LA QUINTA PATA

El Plan (para una) Primavera albertista

Que pase el invierno. La vacuna contra las decepciones. ¿Alcanza el rebote magro de la economía? "Voto de confianza": el salvavidas de la fe.

"No vamos a buscar que validen solamente lo que hicimos en pandemia, que fue muy importante. Necesitamos que este voto sea de confianza, que nos permita profundizar el proyecto y reafirmar ese rumbo que establecimos el 10 de diciembre"de 2019, dijo días atrás el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis. “Los argentinos le darán un voto de confianza al Frente de Todos en las próximas elecciones. El pueblo va a reconocer que el Gobierno nacional está haciendo todo para cuidar la vida y reconstruir la Argentina”, señaló, poco después, la titular del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, Victoria Tolosa Paz. Fueron dos definiciones, pronunciadas por figuras de diferente rango y casi al pasar, que sintetizan la estrategia del oficialismo ante las primarias de septiembre y las legislativas de noviembre: la admisión de que la esperanza se ha desteñido tras dos años difíciles, la promesa de una vuelta a la vida normal mediante una suerte de “plan primavera” sanitario y, dada la consciencia de que hay muy pocos logros que exhibir, el pedido al electorado de una segunda oportunidad.

 

Es evidente que la renovación de la confianza se solicita cuando se sabe que no hay aliento en el presente, situación a la que ha llegado el gobierno de Alberto Fernández tras una triple decepción, producto en buena medida de una pandemia maldita e inimaginable: la de una reactivación económica que no excede la condición de estadística, la de una inflación que, en lugar de amainar, empeora, y la de una tregua sanitaria basada en una vacunación que, si bien hoy es exitosa, no pone al país a salvo de nuevas variantes del virus SARS-CoV-2.

 

La Casa Rosada espera que el último cuatrimestre, el crucial en términos electorales, le permita lucrar con un miniplán reactivador e invitar a los argentinos y a las argentinas a recuperar la alegría. La llegada de la primavera permitiría superar el rebrote de contagios que podría darse antes de que agosto se lleve los fríos más crudos. Con ella, el regreso de la vida social al aire libre y la consolidación de la vacunación –incluso entre los menores– acaso permitan el retorno de la gente a los espectáculos culturales y deportivos y un turismo con menos limitaciones. Sin embargo, los estrategas oficiales saben que una cifra de muertos por covid-19 demasiado elevada y que hoy mismo se acerca a los cien mil, será un tema doloroso de campaña, que pondrá en el debate público la peor clase de duda: la que no puede responderse más que con argumentos contrafácticos. ¿Valió la pena, finalmente, la cuarentena prolongada de 2020, económicamente dañina, pero que no evitó que, en relación con su población, el saldo mortal haya resultado en la Argentina solo un poco más liviano que el del desquiciado Brasil de Jair Bolsonaro?

 

Con todo, aun si el “plan primavera” sanitario resultara bien, lo económico pasaría al primer plano. De esa certeza nace la idea de pedirle a la ciudadanía “un voto de confianza” para que no pase a cobrar ahora lo que se le había prometido hace dos años.

 

Un problema adicional es que esa apuesta también podría salir mal si la temida variante delta del nuevo coronavirus se instalara en el país o, peor todavía, si surgiera y llegara alguna más, fatigando el abecedario griego. Fue justamente ese temor, en especial por la convivencia forzada con el oleoducto virológico en que el presidente brasileño convirtió a su país, lo que llevó al Gobierno a disponer la antipática medida de limitar el regreso de compatriotas. Así, justo cuando esperaba que la esperanza que genera en miles y miles de personas la vacunación acelerada fuera la noticia predominante, la oposición logró meterle una cuña molesta con la situación de los connacionales varados en el exterior.

 

Aunque en los despachos oficiales predomina el optimismo, la preocupación también tiene un lugar. La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de advertir contra desconfinamientos apresurados como los que se están aplicando en Europa y que la variante delta reduce notablemente la eficacia de las vacunas disponibles. Cabe mencionar tres datos más, vinculados a países modelo en el manejo de la pandemia: la mutación delta, más contagiosa, ya es la de circulación predominante en varios países de Europa y en regiones de Estados Unidos; Corea del Sur puso restricciones a la población en Seúl e Israel registra un pico de contagios no visto desde marzo, a la vez que señaló que la promocionada vacuna de Pfizer registra frente a aquella una eficacia aún destacable, pero 30% menor.

 

Así las cosas, cualquier percepción social de alivio en los temas más sensibles del momento llegará demasiado cerca de la apertura de las urnas. Si es que llega.

 

La idea del Gobierno de que cada inyección aplicada es un voto potencial para el Frente de Todos se menciona cada vez menos y los cálculos electorales vuelven de a poco a la razonabilidad tradicional del primer metro cuadrado de cada votante; es por algo que los lugares comunes existen. Otro artículo de fe del peronismo –la falta de un liderazgo claro en Juntos por el Cambio (JxC), el error táctico de que María Eugenia Vidal compita en la Ciudad de Buenos Aires y no en la provincia y la pelea mal disimulada y pospuesta entre halcones y palomas– también podría ceder pronto, cuando el calendario llame a sosiego a los más vehementes y la oposición se parezca a algo más presentable.

 

Una cosa lleva a la otra: que JxC se ordene no equivale a que borre de un plumazo la memoria fresca de la tempestad en la que dejó al país. La barra brava se conmueve cuando le hablan de Venezuela, de Nicaragua o de cosas todavía peores como el “comunismo” de derecha dura de Vladímir Putin –otra mutación genética, seguramente–, pero con esos dislates no se conquista a las mayorías. Así, cae de maduro –¡perdón por la palabra!– que una cierta dosis de miedo a volver al pasado también formará parte de la narrativa de la campaña peronista, que se desplegará en argumentos vinculados a la importancia de contar con un Estado presente para hacer frente a estragos eventuales como la pandemia o a otros arraigados como el estancamiento económico, la inflación y la pobreza.

 

Claro que el Gobierno no tiene mucho que mostrar en estos últimos asuntos y que la excusa de la pandemia también funciona plenamente solo para el núcleo duro. El problema es el voto oscilante, no necesariamente racional ni demasiado informado o politizado, pero que tiene el valor de definir elecciones. Y que la sociedad argentina arrastras mucho más que una pandemia de frustraciones.

 

Quienes rodean a Fernández ya trazaron su escenario ideal: ganar en el conteo general, pero que el conurbano bonaerense –esto es, el cristinismo– no concentre las claves de la redención. Descontada la derrota en los distritos centrales –Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y, se teme, posiblemente Santa Fe–, las provincias del Norte, en especial Tucumán, centran las expectativas en la Presidencia de la Nación, para la cual la alianza de Fernández con gobernadores fortalecidos serviría para contener un eventual avance cristinista, en particular si termina de decantar la idea de oxigenar el gabinete.

 

En el Gobierno prima el optimismo sobre el desenlace de los comicios, “voto de confianza” mediante. Sin embargo, cabe ponerle el foco a esa certeza.

 

Por un lado, como se dijo, difícilmente el posmacrismo siga siendo la banda desarticulada que hoy parece; el peligro une. Además, ¿qué hace suponer que el antecedente de una elección presidencial y polarizada como la de 2019 sirve para predecir el desenlace de una de mitad de mandato, de voto siempre más disperso, especialmente cuando el presente en tan pródigo en penurias? Más todavía cuando se piensa en comicios como los de 2009 y 2013.

 

Fernández batió a Mauricio Macri por ocho puntos hace dos años, en pleno naufragio económico y social, y Axel Kicillof venció a Vidal por 14. En el Gobierno creen que, en el contexto de una elección de mitad de mandato, la ventaja en la provincia podría ser de unos siete u ocho puntos. Si eso se diera de tal modo, ¿podría hablarse con tanta seguridad de triunfo a nivel nacional, tanto en votos como en el reparto de bancas en el Congreso? Y más: ¿ el simple pedido de un voto de confianza servirá para sortear las asperezas del presente?

 

Pero para todo eso ya habrá tiempo. Por lo pronto, los colores celeste y blanco anoche nos volvieron a hacer felices. ¡Salud, Argentina!

 

Martín Menem.
Mauricio Macri con Gisela Scaglia, la presidenta del PRO de Santa Fe. 

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