PANDEMIA Y VOTOS

El espejo madrileño

La derechista Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad que incluye a la capital española, ganó con su prédica anticuarentena. La Corte, Larreta y los PRO ultras.

Mientras la Corte Suprema rompía los huevos para cocinar su tortilla de federalismo –hecha de clases presenciales aunque con una pizca de acción federal a elección del comensal, si es que la necesidad y la urgencia se demuestran debidamente–, la ciudadanía de la Comunidad de Madrid –que incluye a la capital española– concurría el martes a las urnas para reelegir a su presidenta, Isabel Díaz Ayuso. El triunfo de esta ficha dura del conservador Partido Popular (PP), verdaderamente impactante por su contundencia y por el tsunami que representa para una izquierda que está en crisis a pesar de que gobierna el país, pone bajo una nueva luz un tema sensible, particularmente en la Argentina: el de los réditos electorales que puede generar la oposición cerril a las medidas de confinamiento en la pandemia, envueltas en consignas libertarias propias de la ultraderecha contemporánea.

 

Díaz Ayuso, presidenta regional del PP, se impuso con el 44,73% de los votos, más que toda la dispersa izquierda sumada.

 

Más que duplicó sus bancas en el Parlamento local surgido hace apenas dos años, producto de haberse fagocitado completamente al partido liberal Ciudadanos, que desapareció del mapa político, y quedó a apenas cuatro de la mayoría absoluta. Para jurar, necesitará de la abstención de la agrupación de ultraderecha Vox –9,13% de los votos y 13 bancas– o, directamente, una alianza con ella, posibilidad a la que no ha cerrado la puerta a pesar de que eso barrería con un tabú de la política europea, como es blanquear a sectores ampliamente vistos como cuasifascistas. Por último, disfruta el hecho de que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) haya registrado una actuación pésima, obtenido apenas 24 bancas –13 menos que hace dos años– y que en votos haya quedado segundo incluso dentro del bloque de izquierda, superado por la alianza Más Madrid, que responde al ex-Podemos Íñigo Errejón.

 

Fuente: El País.

Díaz Ayuso, hoy de 42 años, era una dirigente poco conocida a nivel nacional cuando llegó en 2019 a la jefatura del gobierno de la principal comunidad de España. Desde entonces, se hizo notar por un discurso de choque que se tragó a la derecha light de Ciudadanos y que incorporó parte del estilo y las proclamas de los ultras de Vox, a cuyo electorado le habló y cuyo a auge le puso el martes un techo.

 

Mientras la izquierda denunciaba, con poca efectividad, el cuco antidemocrático de sus posibles aliados de Vox, ella arremetió al grito de "comunismo o libertad", uno que en estos días parece más seductor allá, acá y en todas partes.

 

Se hizo notar, especialmente, con su rechazo a las medidas de confinamiento dictadas en la pandemia por el gobierno central del socialista Pedro Sánchez, con quien antagonizó al punto de ser considerada ya una figura de proyección nacional. "Todo abierto", repetía, mientras, ajena al carácter de Madrid de centro de la primera ola de nuevo coronavirus –con 15 mil de las 78 mil muertes registradas a nivel nacional–, promovía la apertura de restaurantes, bares, teatros y comercios.

 

Ahora, con los hechos consumados, Sánchez se resigna a traspasar a las regiones las decisiones sobre cierres y aperturas, incapaz de prorrogar el estado de alarma que vence este domingo.

 

A tono con la ultraderecha actual, que busca una imagen fresca y cool, fue capaz de aunar un discurso anticuarentena con uno tradicional –enraizado en la defensa de las corridas de toros, la religión y hasta el pasado franquista– y con uno en el que, "Madrid, capital de la libertad" era ensalzada como una ciudad en la que "puedes cambiar de pareja y no volver a encontrártela nunca más". Todo, claro, con una impronta ya conocida en todo el mundo que hace un anatema de la presión tributaria, especialmente sobre los más ricos.

 

La mujer olió el aroma que le traía el aire y jugó a fondo: rompió su alianza con Ciudadanos y llamó a elecciones anticipadas, segura de que ese perfil le pagaría bien en las urnas. Tuvo razón.

 

Ese discurso, se sabe, tiene cultores en la Argentina, quienes especulan con que las penurias económicas pesen más que las sanitarias a la hora de votar, una jugada en espejo de la que lleva adelante el Frente de Todos, que apuesta más a una vacunación potente que a un rebote fuerte de la actividad para salir airoso de los comicios de mitad de mandato.

 

La Corte Suprema, en los hechos, metió mano en la gestión de la pandemia al consagrar la potestad del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para definir que las aulas deben permanecer abiertas a pesar del récord de contagios y muertes por covid-19, pero Horacio Rodríguez Larreta optó por un festejo puertas adentro. El hombre no quiso hacer olas y se entiende por qué: consciente de que la emergencia sanitaria está lejos de culminar y que puede todavía obligarlo a realizar cierres de actividad que desearía evitar, su política sobre la pandemia nunca fue la del #AbranTodo de los halcones del PRO. Al revés de Díaz Ayuso, él se propone retomar el eje de la moderación y de la imagen antigrieta, apoderarse del centro político y desde ahí sumar todo lo que pueda hacia su derecha en pos de su proyecto presidencial.

 

No sorprende, entonces, que sean otras figuras, como Patricia Bullrich, las que hayan salido a festejar más ruidosamente los triunfos en espejo del martes de gloria: el fallo de la Corte y el triunfo de la derecha conservadora devenida casi bolsonarista en España.

 

 

La Argentina hierve en medio de grietas superpuestas, que se revelan como mamushkas al interior de las dos principales alianzas nacionales, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio.

 

En la primera de ellas, parecen primar en estos días los cultores más duros de la política bipolar, como constatan con amargura el ministro de Economía, Martín Guzmán, y el presidente Alberto Fernández.

 

En la segunda, Rodríguez Larreta disfruta por el momento del triunfo que le otorgó el haberse dejado tironear, sin tanta resistencia tampoco, por el grito libertario de quienes no le temen al virus o, como en tantas otras cosas, se imaginan inmunes. Su senda, sin embargo, es estrecha y sus enemigos íntimos le siguen el paso con suma atención.

 

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