EL COLADOR DE OLIVOS

Fernández tocado, Fernández eterna

El cumple-gate hirió al Presidente justo cuando creía que había 2023. Fortalecida, CFK tiene otro plan. Kicillof, la nueva mayoría y el ajedrez panperonista.

Las fotos del cumpleaños de Fabiola Yañez en la residencia de Olivos desataron un huracán de críticas a Alberto Fernández, justo en el momento en que el Presidente creía haber recuperado la iniciativa. Tras el cierre de listas, la confirmación de Santiago Cafiero como jefe de Gabinete y el inicio de una campaña en la que el Gobierno buscaba combinar la vacunación con la reapertura y los paliativos destinados a rescatar al consumo del derrumbe, las imágenes de la fiesta en la quinta presidencial en los días de la cuarentena más estricta sirvieron para desmoronar en un segundo las ilusiones del albertismo nonato. 

 

Las múltiples connotaciones de las fotos que contradicen el decreto que el propio Fernández dictó para ese período llevaron la polarización a su pico y dejaron al Presidente tocado, como producto de una escena en la que su palabra volvió a quedar devaluada. El subibaja de Alberto se da en un contexto específico. 

 

La foto que primero circuló en las redes y después se difundió a través de LN+ coincidió con la tarde en la que Cristina Fernández de Kirchner regresó al centro de la escena en Lomas de Zamora. El día anterior, la vicepresidenta había tomado nota de la foto de los festejos que difundió la cuenta institucional del PJ, a dos años del triunfo del Frente de Todos. Esa noche, como se sabe, Cristina estaba en Río Gallegos, pero la evocación con ella ausente agrandó su figura en la tropa propia y provocó un estruendo en el Instituto Patria. “Que algunos se olvidaron de la foto y se la recomendaron. Muy bien La Cámpora, muy bien La Cámpora… Siempre es buena la memoria. Si uno no tiene memoria, corre el riesgo de volver a equivocarse”, dijo la expresidenta en el acto en el que participaron la primera precandidata bonaerense del FDT, Victoria Tolosa Paz, y el segundo de la lista, Daniel Gollán, junto a la plana mayor del cristinismo y sus aliados Axel Kicillof, Máximo Kirchner, Eduardo De Pedro y el anfitrión, Martin Insaurralde

 

Para el cristinismo no hay duda: en las inmediaciones de Olivos hay quienes creen que es posible reubicar a CFK en un lugar secundario si el FDT gana los comicios con comodidad, una fantasía prematura que mueve a risa fuera de los jardines de la quinta pero es propagada por ministros y funcionarios de Fernández.

 

Víctimas del síndrome de quienes se almuerzan la cena, la ilusión del albertismo sufrió dos golpes en cuestión de horas. Primero, la respuesta del camporismo, que interceptó el festejo para convertirlo en un llamado de atención. Después, de la oposición, que difundió la escena de la fiesta por el cumple de la primera dama y sacudió con toda su artillería al Presidente, que había tocado su pico de popularidad gracias a la respuesta inicial que ensayó frente a la pandemia. 

 

El yin y el yang

Aunque inviable, la intención de algunas espadas paramentarias de Juntos por el Cambio de promover el juicio político de Fernández vuelve a aumentar la centralidad de la vicepresidenta, primera en la línea de sucesión. Nadie piensa que el juicio político pueda prosperar en las actuales circunstancias, pero si, como se dice, hay más imágenes comprometedoras, la figura de CFK volverá a condicionar cualquier movimiento.

 

Cristina es la responsable número 1 de que Fernández se haya convertido en el inquilino principal de la residencia de Olivos y está atada a su suerte. Su base de lealtades en la base de la sociedad y su lugar en la fórmula le garantizan ahora una cuota formidable de poder y la convierten, también en el principal reaseguro del Presidente. La oposición, que la ve detrás de todas las decisiones, puede apuntar contra Fernández hasta cierto punto: ir más allá es darle todo el poder a CFK, lo que, se suponía, nadie -ni ella- quería.

 

Los contrastes entre Alberto y Cristina son notorios y no siempre funcionan de manera complementaria. En las últimas semanas, después del cierre de listas, el Presidente dejaba correr la idea de que CFK no iba a poder prescindir de sus servicios y lo iba a volver a necesitar en el futuro. Ese garabato hacia el futuro le daba chances de pelear por su reelección, pero en el Instituto Patria la visión es diametralmente opuesta. 

 

La vicepresidenta le concedió al Presidente -no sin esfuerzo- los lugares principales en las listas, ocupó el resto con tropa propia y masticó bronca por la permanencia de Cafiero en la Jefatura de Gabinete. Privilegió el equilibrio interno en la previa de las elecciones, pero no resignó sus críticas de fondo sobre un gobierno al que, repite, le falta volumen político para afrontar la crisis económica y la pandemia. Hacia adelante, una vez más, será crucial el lugar que la vicepresidenta decida ocupar en función de armar un esquema que le permita conservar el poder y no regalarles la posibilidad de la revancha a sus enemigos.  

 

Hay 2023

Cristina administra su frustración con una decisión que tomó ella, pensando en que Fernández era el indicado -por una serie de virtudes que le asignaba- para la etapa post-Macri. No puede decir en público lo que reconoce en privado, según afirman sus allegados, y tiene que dosificar sus objeciones al rumbo de gobierno que se formó en torno de ella. Sin embargo, hay algo que se ve muy claro: desde hace varios meses, la campaña de Cristina es con Kicillof en la provincia. Las Flores, La Plata y varias veces Lomas la muestran concentrada en la inmensidad bonaerense, en especial en la Tercera sección electoral. 

 

Según le dijo a Letra P un dirigente de trato habitual con CFK, la vicepresidenta apuesta a edificar una nueva mayoría en 2023 y lograr en el próximo turno electoral lo que no pudo en 2015 ni en 2019. Si primero Daniel Scioli y después Alberto Fernández representaron mediaciones producto de la debilidad del cristinismo, Kicillof figura en el laboratorio de Cristina como un candidato con capacidad de representarla de manera eficaz en las elecciones. Claro, Cristina y Kicillof representan una línea que deja afuera a gran parte del peronismo no kirchnerista, que volvió a la costa de CFK detrás de la figura de Alberto. Con ellos solos no alcanza, pero la pérdida de autoridad política del Presidente solo tiende a fortalecer al polo cristinista. Sin embargo, a Cristina tampoco le sirve que Alberto llegue muy debilitado a la pelea de 2023. 

 

Si la estrategia de prescindir de Fernández prospera, hará falta un mecanismo de relojería para que todo funcione bien. Antes que nada, evitar que la crisis se desmadre y la falta de dólares conspire contra el Gobierno. Después, la necesidad de ratificar la alianza con el PJ tradicional. En ese punto, habrá que prestar atención a los puentes que constituyen al Frente de Todos: la relación de Máximo Kirchner con Sergio Massa y la de la propia Cristina con gobernadores que hasta ayer no tenían nada que ver con ella. Omar Perotti, el primero. 

 

Falta una eternidad y el Gobierno no sabe siquiera cómo llegará a noviembre, pero la vicepresidenta tiene una idea distinta hacia adelante de la que tiene el Presidente. Del resultado de las elecciones legislativas surgirá un nuevo equilibrio de fuerzas dentro y fuera del Frente de Todos. Salvo que Alberto cambie y se abra al plan que sugiere la vicepresidenta, salvo que a fin de año llegue un acuerdo con el Fondo y la economía rebote por arte de magia, salvo que ocurra el milagro de que los salarios le ganen a la inflación en serio y el consumo salga del quinto subsuelo, la coalición panperonista tendrá dos años difíciles en los que deberá conjurar la inestabilidad económica y redefinir los términos de la unidad en el terreno de la política. Aunque cuide su palabra y su imagen, aunque elija con precisión cada una de sus intervenciones, aunque por días enteros no hable, la centralidad de Cristina siempre tenderá a incrementarse.

 

Javier Milei y Martín Llaryora durante la firma del Pacto de Mayo, el 9 de Julio, en Tucumán.
Jorge Macri, jefe de Gobierno porteño.

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