"El que saca no pone", reza un viejo apotegma del peronismo y, en general, de la política. Tras su reacción ante un presunto off the record en contra de sus funcionarios de IEASA que el sábado le costó la cabeza a Matías Kulfas, Cristina Fernández Kirchner no podía aspirar a colocar allí a un hombre o una mujer de su tropa. Con todo, el nombramiento de Daniel Scioli para el puesto que quedó vacante tampoco es un triunfo para Alberto Fernández, quien, si bien logró salvar la unidad del espacio en su momento más crítico, se resigna a darle la oportunidad a otro referente para pelear por la candidatura presidencial de 2023 en lo que se supone es su mismo nicho electoral, el del peronismo moderado; un sector que aparece superpoblado, con más precandidatos que votos probables, y en el que también aguarda su oportunidad Sergio Massa.
Desde ahora, con Scioli adentro y con Agustín Rossi al frente de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), el elenco oficial gana en volumen político. Sin embargo, el precio que el Presidente paga por esa ventaja es una mayor debilidad en lo que hace a su propio margen para "usar la lapicera" y en su idea de no renunciar, pese a todo, a la búsqueda de la reelección. "Que florezcan mil flores", dijo Néstor Kirchner en 2010, en el cierre del Foro de San Pablo; hoy no son mil, pero sí las suficientes como para que la interna se presente cada vez más enredada.
Lo primero –la pérdida de libertad de gestión– es un producto directo del off-gate. El escándalo es hiriente para el panperonismo y reivindica al menos una de las quejas que Cristina Kirchner realiza desde hace tiempo: el uso de las filtraciones anónimas desde el albertismo contra su figura y contra sus allegados. Haber agarrado al equipo de comunicación de Kulfas –¿solo al equipo?– con las manos en la masa, una que implica la denuncia de corruptelas en la obra de infraestructura más relevante para el futuro cercano del país, no hará otra cosa que acentuar su ofensiva.
Con Kulfas literalmente defenestrado, todas las miradas se centran más que nunca en Martín Guzmán, a quien el propio Fernández decidió depositar a plazo fijo, como escribió Ariel Maciel en Letra P.
La evolución de la inflación en los próximos –pocos– meses será la salvación, siempre provisoria, o la condena inapelable del ministro de Economía.
Si, como se dijo al principio, la vice no pudo colocar a alguien propio en el puesto de Kulfas, tampoco lo hizo el Presidente. Entre los nombres que se barajaron inmediatamente después de detonada la crisis sobresalían los de dos mujeres, Cecilia Todesca y Victoria Tolosa Paz, que sí respondían al jefe de Estado. Con Scioli, quien jamás pasó por el Grupo Callao, compra otro combo: la llegada de un hombre neutral y con recorrido propio, que viene de hacer una vistosa gestión como embajador en Brasil y tiene aspiraciones de retorno al primer plano.
Un dato relevante es que Scioli comparte nicho electoral con el propio Fernández, quien, mientras sueña con un repunte de la economía y de su imagen, no puede dejar de decir que buscará la reelección para evitar su conversión prematura en un pato paralítico.
También lo comparte con Massa, aunque con la ventaja de ya haber sido designado por Cristina para competir por la presidencia en 2015 y de haber logrado entonces, pese a todo, un desempeño mejor que el esperable en pleno auge del macrismo. ¿Se reeditará El juego de la Marmota, como se preguntó Juan Rezzano en este sitio?
El nuevo ministro de Desarrollo Productivo, "el primer Alberto de Cristina" –la entronización de un moderado como candidato de un peronismo capaz de ensanchar los márgenes electorales del cristinismo puro– tiene, con todo, el mismo problema que el resto de los precandidatos: una elevada imagen negativa y el lastre de representar un armado que no solo es percibido como fuente de un gobierno deficiente sino como un espacio ideológico y vincularmente caótico.
De acuerdo con el Informe nacional de junio de Zuban, Córdoba y Asociados, todas las figuras presidenciables del panperonismo cargan con un saldo de imagen fuertemente negativo. Mientras que el electorado se divide casi en tercios en lo que hace a la preferencia de que siga gobernando el Frente de Todos, que regrese Juntos por el Cambio o que lo haga una alianza nueva –30,6%, 31,2% y 34,3%, respectivamente–, el resultado es de -29,9 puntos porcentuales para Cristina, de -43,4 para Fernández, de -43,9 para Massa y de -35,1 para Scioli.
Fuente: Zuban, Córdoba y Asociados.
Fuente: Zuban, Córdoba y Asociados.
Pese a lo anterior, en la carrera de ponis, sigue siendo la vice quien tiene un mayor nivel de voto potencial, su conocido 35%. "Sin ella, no se puede", a menos que su decisión para el año próximo sea atrincherarse en una primera minoría propia con una candidatura como la de Eduardo de Pedro, alias Wado, que no iría, en principio, más allá de los confines del cristinismo.
En el caso contrario, Fernández sabe que ya no será "el Alberto de Cristina", como en 2019. Massa lo desea y Scioli, con su equilibrismo, mira de reojo. Todos, sin embargo, quedarían condenados antes de partir si el Gobierno no lograra pronto mejorar la vida cotidiana y modificar el recelo creciente de la sociedad.