Antes de llegar a la mitad de la carrera, ese dilema que era 2021 hasta hace no mucho comienza a correrse el velo. La pandemia pega más duro que nunca y obliga otra vez a limitar la actividad, pero la campaña de vacunación parece tomar un ritmo interesante; en tanto, el Banco Central logra por fin que los dólares de la soja sirvan para acumular reservas imprescindibles para comprar paz cambiaria, pero la inflación se empina y el rebote productivo da indicios de tener las patas cortas. Así las cosas, el Gobierno se sobresalta mientras ve caer las hojas del calendario que lleva a las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 12 de septiembre y a las legislativas del 14 de noviembre.
La carrera contra el tiempo de la vacunación puede valer votos: encuestas recientes ubican ese ítem entre las principales inquietudes del electorado, como si el líquido inmunizante incluyera algún componente capaz de mejorar el humor del padrón de votantes. Sin embargo, está por verse si la regla del “primer metro cuadrado”, usualmente vinculado a cuestiones como el empleo y la relación entre ingresos y precios, quedará relegada por la inédita pandemia. En el Frente de Todos se ilusionan con que la situación sanitaria esté mejor encaminada para cuando se abran las urnas, pero temen por la economía.
Eso es así, sobre todo, cuando la pobreza sigue haciendo estragos y no resulta posible todavía dejar de aplicarle un stop and go irritante a la movilidad de la población: de acuerdo con el último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), “entre 2017 y 2020 el porcentaje de trabajadores y trabajadoras pobres pasó de 15,5% a 27,4% y de 1,9% a 4,4% al considerarse un umbral de pobreza extrema”.

Fuente: Observatorio de la Deuda Social de la UCA.
Para mejorar ese panorama, sería necesario que los precios se aquietaran y que la actividad recuperase todo lo que fuera posible después de tres años de recesión, “coronada” el año pasado con un derrumbe del 9,9%.
Una condición necesaria –pero no suficiente– para una cierta estabilidad de precios es que el tipo de cambio oficial no se vea sometido a vaivenes violentos. Para eso, a su vez, hace falta que las expectativas de devaluación se mantengan controladas y no se dispare la brecha entre aquel y los paralelos. Después de un comienzo de año difícil en lo que hace a la acumulación de reservas, el presidente del Banco Central, Miguel Ángel Pesce, puede al fin exhibir resultados positivos: la entidad compró el miércoles último 145 millones de dólares, lo que le permitió acumular, en lo que va del mes, 1.986 millones, un récord desde 2003, cuando comenzó a operar el Mercado Único y Libre de Cambios (MULC).
El elevado precio internacional de la soja y sus derivados ayuda en plena temporada alta de exportaciones, pero lo que el Central logró fue revertir una tendencia en la cual apenas quedaba en sus arcas algo más de un cuarto de los dólares que les compraba a las cerealeras (5.625 millones de dólares en lo que va del año), mientras el resto se iba en pagos de deuda, importaciones e intervención en los mercados del dólar paralelo.
“Este año ya se recuperaron las ventas del año pasado y, en el acumulado de compras desde diciembre de 2019, el Banco Central lleva adquiridos 2.560 millones de dólares”, le dijo a Letra P una fuente de la autoridad monetaria.
Sin embargo, los precios no se rigen solo por lo que ocurre con el tipo de cambio, lo que explica que la dinámica esté escapando rápidamente de la previsión del Presupuesto 2021, fijada por el ministro Martín Guzmán en 29 a 33 por ciento. Con una inflación del 17,6% acumulada hasta el mes pasado, analistas privados creen que la meta oficial quedaría alcanzada en julio o agosto, lo que supondría una muy mala noticia justo antes de las PASO y pondría en tensión, en el momento menos oportuno, acuerdos paritarios basados en aquella proyección más un plus destinado a la recuperación de poder adquisitivo. Para todo el año, el consenso de los analistas privados sigue oscilando entre el 45 y el 50 por ciento.

Fuente: INDEC.
El otro frente amargo es el de la actividad propiamente dicha. El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) arrojó en marzo la caída contra el mes anterior, una de 0,2% que siguió a la de 0,9% de febrero.
Claro que los datos de abril en adelante marcarán fuertes recuperaciones interanuales, por compararse con bases muy bajas dadas por la cuarentena de 2020 que paralizó buena parte del aparato productivo. Sin embargo, si esta tendencia se consolidara, lo que quedaría no sería mucho más que un mero rebote estadístico y no un crecimiento real, suficiente para que la población la perciba en el bolsillo.
En ese sentido, no ayudarán estadísticamente las restricciones a la movilidad actualmente vigentes en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y otras zonas del país, reintroducidas este mes debido a la escalada feroz de los contagios y muertes por covid-19.
“La evolución de la actividad sorprendió negativamente porque la economía empezó a caer secuencialmente en marzo, incluso antes de que impactaran las restricciones a la circulación”, dijo Consultatio en su último informe. “La sorpresa se explica porque varias estimaciones privadas proyectaban un crecimiento. Aunque la movilidad en abril y lo que va de mayo siguió siendo bastante elevada, la nueva ‘fase uno’ anunciada por el presidente (Alberto Fernández) se hará sentir en la actividad”, continuó.
Con inflación en alza y crecimiento tambaleante, nada hace suponer que la interna en el Frente de Todos vaya a ceder en lo inmediato. Todo lo contrario, la presión del ala política –cristinismo y massismo– debería incrementarse para que el oficialismo no debiera enfrentar en la campaña críticas por no haber cumplido su principal promesa de 2019: poner dinero en los bolsillos de los argentinos y las argentinas.