La balacera de Todos contra Todos es feroz y los responsables del frente panperonista –por llamarlos de algún modo– toman a sus votantes como escudos humanos. La guerra, que al cierre de esta columna se detenía apenas un instante antes de que alguien presionara el botón nuclear, reconoce un detonante, antecedentes, un problema y un dilema de hierro. Así las cosas, ¿les será posible mantener, al menos, una ficción de unidad para que la Argentina no se les torne ingobernable en lo inmediato y para que puedan insistir –refreshing mediante en la boleta presidencial– con una nueva propuesta electoral en menos de un año y medio?
La enorme movilización del #24M, a la que las facciones peronistas contribuyeron de modo decisivo, expresó las coincidencias que se resumen en la consigna de "memoria, verdad y justicia". Esa unidad, sin embargo, parece solo pasado y necesidad y se torna sepia cuando la foto registra las diferencias del presente. Antes y después del acto, abundaron los disparos verbales.
No lejos de él, Andrés Larroque remontó el rencor a 2017 al recordar que "no nos podemos ir de algo que gestamos. El Presidente fue jefe de campaña de un espacio que sacó el 4% en la provincia de Buenos Aires y Cristina fue la que propuso su candidatura" dos años después.
Axel Kicillof, que se sumó a esa columna, esta vez tomó partido: "El que no le interese pelearse con nadie, que sepa que no lo necesitamos", dijo en un acto con Hebe de Bonafini.
Antes de eso, Alberto Fernández había ofrecido una entrevista a El Destape Radio en la que ratificó su deseo de mantener la unidad para impedir el regreso de la derecha al poder.
Sin embargo, no se privó de aclarar lo que en un contexto normal sería una obviedad: "Escucho a todos, pero el presidente soy yo y el que tiene que tomar las decisiones soy yo".
Así las cosas, los remiendos de la unidad que se ensayan bajo la superficie por ahora no consiguen mejor resultado que una impostura.
Al comienzo se hablaba de cuatro dimensiones de la crisis: un detonante, antecedentes de fondo, un problema y un dilema de hierro.
El gatillo, se sabe, ha sido el acuerdo para la refinanciación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), una bomba de tiempo que Mauricio Macri le dejó al país y al peronismo y que este logró retrasar en su dimensión financiera, pero que adelantó en lo político.
El fondo, sin embargo, no pasa por el Fondo y la reyerta tiene hitos que van bastante más atrás. La carta de Cristina Kirchner del 26 de octubre de 2020, “A diez años sin él y a uno del triunfo electoral: sentimientos y certezas", fue la primera señal de ruidos preocupantes con su señalamiento de los “funcionarios o funcionarias que no funcionan".
La vicepresidenta elevó el tono poco después, en un acto realizado el 18 de diciembre en el estadio Diego Armando Maradona de La Plata. En el mismo reiteró aquella consigna y añadió, ante la mirada atónita de Fernández, que "todos aquellos que tengan miedo o que no se animan, por favor, hay otras ocupaciones además de ser ministro, ministra, legislador o legisladora. Vayan a buscar otro laburo".
La admonición llegó acompañada de un programa: el Gobierno debía encarar el problema del carácter bimonetario de la economía nacional y, por otro lado, alinear "salarios y jubilaciones con los precios de los alimentos y las tarifas".
Cristina veía el peligro de una derrota dolorosa en la elección de mitad de mandato y, de hecho, eso es lo que ocurrió. Consumado ese daño, la guerra civil quedó declarada.
Al detonante y a los antecedentes, se suma –como se dijo– un problema: el Frente de Todos fue concebido como un artefacto electoralmente eficaz, pero jamás implicó una –atención al número: "una"– idea de país.
Esa falla de origen fue explicitada con claridad esta semana por el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, en su presentación de las medidas para retrotraer los precios de alimentos clave al 10 de marzo. En la ocasión, dijo que su tarea es microeconómica y –palabras más, palabras menos– que no se le puede achacar a él el fracaso de la estampida inflacionaria.
Feletti hizo más: blanqueó los desacuerdos de base en lo que hace a cómo se debe conducir la economía. Al ministro de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, Julián Domínguez, le enrostró que debería impulsar un aumento de las retenciones al trigo, el maíz y el girasol para desacoplar los precios internos de los externos, desquiciados por la guerra en Ucrania. Al presidente del Banco Central, Miguel Pesce, que debería acumular más reservas para reducir las expectativas de devaluación y al titular de Economía, Martín Guzmán, que su tarea es alinear precios, tasa de interés y tipo de cambio. Por encima de todos ellos, el señalado implícito no fue otro que Alberto Fernández.
Lo que dijo Feletti recuerda con precisión el programa que Cristina desgranó en La Plata. Ambos tienen razón en los diagnósticos, pero acaso erren en algo esencial: los problemas de siempre ya no parecen abordables con las recetas aplicadas –con dudosa eficacia, por otra parte– entre 2011 y 2015.
De hecho, Guzmán intentó el año pasado alinear las principales variables y, en un derroche de voluntarismo, pretendió hacerlo en torno a un índice de inflación que soñó del 29%. El IPC arrojó finalmente 50,9%, descalabro que obligó a reabrir, tarde y mal, paritarias que resultaron completamente insuficientes. El alineamiento saltó por los aires y, con ello, la cosecha del Frente de Todos en la elección legislativa.
¿Será que la crisis multidimensional de la Argentina, de la que la inflación es solo su costado más visible y corrosivo, se ha espiralizado de tal modo que requiere hoy de abordajes nuevos, alejados del consignismo y de planes que solo consiguen un gradualismo opuesto al buscado, que solo apunta al alza?
La última encuesta de Zuban, Córdoba y Asociados (nacional, 1.300 casos, con cuestionario estructurado on line y un margen de error de + / - 2,71 puntos porcentuales) arroja pistas. Javier Milei, que esta semana explicitó más que nunca su idea de dolarizar la economía, recoge una imagen positiva del 47,3% y una negativa del 41,1%, sustrato de una intención de voto del 18% para la derecha libertaria. La iniciativa dolarizadora recibió un amplio rechazo de los especialistas… pero ya se habla de ella. Esa es la estrategia de la ultraderecha: provocar y quedar en el centro de la escena.
Llama la atención la cifra por tratarse de un sondeo no limitado a la Ciudad de Buenos Aires, pero no el crecimiento de una propuesta que, a falta de sustentabilidad social, al menos muestra claridad. ¿Podría esta arder en lo sucesivo en el altar del voto antiperonista útil? Desde ya, pero esa historia aún no se puede contar.
El Frente de Todos está jugando en contra de sí mismo, pero la contra mainstream no capitaliza por ahora el descontento. Siempre según Zuban, Córdoba y Asociados, Juntos por el Cambio hoy solo capta 37 puntos porcentuales de una intención de voto opositora que se eleva a casi el 60%.
Fuente: Zuban, Córdoba y Asociados.
Se llega, así, al cuarto elemento, el dilema de hierro del panperonismo, que no es otro que su futuro electoral.
Shila Vilker, analista política y directora de la consultora Trespuntozero, le dijo a Letra P que en Todos "hay tensión porque hay dos visiones y dos ideas de país contrapuestas. Esto se deja ver en un momento de desgaste del oficialismo que también impacta sobre la adhesión del kirchnerismo más duro. En 2019, ese sector tenía entre 30 y 35 puntos porcentuales y hoy mide muy por debajo, en torno a los 20 o 25".
Aunque recordó que, pese a ello, la vice "sigue siendo la dirigente con mayor adhesión personal, con una imagen positiva que permanece en torno a los 37 puntos", se preguntó si lo que está ocurriendo "es un proceso de ruptura o uno de diferenciación”. Por lo que parece, es lo segundo: “Una consolidación identitaria del kirchnerismo para cortar aquella fuga de apoyos”, se respondió, no sin aclarar que el panorama “está completamente abierto".
No hay paz posible: el botón nuclear está al alcance de demasiadas manos.