Primer acto: la incertidumbre
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Primer acto: la incertidumbre
"No tenemos en la Argentina unos polos políticos, peronista y no peronista, con la consistencia del pasado. Estamos muy fragmentados. Y tienen metido adentro el huevo de la serpiente (N. del R.: la división interna). Lo que tenemos por delante no es una elección, esta elección va a pasar. Lo que tenemos por delante son dos o tres años en los que se va a buscar, en medio de la neblina, una fórmula para la Argentina. No sabemos cuál va a ser. Ciertamente la fórmula puede venir de la mano de Sergio Massa; otros pueden proponerla de la mano de (...) un personaje raro".
Quien habla es Juan Carlos Torre, invitado al programa Odisea Argentina de La Nación + –ver especialmente entre los minutos 57:49 y 58:31–. Vale la pena escucharlo.
Torre es un eminente peronólogo no peronista, un sociólogo e intelectual brillante, de lo más lúcido de la Argentina, que invita a pensar lo que aguarda más allá del momento agónico del ballotage del domingo 19. Según él, esa votación no será más que una instancia, relevante pero no definitiva, de un curso político que debe ponderarse en la larga duración. El punto de llegada es, o debería ser, lo que llama "fórmula".
Letra P viene dándole vueltas a este tema cada vez que describe y analiza la crisis económica, se inquieta por la transición inminente, se pregunta por su final, imagina posibles salidas y costos sociales, piensa en el tema absolutamente excluyente de la gobernabilidad, observa la ruptura de Juntos por el Cambio, teoriza sobre las tensiones en una Unión por la Patria –¿demasiado?– ampliada, examina el escenario de un gobierno de Massa o uno de Milei… ¿Qué "fórmula" saldrá de todo eso? Es más: ¿hay certeza de que saldrá alguna?
Sin pretender estirar lo que Torre desea decir, se puede seguir adelante. El momento es de punzante crisis económica, política y, más profundamente, social. Por eso, mientras todo se reconfigura, cabe evocar –entre otras– experiencias como la de 1989-1991, cuando el país pasó de Raúl Alfonsín a Carlos Menem y de una hiperinflación con cada uno de ellos, a la estabilidad del "uno a uno".
También el proceso 2001-2003, cuando la convertibilidad colapsó con Fernando de la Rúa y, con ella, casi la propia Argentina, para dar lugar a una "fórmula" nueva, fugazmente duhaldista y establemente kirchnerista, una que fue, en alguna medida, fortuita dada la extrema fragmentación del voto en los comicios de ese último año.
En ambos casos, tres años. Así, 2023 podría ser solo la antesala de 2026, la previa de la elección presidencial subsiguiente. Si, como en esas ocasiones, la fórmula de la gobernabilidad realmente emerge.
Segundo acto: la ruptura
"Nadie es el enemigo como dice el otro (Milei), son solo diferentes ideas políticas con las cuales no estamos de acuerdo", dice un hombre, con boletas de Massa-Agustín Rossi en mano, ante un grupo de usuarios del ferrocarril Mitre, quienes se muestran más bien indiferentes.
De inmediato, tres hombres y una mujer evidentemente simpatizantes del ultraderechista lo expulsan del vagón junto a su compañera de militancia. Una pasajera, que evidentemente se angustia con la escena, cierra los ojos y se tapa los oídos.
"¡Tienen que bajarse, manga de vagos!", "¡Vayan a laburar!", les gritan los mileístas hasta que, consumada la tarea, festejan exclamando "¡Viva la libertad, carajo!". Los caminos de la libertad, reducida a una bandera de la identidad propia, son insondables.
Pensar en una fórmula de gobernabilidad para la Argentina que viene supone varias cosas. Primero, que el próximo gobierno encuentre en un tiempo prudencial la salida del laberinto actual y logre a la vez restaurar la autoridad y la legitimidad de la política, reducir la inflación, ponerle un piso a la pobreza e iniciar un proceso de crecimiento con mejora de los ingresos populares.
Es claro que eso no está garantizado, tanto por la complejidad de la crisis como por las resistencias que podría enfrentar el camino que se elija para sanear la economía. Ya se sabe que el humor popular suele ser refractario a las planillas de Excel y a las ideas trasnochadas.
Tercer acto: ¿la fórmula?
¿Existirá un pegamento para reparar el lazo de la representación?
En principio, "la fórmula" depende de quién gane el 19N, esto es del tipo de camino sobre el que se eche a andar al país.
Si Milei fuera quien reciba la banda de Alberto Fernández –vaya legado–, cogobernaría junto a los halcones del PRO, Juntos por el Cambio consumaría su ruptura y habría que prestar atención a posibles fragmentos del peronismo político y sindical dispuestos a convertirse en dadores de gobernabilidad a una administración que, no se sabe hoy, podría ser el segundo tiempo de Mauricio Macri o una experiencia anarcocapitalista sin precedentes en la historia mundial. En otros términos: el triunfo cultural de una derecha nueva que termina siendo devorada por el sistema, como ocurrió en su momento entre la UCeDé y el menemismo.
El mayor riesgo de esa incertidumbre es un eventual impasse o un internismo paralizante, posible pecado capital ante una crisis que, si no es gobernada pronto por la política, terminará jugando con esta a su antojo.
Si, en cambio, Massa se convirtiera en presidente, el desafío sería mantener unida en torno a un ajuste fiscal inevitable a una alianza que ya junta más fragmentos de peronismo que los concebibles, desde el que responde a Cristina Fernández de Kirchner hasta referencias individuales pero expresivas como Juan Manuel Urtubey, Graciela Camaño, Emilio Monzó, Juan Grabois, figuras de la UCR y del cordobesismo y muchas más –¿Roberto Lavagna?–. ¿Son estos nombres poca cosa? No será tan así, ya que por algo el candidato se empeña al máximo en rodearse de ellos bajo el mantra del "gobierno de unidad nacional".
Habrá fórmula o no la habrá, y no puede descartarse que la aventura que late dentro del huevo en estos días tensos no sea solamente el presentimiento de otras aún impensables.
Si no se sabe qué quedaría en, digamos, tres años, de un eventual oficialismo mileísta o de otro massista, menos es imaginable el formato de sus respectivas oposiciones y mucho menos el sendero que emprenda una mayoría social agotada y descreída.
Así, habrá fórmula o no la habrá y no puede descartarse que la aventura que late dentro del huevo en estos días tensos no sea solamente el presentimiento de otras aún impensables.
La crisis permanente es un oxímoron que la Argentina ha convertido en realidad, pero el concepto no supone inmovilidad bajo la superficie ni que la sociedad renuncie a buscar vías de escape nuevas y acaso sorprendentes.
Más allá de lo económico y de su reflejo social, un tema de especial preocupación tiene que ver con el futuro de la convivencia en la Argentina que emergerá de este proceso electoral, incluso más allá de su resultado, crisis dolorosa en momentos en que la democracia cumple 40 años.
La escena del tren, postal de intolerancia en torno a la que gira el eje del segundo acto de esta columna, dibuja los contornos de una grieta nueva, que no es necesariamente la del peronismo-antiperonismo, tal como sugiere Torre. Es casta-anticasta o, simplemente, el rechazo visceral de un amplio sector de la sociedad no solo a la política sino a cualquier noción de autoridad.
En el fondo, ¿qué otra cosa representa el eco favorable que han encontrado en esta campaña el rechazo a la política, la propuesta de terminar con la moneda nacional, la idea de dinamitar el Banco Central y las propuestas de liquidar el carácter público de la educación, la salud y la previsión social?