Mientras Argentina y el mundo ruegan por una vacuna o, al menos, un tratamiento efectivo contra el COVID-19, quema el deseo de volver a vivir con normalidad, aunque esta sea nueva y bajo custodia. ¿Pero qué economía y qué política aguardan a la vuelta del nuevo coronavirus?
Sin embargo, son tantos los indicadores de actividad que remiten a 2001 que el off the record de muchos economistas no descarta una retracción similar a la de aquella calamidad, que llegó a casi 11% el año siguiente. Todo dependerá de la duración de la emergencia.
Para desesperación de Axel Kicillof y sus intendentes, que temen que el brote de la villa 31 sea un presagio para los 1.800 barrios populares del conurbano bonaerense, la Ciudad de Buenos Aires blanquea en estos días una apertura del aislamiento que había sido impuesta de hecho por la sociedad. Los resultados no son buenos y puede que, en cualquier momento, el dado lleve al casillero 58 del Juego de la Oca y la cuarentena vuelva al punto de partida.
Con una economía ya baqueteada, tal retroceso al aislamiento hardcore maximizaría la destrucción de capital (el stock de empresas) y de trabajo (los empleos). Si el sufrimiento material de la sociedad puede descontarse, queda pendiente nada más (nada menos) que determinar su intensidad.
¿Qué será del gobierno de Alberto Fernández cuando pase el temblor? ¿Qué le reclamará esa Argentina dañada?
La última encuesta de Analogías (2.845 casos, alcance nacional, formato IVR, margen de error +/- 2%) da pistas interesantes. Por un lado, el Presidente mantiene un nivel de ponderación galáctico: 88,9%.
Fuente: Analogías.
En tanto, para un agregado del 85,2% el Estado deberá intervenir "con más fuerza" en la economía pospandemia y los números no son muy diferentes cuando se pregunta por la imposición de precios máximos (86,4%) o si el impuesto a las grandes fortunas tiene que cobrarse todos los años (75%).
Fuente: Analogías.
Siempre según Analogías, esa sociedad que escucha cómo le crujen los huesos ve mayoritariamente con buenos ojos la aplicación de un ingreso básico ciudadano (65,3%).
El mencionado REM prevé para 2021 un rebote del 3,8%. El problema de pronósticos como ese es que suponen una evolución lineal del desconfinamiento: fase 1, 2, 3, 4… y a ver a Boca. Sin embargo, un retroceso o una prolongación de la reciente agitación del dólar podrían abortar el alivio. La incandescente negociación por la deuda es otra incógnita de la que depende que el país vuelva a vivir con el lubricante del crédito.
La tendencia a reclamar más Estado será global: Donald Trump proclamó días atrás “el fin de la era de la globalización”. Tenga razón o no, el hombre gobierna la principal potencia del mundo y, además, bien podría obtener la reelección en los comicios previstos (por el momento) para el 3 de noviembre.
Ese estado de cosas hará que en la Argentina se extienda la categoría de “planeros”, habitualmente usada de modo despectivo por muchos de los nuevos beneficiarios. Más de un empresario requerirá por un buen tiempo auxilio oficial, el que, además de efectivo, créditos subsidiados y facilidades impositivas, constará (doctrina Trump mediante) de mayor protección contra las importaciones.
La crisis volverá a meter una cuña en un bloque empresarial que se unió bajo la bandera del libre mercado en el segundo mandato de Cristina Kirchner y durante el tramo menos dañino del de Mauricio Macri. Por no hablar de las pymes, la industria girará en torno al Estado y la resistencia quedará para el campo núcleo, harto de retenciones y tipo de cambio pisado, y para las finanzas, limitadas en su vicio por el escapismo.
El próximo año habrá elecciones de mitad de mandato. Como se supone que la aprobación de Fernández será entonces más terrenal, cabe preguntarse cómo llegarán a ellas él y sus opositores.
La crisis difumina las diferencias ideológicas entre las alas kirchnerista, albertista, massista y peronista tradicional en el Frente de Todos.
Si la sociedad dañada requerirá amparo, lo buscará en el Gobierno. Lo mismo correría para sindicatos, empresarios y gobernadores que encontrarían arduo el lujo de la libertad. Si el Presidente encontrara qué ofrecer, los comicios le darían una gran chance de afirmar su liderazgo.
La crisis difumina las diferencias en el oficialismo. En efecto: ¿cómo se habrían de notar los sostenidos y bemoles de las alas kirchnerista, albertista, massista y peronista tradicional en temas como austeridad fiscal, contención monetaria, sinceramiento de tarifas, apertura comercial o vigencia de un mercado más libre en momentos en que la política se limita a imprimir pesos para atender urgencias?
En la oposición, en tanto, la emergencia amplifica los roces. Los talibanes se irritan cuando ven a Horacio Rodríguez Larreta escuchar en silencio cómo Fernández fustiga a los rompecuarentena. Por eso también otros intendentes bonaerenses del PRO y el radicalismo realmente existente juegan a la moderación. ¿Cómo se confronta con el dueño de la lapicera y de una popularidad estelar?
Los halcones del PRO, todos sin tierra, anidan en balcones, alacenas llenas de cacerolas y redes sociales. Le hablan a su núcleo duro. ¿Pero no está este, en definitiva, condenado a ser furgón de cola, más allá de 2021, de la figura no peronista más prometedora? "No peronista", se dijo, no "anti": por un buen tiempo, el humor social no estará para que le hablen de ajuste y productividad.
No sorprende entonces que Fernández haya sacado de la nada la figura de María Eugenia Vidal. ¿Para qué, si ella callaba, le enrostró (con razón) el haber hecho del rechazo a la construcción de hospitales una épica y (sin razón) el haber priorizado la reparación de infraestructura derruida tras una eternidad de gestiones peronistas?
La propia exgobernadora dio la respuesta pocos días más tarde, al inaugurar en Santa Fe una rotation nacional virtual que eleva su perfil y recuerda que, aun derrotada, en diciembre se fue a su casa con un enorme paquete de votos en el principal distrito del país. Fernández coopera (la realidad lo impone) con Larreta, pero imagina la competencia que viene con liderazgos moderados. A Patricia Bullrich, Miguel Pichetto y otros les deja el troleo.
Sin embargo, el Presidente corre el riesgo de que la búsqueda de amparo de una sociedad no solo empobrecida sino más desigual lo encuentre sin herramientas. Hay que recordar que la emergencia va generando en el horizonte una tormenta perfecta de emisión caudalosa, presiones graves sobre el dólar, inflación en alza y riesgo del noveno default nacional.
Si la política tiene una ley desde hace más de un siglo, desde Europa hasta América, es lo mal que maridan la democracia y las clases medias empobrecidas. ¿Qué fue, si no, el fenómeno de Jair Bolsonaro, tras el auge lulista de los nuevos consumidores y su eclipse post 2009, que le tocó sufrir a Dilma Rousseff? En tal caso, el malestar bien podría bajar de los balcones a la calle.