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Javier Milei, el fantasma de diciembre y las contradicciones en la era del Gran Ajuste

De 2001 a 2025 (de Bush a Donald Trump), pasando por 2017: el juego de las diferencias. Claves para explicar la paradoja libertaria. ¿Quién discute el 2027?

Con Javier MIlei empoderado por el triunfo electoral de octubre, aunque después de una semana de advertencias de que ninguna luna de miel es un paraíso inexpugnable, el siempre temido fantasma de diciembre de 2001 volvió a pasar de largo y, acaso, más desapercibido que nunca desde su ocurrencia fatal.

Volaron en paz el viernes 19 y el sábado 20, fechas fatídicas en el calendario de la Gran Crisis que no tienen marcas en rojo en la era del Gran Ajuste, de la economía de tono recesivo, el consumo led, el abandono de sectores vulnerables por parte del Estado y el declive de la clase media. ¿Cómo se explica la aparente paradoja?

La caída de Fernando de la Rúa dejó huella en la sociedad, el Círculo Rojo del poder económico y la dirigencia política. Hoy, ante la impotencia de sectores extendidos de la primera y con el apoyo del segundo, la tercera desanda su aprendizaje de aquel trauma y ensaya un nuevo y audaz experimento de disciplinamiento del "impulso igualitario" constitutivo de la Argentina. ¿Zona de riesgo?

La génesis de 2001 (vista desde el 2025 de Javier Milei)

La renuncia del último presidente radical llegó después de varios hitos.

Las crisis internacionales sucesivas desde 1995 y, sobre todo, 1998, le imprimieron un sesgo fuertemente recesivo a la economía. Esto, a su vez, se vio agravado por la persistencia en el ajuste y por el corsé del "uno a uno", que se le hizo cada vez más asfixiante a una sociedad que lo sufría, pero que necesitaba sostenerlo para evitar el estallido de las deudas privadas –y la pública– contraídas en dólares de fantasía. La propia elección de De la Rúa dos años antes había sido producto de esa ambigüedad.

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Fernando de la Rúa abandona la Casa Rosada en helicóptero, imagen icónica de la gran crisis de 2001.

Fernando de la Rúa abandona la Casa Rosada en helicóptero, imagen icónica de la gran crisis de 2001.

Más encima de la eclosión, la elección de mitad de mandato encontró al gobierno de entonces sin siquiera una lista que lo reivindicara. Fueron los comicios del "voto bronca", el "que se vayan todos", la crisis de representatividad y el símbolo de las fetas de salame en las urnas.

Luego, el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O’Neill, cuestionó la reiteración de "paquetes de rescate" –como siempre, financiamiento barato para la salida de especuladores de alto riesgo– que habían aceptado la administración de George Bush padre y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo hizo con una frase para la historia: "Los plomeros y los carpinteros estadounidenses se preguntan qué diablos estamos haciendo con su dinero en la Argentina".

Esa fue la piedra de toque del vértigo. Abandono del FMI, corrida bancaria, corralito anunciado por el hoy otra vez influyente Domingo Cavallo el 2 de diciembre, la huelga general del 13 de ese mes, una ola creciente de saqueos, la declaración del estado de sitio el 19, los cacerolazos y el desafío a esa medida en una noche inolvidable; la salida de la clase media a la calle, la promesa al final incumplida de la unidad en la lucha del "piquete y la cacerola", la represión del 20, los 38 muertos y el helicóptero.

El racconto da idea de la peculiaridad de ese tiempo, pero la idea de Mauricio Macri de intentar nada menos que en un diciembre –de 2017– una reforma lesiva para los jubilados derivó entonces en una manifestación violenta y violentamente reprimida el 18-D que pareció abanicar las cenizas de 2001.

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Diciembre de 2017.

Diciembre de 2017. "El Gordo Mortero", protegonista tristemente célebre de la protesta, brutalmente reprimida, contra la reforma previsional que impulsaba Mauricio Macri.

Las lecciones de 2001

El Círculo Rojo del poder en general –el gran empresariado y la dirigencia política– sacó varias lecciones del 20-D de 2001, que por esas martingalas de la historia terminó, menos de un año y medio más tarde, en la "década ganada" del kirchnerismo. Ese aprendizaje puede resumirse en tres nociones:

  • La situación social, sustrato más explicativo de la Gran Crisis que las teorías conspirativas sobre el rol del peronismo bonaerense en el estallido, requería una cierta tolerancia de la protesta e incluso del piquete, esto es más su administración que su represión. Esta lección se completó el 26 de junio de 2002, cuando balas policiales terminaron con las vidas de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, hecho que, junto con el intento oficial de encubrimiento, terminó con cualquier chance de continuidad de Eduardo Duhalde en la Casa Rosada.
  • Admisión de los movimientos sociales incubados al calor de la crisis como intermediarios de una asistencia imprescindible.
  • Establecimiento de una ayuda social potente frente a un indicador de pobreza que en octubre de 2022 superó el 65%.
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Macri intentó desde diciembre de 2015, con voluntad decreciente, desmontar esos pilares del post 2001. Patricia Bullrich, entonces en su primera gestión a cargo de la seguridad, pretendió sin éxito "ordenar la calle", la gestión de la economía intentó recortar el gasto social y previsional y Carolina Stanley se resignó pronto, desde el Ministerio de Desarrollo Social, más a negociar que a eliminar los movimientos sociales. Esas promesas se fueron quemando en el altar de la gobernabilidad y el gradualismo, estrategia financiada por la insana deuda emitida por el primer Toto Caputo y de la que el ingeniero hoy se arrepiente.

Milei decidió dar vuelta esas tres páginas desde su llegada al poder, otra vez con las presencias de Bullrich y Caputo, así como de Federico Sturzenegger, ayer presidente del Banco Central y hoy ministro de Desregulación.

Y Milei lo hizo.

La contrarreforma de Javier Milei

El extremista de derecha impuso finalmente el viejo protocolo antipiquetes de su adversaria en la carrera presidencial de 2023, lo que se sumó a un veto fuerte a cualquier forma de intermediación y negociación de la política social para terminar con las manifestaciones callejeras, eliminar la protesta y desactivar a los movimientos. Una verdadera contrarreforma, posible por el olvido del establishment del susto que se pegó en 2001 y que la platea de clase media aplaude.

En tanto, recortó el gasto social casi por todos lados, en especial licuando de entrada las jubilaciones y programas como el Potenciar Trabajo, las becas Progresar, diversos planes de salud y educación, los subsidios por discapacidad y las políticas de género y diversidad. Por el contrario, incrementó fuertemente en términos reales la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar, lo que explica, junto al efecto benéfico de la merma de la inflación y los rezagos estadísticos del INDEC, la reducción del índice oficial de pobreza.

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El plan de tres patas viene cumpliendo cada uno de sus objetivos: ahorro presupuestario, "ordenamiento de la calle" y desactivación de los movimientos sociales, aun a costa del riesgo de desorganizar las demandas en momentos de crisis.

Un éxito en tiempos de Nochebuena con mucho "amigo invisible", marca en el orillo de la era del Gran Ajuste. ¿Una contradicción?

Javier Milei en el juego de las diferencias

Como antes de la Gran Crisis, el ajuste es una constante. Según un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), "respecto de 2023, el gasto primario consolidado de 2025 tendría un descenso de 6,5 puntos porcentuales del PBI, dadas bajas de 5,1 puntos del PBI del gasto nacional, de 1,1 punto del PBI del provincial y de 0,3 punto del PBI del municipal".

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En tanto, como en el 2000 de la fallida "ley Banelco" y en el 2017 macrista, hay una "reforma estructural" en las gateras: la laboral. Sin embargo, acorralado por su propio maximalismo y su falta de vocación negociadora, el Gobierno debió levantar el pie del acelerador y, concentrándose en salvar el Presupuesto del ajuste permanente, mandar ese proyecto a febrero.

También está el sindicalismo, en especial la CGT, tan cómplice del ajuste como hasta 2017, pero más dócil que en 2001. Los gremios viene de realizar, el jueves, una demostración de músculo en la calle y amenaza con un paro general, pero sus zarpazos parecen hoy los de un cachorro de gato juguetón.

Basta de paralelos. Todo lo demás es diferencia notable.

Eso que explica que el fantasma de diciembre de 2001 parezca haberse ido de la Argentina a pesar del Gran Ajuste, su costo social y la eliminación de todo el aprendizaje político hecho en base a esa crisis nacional.

Los dólares de Donald Trump

Hoy Scott Bessent piensa, al revés de O’Neill, más en aplicar desde el costado financiero la doctrina Trump en Latinoamérica que en los plomeros y los carpinteros de su país. Así las cosas, el FMI sigue financiando al Gobierno y extendiendo pacientes waivers –dispensas– por la contumacia en el incumplimiento de la meta de acumulación de reservas.

Por otro lado, no hay corralito ni crisis financiera a la vista, situación que debería sostenerse todo el tiempo en que el veleidoso republicano siga pensando que Milei vale lo suficiente, a pesar de convertirse en una moneda política –la de la ultraderecha– cada vez más abundante en la región.

Aunque su consolidación como rasgo estructural de la sociedad y el empobrecimiento relativo de los sectores medios deberían encender luces de alerta, la pobreza baja o se ameseta.

¿Quién le discute el 2027 a Javier Milei?

Al revés de De la Rúa en 2001, pero al igual que Macri en 2017, el oficialismo viene de ganar la elección de mitad de mandato, lo que pone a priori a Milei en la pole position para 2027 y despeja los augurios de desmoronamiento y desgobierno que lo acompañaron, de modo decreciente, desde su llegada a la Casa Rosada. El peronismo lo ayuda con su crisis eterna.

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Unas cuantas de las diferencias señaladas con respecto a los viejos escenarios de crisis extrema parecen, en verdad, lejos de estar aseguradas en el mediano o largo plazo: el apoyo a rajatabla de Estados Unidos y el Fondo, la estabilidad financiera, la reducción de la pobreza y hasta la desorientación del peronismo. Con todo, lo señalado parece suficiente para descartar cualquier hipótesis de estallido. Lo que viene, parece, es un tiempo de gobernabilidad condicionada más que uno de desmoronamiento, efecto de la combinación de una crisis de representación persistente, pero que "se resuelve" en forma de apatía.

Si el corralito –al revés del "corralón" posterior, en principio no suponía la confiscación de depósitos, sino que limitaba a 250 pesos/dólares por semana el retiro de efectivo– fue la marca más notoria del 2001, hay que entenderlo como la virtual derogación o, al menos, limitación severa del dinero en una etapa en la que era todavía, en gran medida, efectivo.

Existían ya canales electrónicos, pero su desarrollo era todavía embrionario, por lo que el torniquete aplicado por Cavallo a la sangría de la plata de los bancos supuso la eliminación de buena parte del principal lubricante de las relaciones económicas y sociales. Aquella explosión, pensada de ese modo, sorprende menos y a la distancia puede considerarse un hecho excepcional, gatillado por causas excepcionales y de difícil reiteración.

En la economía hay males de distribución universal o sectorial. La inflación y la abrogación del dinero circulante corresponden a la primera especie, por afectar a mayorías amplias de la sociedad, si no a toda. En cambio, el desempleo y hasta el empobrecimiento, al menos dentro de ciertos rangos, se vinculan con los segundos, por no impedir la acumulación política y hasta la formación de mayorías de respaldo o electorales dentro del universo de los incluidos. Carlos Menem dio la mejor demostración de esto en los años 1990.

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A eso mismo apunta Milei y eso deberá entender la oposición. Es en las condiciones actuales –no en las extremas de 2001– que sus detractores deberán constituirse en opción para 2027. Las claves serán la economía y la disfuncionalidad del modelo en construcción para la vida en sociedad.

Javier Milei.
Jerónimo, Sola y Argüello, el triunvirato de conducción de la CGT

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