Kast presidente: el Chile de 1990 y la Argentina de 2027
El ultraderechista barrió a la izquierda en el ballotage. ¿Volver a Pinochet? El espejo de Javier Milei, el imperio de Donald Trump y la agenda que manda.
José Antonio Kast, presidente electo de Chile. La ultraderecha suma un alfil en la región.
José Antonio Kast se convirtió este domingo en presidente electo de Chile tras aplastar a la izquierda: el ultraderechista candidato del Partido Republicano venció a la comunista Jeannette Jara, exministra del Trabajo y Previsión Social del mandataio saliente, Gabriel Boric, por más de 58% a casi 42%.
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Kast asumirá el poder el 11 de marzo próximo sin que se sepa si está poniendo en hora el reloj de la historia o atrasándolo hasta 1990, cuando su admirado Augusto Pinochet debió ponerle fin a su dictadura por la derrota que sufrió en el plebiscito de octubre de 1988, con el que había consultado al pueblo chileno si debía continuar en el poder.
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Augusto Pinochet, en campaña para el plebiscito de 1988 sobre su continuidad Lo perdió y en 1990 debió entregar el poder.
Tal vez Kast sea el hombre justo en el momento adecuado, cuando las ideas de extrema derecha parecen hechas a medida de la coyuntura en buena parte del mundo, pero no puede descartarse que resulte apenas el emergente de una reacción conservadora extemporánea, producto de mayorías que buscan en canciones viejas la utopía extraviada del bienestar. Así, lo ocurrido este domingo en el país hermano es una enorme invitación para pensar –sólo eso, porque no se trata de hacer copy-paste– la Argentina de 2027.
Con la ventaja que obtuvo sobre el oficialismo, el vencedor confirmó lo anticipado por las encuestas y lo sugerido por el resultado de la primera vuelta, celebrada el 16 de noviembre, cuando más de la mitad del electorado se había decantado por opciones de derecha.
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Fuente: EMOL.
Al final, el mandato para Kast es contundente por porcentaje y por haberse impuesto en todas las regiones, en tanto el piso al que cayó la izquierda no tiene precedentes desde el retorno de la democracia.
El miedo no es zonzo: en su discurso de concesión, Jara llamó a que la izquierda no extravíe la unidad para lo que viene. De inmediato, se desplazó para felicitar en persona al vencedor. Excelentes formas republicanas, pero en la calle, los militantes de un campo y otro gritaban "el que no salta es nazi" y "el que no salta es comunista".
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El giro de Chile
En el primer turno, el abogado Kast, hijo de un alemán afiliado al Partido Nazi y pertinaz reivindicador del pinochetismo, se había impuesto en la denominada "interna de las derechas", postergando, entre otros, a una opción estilísticamente más parecida a Javier Milei, la de Johannes Kaiser y a la piñerista Evelyn Matthei.
El dato del giro de la ciudadanía se refuerza al recordar que el presente ciclo fue el primero que se realizó, simultáneamente, con voto obligatorio y empadronamiento automático, lo que se tradujo en una participación del 85%. Parecería que un sentido común de derecha, marcado a fuego por 17 años de pinochetismo, tiende a primar todavía en el universo de las personas desideologizadas.
En Argentina, se sabe, tanto el empadronamiento automático como el voto obligatorio son tradición, pero la práctica de la ciudadanía, cada vez más tendiente al abstencionismo, probablemente también diga algo sobre el sentido común de la masa de votantes que hoy se declara prescindente.
Sí, Chile nos ha hablado.
Chile y una agenda a medida de la derecha
La inseguridad y, en particular, el temor a sufrirla se ubican al tope de las inquietudes de la población, muy vinculada en el imaginario dominante a la inmigración en la frontera norte, a la que mucha gente y comunicadores vinculan con el crecimiento del narcotráfico y los crímenes mafiosos.
La tasa de homicidios –seis por cada 100.000 habitantes– es superior a la de la Argentina –3,8/100.000 en 2024– pero no espanta demasiado. Sin embargo, su incidencia en ciertas regiones es sensiblemente mayor al promedio y delitos como los robos aumentaron 25% en los últimos ocho años.
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Chile votó por un nuevo giro -¿retroceso?- a la derecha dura.
Que la inseguridad haya sido señalada como el mayor problema del país por el 63% de las personas consultadas en octubre por la encuestadora Ipsos es relevante: ese guarismo llega al 59% en México y al 45% en Colombia, nada menos.
En esa agenda, era previsible que Kast le sacara ventaja a Jara, pero las cosas se complejizan cuando se llega a los temas socioeconómicos.
La violenta insurrección popular de octubre de 2019 a marzo de 2020, un grito de equidad anhelada, se vinculó con rezagos del orden pinochetista como la primacía del lucro en lo que deberían ser servicios sociales amplios como la salud y la educación, pero dos propuestas consecutivas de reforma constitucional fracasaron en sendos referendos en 2022 y 2023 y dejaron a Boric sin el corazón de su programa de gobierno.
Si la inquietud por la inseguridad –para la que el mandatario electo prometió mano dura– y la inmigración –deportaciones masivas– suelen ser puntos fuertes para las ofertas conservadoras, lo socioeconómico señala a Kast como una posible anomalía.
¿Realmente una mayoría social cree que se puede resolver los problemas de los servicios públicos desandando el lento camino de su democratización y reinstalando una noción de lucro irrestricto?
¿Efectivamente quiere que el relanzamiento del menguado crecimiento económico se realice siempre a expensas de los trabajadores?
Boric y su impopularidad del 57% –tan cerca del porcentaje que obtuvo Kast– fueron un lastre para Jara, más allá de su propia imagen, de lo que representó la abusiva etiqueta del "comunismo" en el viejo-nuevo Chile y del manejo de su campaña.
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Gabriel Boric, presidente saliente de Chile.
Al asumir, en marzo de 2022, el mandatario de izquierda saliente recibió una inflación en alza. Las medidas impuestas por la pandemia –mayor gasto público y permiso para que los trabajadores echaran mano a parte de sus cuentas en las administradoras previsionales privadas– generaron ese año un salto del índice de precios al consumidor (IPC) hasta el 12,8%; el anterior ya había arrojado 7,2% el mayor guarismo en 14 años.
Boric restauró la normalidad –este año se proyecta un 3,7%–, pero el salario real no mejoró sino marginalmente y la percepción predominante es que el costo de vida es alto.
Además, el crecimiento económico –la injusta joya legada por Pinochet– bajó a un promedio de 2,5% anual, lo que parece sumir a Chile en la llamada "trampa de los países de ingresos medios", por la que demandas sociales crecientes reducen los márgenes de retribución del capital y la inversión, ralentizando el camino al desarrollo. La Argentina es un caso emblemático y extremo de ese aparente dilema.
Boric, quien se montó como un outsider sobre las protestas de 2019-2020 y se ofreció para superar la timidez de la herbívora izquierda concertacionista, encontró que gobernar es más difícil que protestar. Tal vez no fue un presidente tan malo como piensa hoy la mayoría de sus conciudadanos, pero quedó lejos del cumplimiento de las promesas de cambio que lo habían encumbrado.
Lo curioso es que esa expectativa insatisfecha sea puesta hoy en manos de quien siempre fue un pinochetista, ayudó –con éxito– a resistir los cambios constitucionales del 22 y el 23 y promete un ajuste de 6000 millones de dólares en un año y medio, lo que bajo ningún cálculo podría dejar a salvo el gasto social y previsional. Kast asegura que ahorrará sobre el despilfarro de la política, pero ni la cordillera de los Andes alcanza a tapar la falacia de ese argumento cuando suena la motosierra.
Kast, Javier Milei y Donald Trump: derecha conocida, derecha por conocer
Kast es un conservador ultracatólico y, aunque se alinea con Donald Trump y se identifica con las políticas de Milei, es un hombre más convencional que los otros dos en sus manifestaciones públicas.
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Kast, el presidente electo de Chile, y Javier Milei.
El argentino, de hecho, celebró sentirse más acompañado en la región. Sin embargo, justamente por ser ahora un bien más abundante, puede resultar un poco menos valioso a los ojos del norteamericano.
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¿Kast es un pinochetista? Claro, aunque entendió que sólo tendría éxito en su tercera aventura electoral si hacía su aporte al sutil arte del autoengaño popular: limar las aristas más filosas de aquel formato y dejar de prometer indultos para violadores de los derechos humanos y repenalización del aborto incluso en casos de violación, peligro de vida de la madre y malformación del feto.
Kaiser, un hombre en technicolor, fue un candidato más asimilable al anarcocapitalismo y la grosería del argentino, pero una mayoría de la población de Chile optó ya el mes pasado por una versión más conocida de la derecha y relegó a otra, desconocida y de modos más bastos.
En clave regional, aun con una derecha más conservadora que populista, el ballottage supone un giro trascendente y a pedir de Donald I. El estadounidense suma a su bloque a la quinta economía latinoamericana. Argentina, la tercera, ya le pertenece en cuerpo y alma y el año próximo se jugará plenos en las elecciones de Brasil –la primera– y, sobre todo, Colombia –la cuarta–.
¿Corresponde hablar de hegemonías culturales sedimentadas o, directamente, hay algo en el "espíritu de la época"?
El búho de Minerva
Georg Wilhelm Friedrich Hegel escribió en el Prefacio de sus Principios de la filosofía del derecho, de 1820, la oración que acaso sea la que más se le cita. "Cuando la filosofía pinta con sus tonos grises, ya ha envejecido una figura de la vida que sus penumbras no pueden rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de Minerva recién alza su vuelo en el ocaso", dice con hermosura.
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Georg Wilhelm Friedrich Hegel, retratado por Jacob Schlesinger en 1831.
Para Hegel, la historia consiste en el desenvolvimiento racional de un Espíritu –el Geist– que progresa de modo teleológico –con una finalidad– hacia la plena realización de la libertad. Ojo: nada que ver con la vulgata libertaria en boga.
En ese derrotero, prima en cada época un Zeitgeist, entendido como el "espíritu del tiempo", que define el ambiente cultural e ideológico de cada época.
Hace un tiempo, en la cuenta de Twitter que ahora se atreve a reivindicar, Santiago Caputo escribió que Milei encarna ese Zeitgeist en la Argentina de hoy, hagan lo que hagan adversarios destinados al fracaso.
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Hegel llevó la filosofía del siglo XIX a una cumbre intelectual con pocos parangones, pero aun así no es más que una vertiente de ella. ¿Zeitgeist de derecha sin compasión, entonces?
Aun si su sistema fuera una verdad revelada, el genio de Stuttgart explica, como se dice en Puan, que "las cosas son más complejas".
En la cita mencionada más arriba, cuenta que "el búho de Minerva", el saber, recién vuela en el crepúsculo, cuando la etapa colorida de la vida ya quedó atrás; sólo entonces son posibles los tonos grises del conocimiento. Así, la verdad se revela retrospectivamente.
¿Ese despliegue racional del Geist es inherente a la historia? ¿Es su naturaleza íntima, como afirmó el filósofo, o apenas un espejismo retrospectivo, la estructura racional que la mente humana le imprime al pasado?
¿Son los Milei, los Trump y los Kast encarnaciones de un "espíritu del tiempo" o accidentes dentro de una trayectoria más larga, acaso distinta y más trascendente?
Si así fuera, no habría porqué resignarse al aquí y al ahora. Que el Zeitgeist, ese misterio insondable, haga lo suyo mientras se vive la vida en colores.
Ya vendrán otras mentes a explicarlo en tonos de gris.
La esperanza vuela más temprano que el búho de Minerva.