El huevo de la serpiente de la ultraderecha no es un monstruo en potencia surgido ayer, algo de lo que Letra P ha dado cuenta de manera insistente. Sin embargo, la alarma recién salta ahora en medios de comunicación que le dieron durante años canilla libre a sus desvaríos, sus insultos y su prédica antisistema, curiosamente cuando Juntos por el Cambio teme que Javier Milei le provoque una fuga de votos crucial en su bastión de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Será así o los vaticinios de las encuestas se diluirán en el altar antiperonista del voto útil ni bien las urnas dejen de ser una hipótesis y se abran efectivamente?
La respuesta sobre cuánto mide en verdad la furia nacional se conocerá recién el domingo por la noche, pero hay varios modos de medir el riesgo que implica.
No se exagera cuando se habla de peligro.
El discurso de la nueva ultraderecha es absolutamente liberal en lo económico, algo que –desde ya– no es un problema y constituye apenas una oferta más dentro del "mercado" electoral. Lo espinoso surge de su verdadera raíz ideológica, paleolibertaria, una que asocia la defensa fanática de la "libertad" a la libre disposición de la propiedad privada y que asume no tener nada que ver con la democracia tal como se la entiende en casi todo el mundo.
Hay muchos modos de entender el riesgo que –ver para creer– podría dar bastante de qué hablar a partir del domingo a la noche. Uno son los votos efectivos que obtengan Milei y, en la provincia de Buenos Aires, José Luis Espert. Hay que insistir en no dar nada por sentado en un contexto en el que los propios encuestadores no creen demasiado en sus pronósticos, dado el elevado nivel de indecisión y de resistencia a concurrir a sufragar, pero, si ese escenario se concretara, la polémica tendría un eje dominante: ¿ese voto sería solo golondrina de la primaria de una elección intermedia o, como ha ocurrido en España con el partido Vox, uno capaz de terminar con el bicoalicionismo, reciclaje a su vez de un bipartidismo demolido por sus propios dueños a golpe de claudicaciones?
En ese sentido, si el gobierno de Alberto Fernández no terminara de dar en el clavo de la inflación y el estancamiento de la economía y el desencanto cundiera más, ¿la elección de 2023 podría parecerse, por la fragmentación del voto, a la de 2003, una caja de Pandora de la que salió Néstor Kirchner pero de la que, hay que recordar, no faltó demasiado para que surgiera una opción ultraliberal como la del hoy también precandidato Ricardo López Murphy?
Quienes desestiman la acechanza señalan que es imposible que la ultraderecha paleo gane una elección. Más allá de la osadía del pronóstico en un país en el que las crisis económicas y sociales adquieren ya carácter crónico y, en sus picos, se hacen cada vez más reiteradas e intensas, cabe señalar que imponerse en un comicio no es el único modo de influir en el curso del país. En efecto, si un porcentaje menor pero significativo de votos de un determinado sector puede hacerle la diferencia a uno afín y más grande para ganar o perder, cabe esperar que los referentes de este último adopten banderas y discursos del primero, ya sea a través de una alianza formal o del simple travestismo político. Más allá de las señales que dan en ese sentido Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, hay que recordar que Patricia Bullrich espera en boxes.
Más allá de su suerte inmediata, una ventaja del discurso paleo es que ofrece algún tipo de narrativa, por tosca que sea, a sectores medios largamente empobrecidos y desencantados, colectivo que incluye a quienes no pertenecen a esa categoría por ingresos pero sí por autopercepción. Sectores a los que el Frente de Todos no les está diciendo demasiado, a los Juntos por el Cambio decepcionó en su traumático paso por el poder y que, en todos lados y en diversos momentos históricos, ha prestado oídos a ese tipo de propuestas en coyunturas como la actual de la Argentina.
Esa nueva ultraderecha tiene todos los ingredientes del discurso populista: enemigos –el comunismo real o imaginado y la "casta" política–; un mito –la Argentina potencia previa a la aparición del peronismo–; una idea de "pueblo" –el que trabaja, expoliado por el Estado y por los sectores que viven de planes sociales– y un discurso divisivo en torno a "nosotros" y "ellos".
Esa narrativa, además, ofrece una receta que, por curiosa que resulte, puede ser mejor que nada para un segmento social cuyo tamaño habrá que ponderar, pero que resulta visible: relato eficaz sobre la inflación, rechazo al Estado elefanteásico que se alimenta de impuestos excesivos y planes sociales eternos, de los "derechos humanos para los delincuentes", mano dura, antipolítica, oposición a la "ideología de género", repulsa a la "corrección política" y al progresismo… tópicos largamente abonados incluso desde ciertos medios de comunicación que resulta fácil identificar como elementos del sentido común de sectores medios amplios de la Ciudad de Buenos Aires y otros grandes centros urbanos.
La base está, como diría el Bambino. El futuro, sin embargo, depende bastante más que de eso y tiene, como le es inherente, un importante componente de azar.
El fenómeno puede comenzar a revelarse este domingo, más adelante o, incluso, nunca. Esta vez, sin embargo, las alarmas suenan y, si se mira lo que ocurre en el mundo, merecen ser escuchadas. Para empezar, por parte de alianzas políticas hasta ahora dominantes que permanecen demasiado aferradas a discursos viejos y en buena medida vacíos.