Tal fue la condición simbiótica de la relación que convirtió a Cristina Fernández de Kirchner y a Mauricio Macri en las dos figuras abrumadoramente dominantes de la política nacional de los últimos 15 años -él se construyó como contraparte de ella y ella consolidó su liderazgo en oposición a él- que La Jefa y El Jefe terminaron pareciéndose. Si Javier Milei se impusiera en el ballotage, el fundador del PRO le pondría la firma a su propio albertazo: después de darse cuenta de que con él no alcanzaba pero seguro de que sin él no se podía y de conspirar contra quienes pretendieron correrlo a un costado como si fuese un mueble desvencijado, consumaría un pase de magia que le permitiría sacarle a CFK el título de Gran Maestra en el arte de lo posible.
Lo dicho mil veces: corría el año 2017 y a CFK intentaban jubilarla. La todavía flamente expresidenta les demostró a quienes querían mandarla a cuidar las quilimabais del jardín de su casa de El Calafate que tenía todavía algunos conejos en la galera: inventó Unidad Ciudadana, un sello 100% (CF)K, y le peleó a Cambiemos en las legislativas de la madre de todas las batallas cuando la alianza antiperonista estaba en la cresta de la ola amarilla. Perdió por cuatro puntos, pero obtuvo 37% de los votos. La jugada, entonces, le permitió dejar en claro lo que Alberto Fernández convertiría en eslogan al año siguiente: con Cristina no alcanza, pero sin Cristina no se puede.
Con su retiro pisado hasta nuevo aviso, CFK quedó otra vez empoderada para usar la lapicera a su antojo en la definición de las candidaturas para las presidenciales de 2019. En mayo de ese año pateó el tablero y, con el gobierno de Macri en terapia intensiva, casi que eligió al presidente para el siguiente turno. Historia conocida: Alberto Fernández le sirvió para ganar las elecciones, pero no para gobernar. El conejo salió gallareta y ella ahora se despega como de una mancha venenosa. "No fui escuchada" por este gobierno, se sacó el lazo por las patas en el mediodía santacruceño del 22 de octubre, recién salida del cuarto oscuro. Yo no fui. ¿Quién si no, Cristina?
Cristina Kirchner: "El Presidente es el que decide y no fui escuchada"
"Macri ya fue", sentenció Elisa Carrió hace tres años. Podrá decir que, en rigor, no dijo que ya fue como que su tiempo había pasado, sino que ya había sido presidente. Sin embargo, poca gente como Lilita maneja el arte de la comunicación. En el vértigo de la entrevista que daba en los estudios de LN+, el mensaje se convirtió en metamensaje. "Macri ya fue", dijo la jefa espiritual de Juntos por el Cambio y le erró como a las bochas.
"Macri ya fue". Elisa Carrió afirmó que ve a Larreta como presidente en 2023
No fue la única figura relevante de la alianza opositora que, como el peronismo post-2015 había hecho con Cristina, quiso jubilar al expresidente, por ese entonces sumergido en el proyecto editorial con el que avisaría que nada estaba más lejos de sus aspiraciones que el retiro a las praderas de Villa La Angostura: Segundo tiempo saldría en 2021 y tendría su secuela en 2022 con Para qué (volver al poder). Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich lanzaron sus precandidaturas y se ocuparon de darle carácter de jarrón chino al padre fundador.
El intendente porteño le declaró la guerra en abril de este año, cuando inventó las elecciones concurrentes que le complicaban la vida al primo Jorge y, supuestamente, beneficiaban al aliado radical Martín Lousteau. Cansada del juego del Gato y el León, que el felino amarillo desplegaba poniendo fichas por MIlei en el paño electoral, Bullrich bramó su grito libertario. “En Juntos por el Cambio siempre hemos estado presos de qué iba a hacer Macri. No tenemos que estar más presos. Macri hará lo que él considere que tiene que hacer. Tenemos que liberar a todo Juntos por el Cambio. Que Macri se acomode como él cree que se tiene que acomodar”, exclamó.
El exmandatario había hecho su renunciamiento en la mañana de un domingo de marzo de este año. Había aceptado que con él no alcanzaba, pero ese mismo día se había jurado que no descansaría hasta demostrar, como CFK entre 2017 y 2019, que sin él no iban a poder.
Su apuesta por Milei fue evidente, pero no oficial hasta que las urnas del 22-O acabaron con las aspiraciones de Bullrich. Larreta estaba fuera de combate desde hacía rato. Enfrentado a Macri, el candidato natural había protagonizado el fracaso más resonante del año.
Cínico hasta el paroxismo, la opción libertaria fue presentada por Macri como la única salida posible ante el agotamiento de las opciones que había ofrecido Juntos por el Cambio. Pero, che, no nos queda otra, se lamentó el expresidente y, entre gallos y medianoches, selló el Pacto de Acassuso (¿el Frente de Todos de la derecha argentina?). Voraz, el Gato se había devorado a Larreta y a Bullrich. Ahora abraza a Milei, tan fuerte que parece asfixiarlo: también se come al León, que se corroe con los jugos gástricos de la casta.
Más: con el mismo tarascón, se comió a Juntos por el Cambio, convertido en un sello de goma, y redujo a Bullrich, la que había proclamado el fin de la tiranía macrista, a la condición de Patito mimoso del León: la presidenta del partido que sigue controlando Macri circula por los estudios de televisión dándole sepultura a JxC ("era un envase que venía muy destruido, con proyectos diferentes") y militando la candidatura del rival que la había acusado de asesina de infantes ("El cambio nunca más tiene que ir separado").
Cuidado. Falta el ballotage. Si ganara Milei -hay encuestas que abonan esa hipótesis-, Macri sería el nuevo Gran Maestro de la Argentina. Si perdiera Milei -hay encuestas que avalan esta otra-, ¿podría el expresidente ejercer la jefatura de la oposición señalado como el pirómano que prendió fuego todos los campos? Más vale no subestimarlo. Se nota que se las arregla bastante bien.