EL PLAN VP

Posibilidades y riesgos de la remake del modelo K

Cristina, pliego de condiciones y su idea de la unidad. Reescribiendo el pasado. Elección en puerta, economía y Corte. ¿Hay condiciones para ese programa?

Nada se innova cuando se afirma que Cristina Kirchner es, desde 2007, la dirigente política que marca el pulso de esta etapa histórica de la Argentina. Eso fue así, incluso, cuando estaba en el llano y las causas judiciales la acechaban tanto o más que ahora. Así se explica que su última intervención, el viernes en el Estadio Ciudad de La Plata Diego Armando Maradona, haya motivado lecturas tan copiosas, algunas, naturalmente, más lúcidas que otras. En ella, la vicepresidenta habló de pasado, presente y futuro, un hilo que enhebró –¿cómo podía ser de otro modo?– a través de su corazón. Las consecuencias de sus palabras –todo un emplazamiento multidimensional– son exigentes en el cortísimo plazo para el socio que ella misma se autoimpuso, el presidente Alberto Fernández, ¿pero qué podría decirse de sus efectos mediatos? Más, todavía más.

 

Su discurso de 16 minutos y la escenografía que lo rodeó supusieron varios mensajes en uno. En ese palco estaban junto a ella los otros socios mayores del Frente de Todos: Fernández y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. Además, el anfitrión y uno de los delfines de la vice, el gobernador Axel Kicillof, que tenía a su izquierda a una mujer, la número dos provincial, Verónica Magario. En el otro extremo, el otro heredero posible del proyecto, el jefe de bloque de diputados, Máximo Kirchner. Presente y futuro. Si la unidad, entonces, estaba toda allí, lo que Cristina hizo fue reinterpretar su sentido: no habrá ruptura, pero ella hará pesar sus términos.

 

Las elecciones de 2019 no se ganaron solamente, les advirtió a los propios y las propias, por el mérito de la unidad. Lo que la sociedad privilegió fue la memoria de 12 años y medio que describió, punta a punta, como virtuosos, período en el que, justamente, protagonistas clave como Fernández y Massa se fueron separando del tronco común por considerar que el rumbo original se había extraviado. Más allá de la indignación de los cazadores de manos poco dispuestas al aplauso, esas diferencias son una realidad que puede posponerse en aras de un objetivo mayor, pero nunca olvidarse.

 

Sin embargo, ante los evidentes tropiezos de su jefe formal, Cristina erigió el legado kirchnerista –como si hubiera uno solo, incluso– en el programa excluyente del Frente de Todos. Sin mediaciones, eso le permitió ir más allá, no solo para señalar a voz en cuello la necesidad de que muchos funcionarios se vayan a buscar laburo –toda una demostración de la preocupante falta actual de coordinación con el Presidente, toda vez que fue necesario hacerle llegar ese mensaje en público– sino, también, para delinear las bases de un programa de gobierno que se había presentado de modo mucho más difuso en la campaña.

 

La vice y mujer fuerte del oficialismo pasó por varios temas medulares: una economía que debe repartir convenientemente el rebote –lamentablemente acotado– que se espera el año próximo a través de un reenganche de los ingresos de la población con la inflación y una política de salud que debe articular, de un modo que prefirió no precisar, sistema público, privado y sindical. Asimismo, reiteró sus quejas contra una Corte Suprema que no termina con el lawfare que denuncia sufrir, preludio de la nueva y más radical arenga contra los “funcionarios que no funcionan”. Si el teléfono les sonó a varios, el de la ministra de Justicia y Derechos Humanos, Marcela Losardo, lo hizo con especial insistencia.

 

Ahora bien, ¿por qué Cristina Kirchner necesitó de viejos rivales para hacerle ganar al peronismo las elecciones de hace poco más de un año? ¿Su techo electoral respondía simplemente al lawfare, el ataque de los grandes medios y sus terminales en la judicatura y en el aparato de inteligencia? ¿Era, en definitiva, solo un problema de imagen o es que el legado que ella presenta como impecable también hacía a la insatisfacción de una mayoría social?

 

El kirchnerismo en versión cristinista sufrió una devaluación brusca a principios de 2014, la economía dejó de crecer –punta a punta– en un segundo mandato que fue tiempo perdido, acumuló desajustes severos y terminó mostrándose incapaz de perforar a la baja un piso de pobreza que, mirado con perspectiva histórica, debería resultar insultante para una sociedad que aún recuerda, aunque cada vez más vagamente, otra otra forma de vivir. Ese estancamiento da cuenta en buena medida de la derrota de 2015. Mauricio Macri, se sabe, empeoró todo.

 

Así las cosas, el desafío para Fernández no consiste solo en lidiar con la presión de su gran valedora en pos de un programa que él mismo consideró fallido en su hora –tanto, que se apartó políticamente de ella–, sino con las consecuencias de una nueva aplicación.

 

Una de las preguntas de fondo es si la pretensión de Cristina Kirchner de que la economía interrumpa en el año electoral la desindexación de variables como las jubilaciones y los salarios –especialmente, en el Estado– es compatible con tensiones cambiarias que cedieron en diciembre pero juran volver. ¿Para qué, a fin de cuentas, el Gobierno modificó la movilidad previsional macrista?

 

Otra: ¿la necesidad de ralentizar, año electoral mediante, el proceso de equilibrio de las cuentas públicas marida bien con la negociación en curso con el Fondo Monetario Internacional (FMI), piedra angular, según el propio Gobierno, del derrotero económico de 2021?

 

Más: ¿qué contenido tendría el plan nacional de salud esbozado y cuál sería su impacto en un sector de la opinión pública que se revolvió cuando el ministro de Salud, Ginés González García, osó sugerir que la pandemia podía obligar al Estado a disponer de todos sus recursos?

 

Por último y más importante: si para la vicepresidenta la encallada reforma judicial despachada al Congreso por el Poder Ejecutivo no es tal y si le urge ponerles fin a las persecuciones que denuncia, ¿qué contenido tendría una iniciativa realmente útil para poner patas para arriba al poder más deslegitimado del Estado? ¿Estaría ese objetivo al alcance de un gobierno sin mayoría en la Cámara de Diputados y al que la derecha intensa, esa que incuba un huevo ultra que por momentos parece a punto de hacer eclosión, le ha hecho banderazos crecientes ante cada mínima exhalación?

 

La Argentina 2021 será tan turbulenta como la de siempre. Lo que no estaba en los cálculos era que la grieta se instalara en el palacio. ¿Será ese el destino inevitable?

 

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