su último mandato es uno en el que es muy difícil encontrar aciertos". No solo cuestionaba su gestión, sino el propio rumbo, uno en el que él, que siempre se asumió como uno de los fundadores del kirchnerismo, no quería embarcarse.

 

Más puntualmente, el actual presidente fustigó el déficit institucional del cristinismo, su política judicial "deplorable", el cepo cambiario, la manipulación del INDEC y el enmascaramiento de una pobreza en alza, el memorándum con Irán, la permanencia de funcionarios como Julio De Vido en el gabinete… No solo abjuraba de las formas.

 

Hoy, domingo, se pueden encontrar repasos de este tipo en otros medios, especializados en denunciar algunas contorsiones e ignorar otras. No es este el caso; la gente cambia y eso está bien, porque, desde el siglo VI antes de Cristo, cuando Heráclito de Éfeso se quedó un día absorto frente a un río, se sabe que la realidad muta. Al contrario, entonces: se busca entender qué han hecho las figuras protagónicas –y la vida misma– con aquellas diferencias.

 

Esas miradas divergentes hoy disputan el proceso de toma de decisiones dentro del propio gobierno. Político más dúctil que lo que muchos advirtieron en el académico de hablar pausado que fue, el ministro de Economía, Martín Guzmán, construye apoyos dentro del peronismo, acumula poder a través de la colocación de cuadros técnicos propios en diferentes áreas de la administración y, a la vez que sostiene su visión sobre el camino de reforma gradual que debe seguir la Argentina, pone gasas sobre algunas heridas.

 

Así, el último miércoles, un comunicado de su cartera dio cuenta de que “el gabinete económico se reunió con eje en la coordinación de políticas de precios y salarios". El título calcó la exigencia de la vice de alinear salarios, jubilaciones, tarifas y precios voceada con poca carpa frente al propio jefe de Estado en el estadio Diego Armando Maradona de La Plata.

 

Mientras, el ministro trata de encontrar un camino viable entre esas presiones y la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Según reveló Letra P, el organismo se plantó con dureza en la discusión de la pauta de inflación que llevan los representantes argentinos a las reuniones, un 29% –con una desviación posible de cuatro puntos porcentuales– en el que ni el organismo ni los análisis privados creen. El tema es crucial.

 

Si el tipo de cambio oficial seguirá –como se prometió– la trayectoria de la inflación para no atrasarse y deteriorar un saldo comercial del que depende el regreso o no de la corrida cambiaria, ¿la devaluación del peso será en el año del 29% o, como cree el mercado, del 50%? Además, el objetivo de alinear los salarios y las jubilaciones con los precios, ¿qué aumentos depararía en las paritarias privadas y públicas? En lo que hace al Estado, ¿qué impacto tendrían esos incrementos sobre un rojo fiscal que, según indica la prudencia, debería ser bastante menor que el 4,5% del PBI presupuestado? En relación con esto último, si la idea inicial del ministro era que las tarifas de servicios públicos se ajustaran en línea con la inflación para no abultar más los subsidios, ¿qué deberían esperar empresas y usuarios en el año electoral?

 

El tema, verdaderamente existencial, divide a los analistas. Están quienes entienden que el FMI no puede ceder tanto y por algo el acuerdo que se esperaba para abril ahora se patea para mayo, pero, también, quienes, como el banco de inversión JP Morgan, sostienen el organismo podría aceptar "un programa de baja calidad" para salir momentáneamente del entuerto de los 44 mil millones de dólares de ese Stand-by destinado a facilitar la reelección de Macri, a pedir del anterior gobierno trumpista, y que deberá pagar toda la sociedad por muchos años.

 

La cercanía de las elecciones pareciera sustanciar la postura de Cristina Kirchner, pero la historia más larga, no. Su visión –la de los subsidios cruzados, los cepos interminables, los controles comerciales y la  cuenta de almacenero con dólares menos que justos en el Banco Central– fue la receta infalible de la derrota de 2015 y de lo que vino a continuación. Aunque ella considere la revancha de 2019 como reivindicación de su segundo mandato, este fue, como decía Fernández hace no demasiado tiempo, un cuatrienio perdido, punta a punta, en términos de crecimiento.

 

Lo peor es que, a ese estancamiento, Macri agregó cuatro años más de reversa a fondo. Tras eso, vino la pandemia. Necesitada de crecer para seguir siendo, la Argentina lleva ya una década parada en un cruce de caminos sin que nadie le diga hacia dónde ir en un modo que resulte técnicamente viable, políticamente sustentable y humanamente tolerable.

 

Así entendido, el dilema actual lleva a preguntarse si, concretado, el objetivo –siempre provisorio– de sacar del medio a Macri deparará alguna vez una política oficial capaz de conformar a todos los sectores del Frente de Todos y de sacar a la Argentina del pozo. Si no fuera así, la unidad del panperonismo solo sería un espejismo, un recordatorio efímero de la feliz alianza kirchnerista original, una en la que, además de los nombres mencionados, cabía Sergio Massa.

 

La visión del presidente sobre el futuro deseable diverge mucho de la de su número dos formal, muy abajo de la superficie. Probablemente, cuando la gestión tambalee, la necesidad de atar y poner cepos para no perder el control sobre la calle los aproxime. ¿Pero cuándo y por qué caminos llegará el tiempo de una cierta normalidad, presupuesto de un despegue tan demorado?

 

Por lo pronto, la política nacional se obsesionará con la urgencia miope de las elecciones. Nadie se interroga sobre lo que puede estar germinando en el subsuelo de una sociedad que desde hace demasiado tiempo vive una vida sin un rumbo claro y convocante.

 

Maximiliano Pullaro recibió patrulleros de la provincia de Buenos Aires
Martín Menem y Karina Milei.

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