Entre la dirigencia que participó - y otros grupos que alentaron desde afuera - sobrevoló la inquietud sobre la postura del Presidente frente a Cristina y a La Cámpora, que se fue incrementando a medida que se sucedieron episodios de cuasi ruptura por parte del cristinismo. ¿Fernández debe pedirles la renuncia a los cuadros cristinistas de su gabinete, romper con la vicepresidenta y empezar a gobernar con el peronismo de los gobernadores, la CGT y los movimientos sociales? Ya casi ningún referente del albertismo lo sueña. Tampoco, en el fondo, lo cree conveniente, pero la tropa espera, al menos, “un gesto de autoridad” del Presidente y tener un armado territorial para dar la batalla.
Por lo pronto, cada consulta de la mesa política recibe la misma respuesta de Fernández: “Hay que esperar a que muevan ellos”. El Presidente esperaba los sucesos del 24 de marzo para empezar a evaluar los próximos pasos. La Cámpora lo dijo de manera elíptica, primero, y de forma más explícita esta semana, en la voz de su secretario general, Andrés Larroque. Como publicó Letra P a fines de febrero, el cristinismo -también, Sergio Massa- pretende que Fernández lo convoque a una mesa de diálogo que permita sentar las nuevas bases y condiciones del FdT.
“Son parte del Gobierno. No necesitan una convocatoria oficial”, fue la respuesta que consiguió este portal en el entorno del Presidente cuando consultó por el pedido de Larroque. Con el ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, considerado hasta ahora por el albertismo “el más sensato” de la agrupación, la relación se complicó esta semana, después de que dijera que Fernández “fue jefe de campaña de un espacio que sacó cuatro puntos en la provincia de Buenos Aires”, en referencia a su rol, en 2017, al lado de Florencio Randazzo. Cerca de Fernández lo consideraron “una agresión gratuita”.
Por lo pronto, la semana que pasó estaba previsto que Larroque y el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, se reunieran en privado con dos emisarios de Fernández, Zabaleta y Katopodis, para tratar de encauzar las relaciones. El encuentro se suspendió por el clima beligerante que reinaba. Los albertistas, además, no tenían una línea del Presidente para negociar. ¿Qué estarían dispuestos a acercar unos y otros? ¿Cuáles son las exigencias de cada bando? Nadie lo tiene claro. Por lo pronto, nada indica que pueda haber algo parecido a un recambio de gabinete o un pedido de entrega de lugares. ¿Depende todo de la salida de Martín Guzmán?
El ministro de Obras Públicas tiene un espíritu componedor. Le advirtió a la dirigencia del FdT, este sábado en diálogo con Radio 10, que, si sigue enredada en la interna, la sociedad la va a "cagar a palos”. El de Desarrollo Social, por su parte, bajó la intensidad de su ímpetu rupturista.
Cafiero también intenta mediar en el conflicto. El domingo pasado publicó una columna con un llamado a la unidad en el portal El Cohete a la Luna, de Horacio Verbitsky, claramente identificado con el cristinismo. Fue un mensaje hacia afuera y hacia adentro del albertismo, donde todavía habitan halcones. En la previa del acto del 24, el canciller se reunió con la senadora mendocina Anabel Fernández Sagasti, camporista y mano derecha de Cristina. La excusa fue institucional, pero el encuentro tuvo contenido político. Intentaron acercar posiciones.
Expulsado de la Jefatura de Gabinete por la carta que publicó la vicepresidenta tras las PASO, ahora hay quienes añoran en ese lugar a Cafiero. Dicen que, al menos, garantizaba cierta organicidad e intentaba mediar en los conflictos, “acolchonaba” las discusiones como mano derecha y ladero 24 horas del Presidente e interlocutor de Máximo Kirchner y De Pedro. Por auspicio de Cristina, ocupó su lugar el tucumano Juan Manzur, pero "ahora Manzur hace de ministro del Interior por su relación con los gobernadores y Wado no se sabe qué hace porque Alberto no le confía”, dice un dirigente que conoce bien al Presidente.
Esa falta de organicidad incluso en el conflicto derrama hacia abajo. En el gabinete abundan los funcionarios paralizados a la espera de que suceda “algo” entre el Presidente y Cristina que defina un nuevo orden de fuerzas. Pocos pueden explicar bien qué. Mientras, la gestión está paralizada en varias áreas.
La Plaza del 24 actuó como cristalizadora de espacios. El cristinismo se ocupó de ostentar volumen y superioridad territorial. Kirchner movilizó a La Cámpora de todo el país. El jefe de Gabinete bonaerense, Martín Insaurralde, se encargó de convocar intendentes de la Primera y la Tercera secciones electorales y pidió presencialidad plena. La foto incluyó al gobernador Axel Kicillof como un mensaje claro para el albertismo, que se ilusionaba con despegarlo de Cristina.
En una foto más modesta en términos de volumen, los funcionarios y las funcionarias leales al Presidente también se juntaron. Estuvieron Alejandro Grimson, Vilma Ibarra, Cecilia Todesca, los ministros Claudio Moroni, Daniel Filmus y Zabaleta, Mercedes Marcó del Pont y las diputadas Carolina Gaillard y Victoria Tolosa Paz, entre otras figuras. Se sumó la portavoz Gabriela Cerruti, que también se mostró con el cristinismo. Afuera prefirieron mantenerse Katopodis y Cafiero. El primero se mostró con la columna de su distrito, San Martín. El canciller se quedó en San Isidro y participó de una actividad en villa La Cava, su lugar de militancia. Todos tomaron nota de la masividad de cada imagen.
El cuarto mosquetero en falta fue Ferraresi. La situación del cacique de Avellaneda es peculiar. Vicepresidente del Instituto Patria, fue hasta hace poco hombre fiel de Cristina, pero se convirtió al albertismo y hoy, cuentan en el gabinete, es “uno de los dos más dispuestos a ir a la guerra”. El otro es Aníbal Fernández. Son dos excristinistas que ahora se alistan del otro lado, como antes Agustín Rossi, Daniel Filmus y varios de los intelectuales que firmaron la carta en la que se dijo que eran tiempos de moderación y había que fortalecer al Presidente. Uno de ellos fue, por ejemplo, el psicoanalista Jorge Aleman, que en otros tiempos, en sus visitas a Argentina, compartía largas horas de charla con Cristina y Máximo en la casa de De Pedro. En la lista de firmantes se destacan varias personalidades que fundaron Carta Abierta.
Alejado de la vicepresidenta desde el año pasado, Ferraresi intentó un acercamiento hace poco más de un mes. Conversaron en privado, pero no hubo acuerdo. El ministro cree que Cristina está equivocada en su manera de ver la realidad política. En paralelo, La Cámpora no le ahorra críticas a su gestión en Avellaneda y lo considera afuera del cristinismo. Para evitar un enfrentamiento, Ferraresi también esquivó la elección de bandos el 24 y marchó con la dirigencia de su distrito. Intenta, todavía, tender puentes entre ambas facciones.
A la mesa política chica se suman incondicionales de siempre, el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello; la secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra, que se encargan de cuestiones más operativas, y el jefe de asesores, Juan Manuel Olmos. Al último, Fernández le encomendó la tarea de coordinar el gabinete económico, que antes cumplía Cafiero. Desde entonces, tiene un rol mucho más activo también en la política.
“El problema es que Alberto no tiene estrategia. Queda todo en la nada, parece un consultorio político”, se quejan en un ministerio alineado con el Presidente. Incluso el grupo de incondicionales dice por lo bajo que recibe pocas órdenes por parte de Fernández o que, cuando decide salir al ataque, el propio Presidente lo deja en offside. Tal fue el caso de Aníbal Fernández, a quien le pidieron que saliera al cruce de Larroque, pero luego recibió el mensaje de que había sido demasiado duro. Algo parecido sucedió cuando el albertismo esperó, en vano, que el Presidente le pidiera la renuncia al PAMI a Luana Volnovich tras su viaje a México. Si hay que ir a la guerra, piden que, por lo menos, el enemigo no maneje las cajas. El Presidente prefirió evitar el estallido.
Lo padece, también, el Grupo Callao, el think tank del albertismo al que Fernández, apenas asumió, le pidió que bajara el perfil para no confrontar con La Cámpora. Por su silencio prolongado se ganó el mote malicioso de “Grupo Callado” en otras usinas. A principios de marzo hizo un nuevo intento por mostrarse activos y manifestar su apoyo al Presidente.
Fernández no da luz verde a nadie. No escuchó, hasta ahora, los pedidos desesperados de gobernadores, funcionarios y dirigentes de movimientos sociales. Evitó promover rupturas y desalentó armados territoriales y grupos propios. Insiste en que el acuerdo con el Fondo marcó una bisagra en el Gobierno y que este tiempo de crisis también le sirvió para mostrar fuerza propia; que ahora es momento de sostener la unidad contra viento y marea y focalizar en la gestión para cumplir con el contrato electoral 2019. En el horizonte todavía no aparece una fecha de reunión con Cristina que pueda sellar la paz.