Aunque a veces no lo parezca, de a poco la Argentina madura. Ya casi nadie discute, como ocurría en tiempos de Cristina Kirchner, la pertinencia de que el país participe en las cumbres del Grupo de los 20 (G20): al fin se entendió que ese no es necesariamente el club de las economías más grandes del mundo, sino el de las consideradas clave en las diferentes regiones, sitio que el tercer mercado de América Latina y país líder en la producción y exportación de alimentos bien merece. Los críticos de antaño hoy callan, conscientes, por fin, de que llegar al gobierno no les está vedado y de que el interés nacional manda por sobre el chiquitaje. Allá va entonces Alberto Fernández, aunque su condición de líder de una nación ensimismada en sus viejos demonios le hará llegar a la cita de Roma cargado de una agenda local –la de la deuda eterna–, pequeña en la escala de los asuntos que se tratarán en el foro y en su secuela, la cumbre sobre cambio climático, COP26, que se desarrollará inmediatamente después en Glasgow, Reino Unido.
La cita italiana del G20, cuyos países miembros dan cuenta de casi el 90% del PBI, del 65% de la población y del 80% del comercio mundiales, tendrá una precuela este viernes con una amplia serie de reuniones bilaterales y se desarrollará formalmente el sábado y el domingo. Se centrará en los desafíos de la pandemia persistente, la recuperación de la economía global acechada por problemas en las cadenas de suministro y presiones inflacionarias y –tema de época– el cambio climático.
Las ausencias, ya anunciadas, de los presidentes de China –Xi Jinping –, Rusia –Vladímir Putin – y México –Andrés Manuel López Obrador – le quitarán lustre a una cita en la que Joe Biden pretende lograr que Estados Unidos vuelva a marcar el paso de los asuntos globales.
Sin embargo, el demócrata peleaba en las horas previas al viaje para no llegar a Roma golpeado por la política interna. Así, negociaba contra reloj apoyo legislativo a su menú de gasto público suplementario por entre 1,5 y dos billones de dólares para nuevas partidas sociales y reconversión energética, sobre un colchón de finos impuestos a los milmillonarios.
Ambas cuestiones –el rescate de los sectores sociales maltratados por la peste en sus condiciones de vida y el avance hacia un planeta más verde– forman parte de la agenda local y global de Biden, por lo que llegar al G20 y luego al COP26 sin tener la casa en orden sería un golpe para él.
En lo que respecta a la Argentina, Fernández acompaña ambas iniciativas como un aliado importante en el continente, en especial cuando Jair Bolsonaro acudirá a Roma para repetir su rap de medias verdades y mentiras flagrantes sobre su política contra la deforestación de la Amazonia. En lo que respecta a la cumbre del COP26, el brasileño se borraría y preferiría recorrer encantadores pueblitos italianos como Anguillara Veneta, cuna de sus antepasados, y Pistoia, donde descansan los 425 soldados brasileños muertos en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, incluso cuando haya reunión, foto y entendimiento con el norteamericano, el Presidente escuchará reclamos. Los mismos fueron anticipados esta semana por el embajador designado en nuestro país, Mark Stanley, durante su audiencia de confirmación en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Estados Unidos ayudará a ese "país hermoso" a refinanciar su deuda "enorme" con el Fondo Monetario Internacional (FMI), prometió, pero, para eso, el Gobierno debe todavía presentar "un plan económico". Además, espera – todo un desafío para la endiablada interna del Frente de Todos– que dé señales claras de "sumarse a Estados Unidos y a otros países para presionar con fuerza suficiente para la protección de los derechos humanos y la realización de reformas significativas en Venezuela, Cuba y Nicaragua". Así es el imperialismo champán.
Fernández, Martín Guzmán y hasta Cristina Kirchner quieren arreglar con el FMI, pero con exigencias de consolidación fiscal lo más graduales posibles, alguna concesión en torno a las sobretasas que hoy pagan los deudores empedernidos y también un guiño respecto de la posibilidad futura de ampliar el plazo de repago de los 44.000 millones de dólares más allá de los diez años que prevén hoy, como máximo, los programas de Facilidades Extendidas (EFF). Para las dos últimas cuestiones, el Directorio debería hacer reformas de calado en la normativa del organismo.
Fernández llevará esa agenda local a cada una de las reuniones bilaterales que mantendrá en los próximos días febriles. Serán el sábado con Angela Merkel y, posiblemente, su sucesor socialdemócrata, Olaf Scholz; con el español Pedro Sánchez y con la propia directora gerente, Kristalina Georgieva. El domingo, con el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y la reina Máxima de los Países Bajos. El lunes, la rutina seguirá con otros encuentros –algunos aún se negocian–, mientras que Biden sigue siendo la deseada frutilla del postre.
La rotation de los líderes del sábado y el domingo en el G20 seguirá a partir del lunes en la capital escocesa, donde se desarrollará una cumbre climática que, ya sin los popes principales, recién terminará el 12 de noviembre. También sin Xi y sin Putin, entre otros, hay temor de que la 26a. Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) naufrague en su intento de lograr mayores recortes de emisiones de gases de efecto invernadero de los países más contaminantes, sobre todo en momentos en que diversos estudios científicos –unos que no han llegado a manos de negacionistas como Bolsonaro, Donald Trump y el admirador argentino de ambos, Javier Milei – advierten que el planeta estaría ya cerca de un punto de no retorno en lo que respecta a la ruptura del frágil equilibrio ambiental. Los países del G20 emiten el 80% de dichos gases contaminantes y, sin mayores compromisos de jugadores como China, India, Brasil y los propios Estados Unidos, no será posible evitar que las catástrofes climáticas cada vez más frecuentes devengan en distopía concreta antes que lo esperado.
Con éxito o con fracaso, esas son las cuestiones literalmente candentes que los líderes mundiales tratarán en los próximos días. Argentina aportará sus miradas y su vocación constructiva, pero llegará limitada por su realidad, una que la empequeñece y la condena siempre a andar pasando la gorra. Tal vez algún día sus principales dirigentes se den cuenta de que el país merece y puede alcanzar destinos mejores. Al menos ya no discuten que, gobierne quien gobierne, es bueno que se siente a la mesa con los más grandes.