El Círculo Rojo brasileño hervía el martes, después de que Jair Bolsonaro encabezara desde el Palacio del Planalto un desfile de vehículos blindados que pasó por primera vez frente a los edificios del Congreso y del Supremo Tribunal Federal (STF), instituciones con las que el presidente de Brasil mantiene un duro enfrentamiento y que interpretaron el hecho como un acto de intimidación y hasta como una amenaza de autogolpe. Mientras tanto, ajeno a esos ruidos y a los de la propia relación bilateral, el embajador argentino, Daniel Scioli, se reunió con el jefe de Estado para festejar su primer año al frente de la sede diplomática nacional. ¿A qué apunta su estrategia?
La tarea de Scioli no es sencilla. Las diferencias entre los dos gobiernos son enormes y, debido a eso, el futuro del Mercosur es una incógnita. Además, la distancia ideológica se hace máxima con un bolsonarismo que parece marchar hacia su versión más extrema y los roces adquieren connotaciones personales. Tanto es así, que el presidente brasileño no deja pasar un día para denunciar el "fracaso" de una administración argentina que considera de extrema izquierda y para hablar de un supuesto éxodo –casi venezolano– de ciudadanos de nuestro país a Brasil, algo que jamás prueba.
Su hijo Eduardo, diputado y referente regional de la ultraderecha trumpista, retuiteó un video del discurso de campaña que pronunció el sábado en Palermo el precandidato libertario a diputado Javier Milei, un gesto, al menos, poco elegante.
A su vez, el Planalto registra también gestos que considera hostiles de Alberto Fernández.
La resistencia a flexibilizar el Mercosur, la cercanía con quien puede ser su rival en las urnas en octubre del año que viene, Luiz Inácio Lula da Silva, y, más recientemente, el nombramiento de Jorge Taiana como ministro de Defensa suman a la lista del desagrado brasileño.
"Daniel tiene claro que hay diferencias ideológicas y que eso da pie a chicanas, pero se atiene a lo que le pidió el Presidente, que es trabajar para defender los intereses argentinos", le dijo a Letra P una fuente allegada al embajador. "Habla permanentemente con él y con Felipe (Solá) y ninguno le pide que haga otra cosa o que salga a responder. Eso queda para algún caso muy puntual, como el que se dio con Paulo Guedes", añadió. Se refirió, así, a una acusación que le lanzó el ministro de Economía, que tiempo atrás le atribuyó haber sido el redactor de un comunicado firmado por Lula da Silva y Fernando Henrique Cardoso contra una reducción radical del arancel externo común del Mercosur, tal como pretende el gobierno brasileño.
"Las declaraciones negativas sobre Argentina muchas veces son un elemento de la política interna", matizó la fuente. "Seguro que eso lo incomoda, pero tener paciencia y no prestar atención a ese tipo de cosas es la marca de Daniel", siguió. En otras palabras: diálogo y diplomacia hasta que duela.
"En lo concreto, encontramos muy buena disposición para trabajar en todo el gabinete brasileño. Ahora, por ejemplo, Daniel tiene en la mira la cooperación en materia turística para cuando la actividad se reabra después de la pandemia y en trabajar en torno a la sequía, la peor registrada en Brasil en 90 años, que está afectando mucho al país, está disparando el costo de la energía y va a requerir mucho trabajo de reconstrucción económica", añadió.
Respecto del encuentro con Bolsonaro a propósito de su primer año a cargo de la embajada, Scioli le había pedido el martes al secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, Flávio Viana Rocha, un encuentro con el Presidente. El resultado fue una reunión de 40 minutos en la que el embajador y los funcionarios brasileños informaron a Bolsonaro sobre los avances en diversas materias.
El influyente Viana Rocha es quien le abrió inicialmente a Scioli las puertas del Palacio del Planalto y uno de los principales puentes con Bolsonaro. El trato también es fluido con el canciller Carlos Alberto França, con la ministra de Agricultura, Tereza Cristina; y con los titulares de las carteras de Comunicaciones, Fábio Faria, y de Minas y Energía, Bento Albuquerque, entre otras figuras del gabinete.
"Su trabajo es muy bien visto en el gobierno. Lo ven como un hombre que busca construir puentes y siempre intenta minimizar las polémicas", le dijo a Letra P el analista político y director del instituto InfoRel, Marcelo Rech.
"Es más, algunos miembros del gobierno entienden que podría ser presidente de la Argentina en algún momento", añadió.
Scioli se encontró este miércoles al mediodía con Aécio Neves, presidente de las comisiones de Relaciones Exteriores y Defensa Nacional y la Mixta de Control de las Actividades de Inteligencia. Eso sirve como ejemplo de un trajín que no se limita a los contactos en el Poder Ejecutivo y que es particularmente intenso en sectores empresariales con los que se pueden acordar negocios o, incluso, posturas comunes frente a los afanes más librecambistas del bolsonarismo en el Mercosur.
El presidente brasileño apuesta su futuro en las elecciones de octubre del año que viene al relanzamiento y engrosamiento del 50% de las prestaciones del plan Bolsa Familia de Lula da Silva, al que rebautizará Auxilio Brasil. Mientras, digiere la derrota que le propinó el martes a la noche la Cámara de Diputados, que votó contra su propuesta de reforma electoral para que las urnas electrónicas entregaran también un ticket impreso que pudiera ser escrutado, como gesto de desafío al desfile militar de la polémica. Sin ese cambio, Bolsonaro dice que habrá fraude y acusa al Supremo de actuar para que el izquierdista –que hoy loe saca 20 puntos en las encuestas– regrese al poder.
En ese marco, no solo ha insultado al juez del alto tribunal Luís Roberto Barroso, a quien señala como mentor de esa conspiración y –¿para qué andar con eufemismos?– le dijo que es "un hijo de puta". Mientras, llama a sus partidarios a armarse para impedir ese escenario, amenaza con actuar "por fuera de la Constitución" y hace pasear a los militares por Brasilia.
Lo que viene en la relación bilateral no será sencillo, al menos hasta que los comicios diriman cuál será el futuro del país vecino. Mientras, Scioli deberá seguir jugando el juego que mejor conoce: tejer y hacer oídos sordos a las controversias.