Puede que, en algún lugar, Bartolomé Mitre se sienta orgulloso por los epígonos que ahora gritan desde su tribuna de doctrina o puede que se esté revolcando en su tumba. Ciento cincuenta y un años después, La Nación ingresó a fines de febrero pasado en un nueva etapa de resultados impredecibles. El debut de la nueva programación de la señal televisiva reunió a exponentes destacados de la gran familia de derecha -con perdón de la palabra- que andaba desperdigada. Las mediciones de los primeros meses indican que el canal logró promediar entre dos y tres puntos en algunos programas del prime time y escaló en el rating general hasta disputar la tercera posición con América 24, detrás de TN y C5N.
A cinco años de su lanzamiento, LN+ cambió de piel y entró de llenó a lucrar con la polarización gracias a la fuerza de una milicia antikirchnerista que consumen con fruición el macrismo hard y su más allá libertario. Con la guía de Juan Cruz Ávila como gerente de programación y los fondos millonarios de algún enigmático empresario de esos a los que les interesa el país, los grandes animadores del show de la república transformaron en tiempo récord una pantalla fría en un horno eléctrico donde, cada noche, cocinan al cristinismo y sus aliados.
La radicalización en modo agresivo de lo que había sido hasta hace poco una queja de indignación impotente produce efectos en el microclima del Circulo Rojo, enfurece a parte del oficialismo y templa el animo del macrismo que aún no entiende cómo perdió su oportunidad histórica, cuando tenía casi todo a favor. Además, impacta en la marca original, que fue el orgullo de la oligarquía argentina, se abrió a partir de los años noventa a una transformación de la mano de la familia Saguier y se esforzó por preservar las formas durante el combate con el kirchnerismo en el que el Grupo Clarín se pintó la cara para la guerra. Ya la aventura de Mauricio Macri en el poder había llevado a las autoridades de La Nación a dar fe de su compromiso ideológico con un proyecto ideal que se puso a la Argentina de sombrero y que -producto del malentendido o la guerra de bandas- se permitió incluso hacer tareas de espionaje sobre el propio Julio Cesar Saguier. Sin embargo, la programación del año electoral generó preocupación en una parte de la redacción del diario, que pasó de padecer la multitarea a sufrir las consecuencias del discurso de las estrellas que cobran un fabuloso cachet, tanto. que hasta en la cercanías de Héctor Magnetto lo definen como “ impagable”. Puertas adentro, el contraste es abismal, como lo muestran los trabajadores y las trabajadoras de La Nación, que denuncian la existencia de un alto porcentaje del personal que cobra salarios iguales o inferiores a la canasta básica.
Dos negocios distintos
En lo que algunos interpretan como un regreso al origen de una empresa que surgió como un órgano partidario, la sensación extendida de que el canal se traga al diario a una velocidad inaudita provocó malestar en periodistas y columnistas destacados. Algunos incluso recordaron que, entre los faros morales que ahora ocupan la pantalla, estaban antiguos propagadores de las campañas del kirchnerismo que los tuvieron como víctimas.
Aunque desde afuera la impresión de los opositores y algunos neutrales es que la nueva criatura arrastra al diario al peor barro y refuerza la línea bélica, las fuentes consultadas por Letra P afirman que el costo también es percibido adentro y genera incomodidad. No son sólo rumores. Hace dos semanas, el director del diario, Fernán Saguier, y el secretario de Redacción, José Del Río, decidieron que los contenidos del canal que se habían apoderado de la home pasaran a la parte inferior de la sábana online y los textos del diario recuperaran la centralidad que habían perdido. Los editoriales de las estrellas de la grieta que habían invadido la web hoy figuran bien abajo y el diario resigna clicks con el objetivo de mantener una mínima cohesión y criterio periodístico, según lo que informaron a este portal desde la redacción. Fue una manera de marcar distancia entre productos que están unidos por el mismo nombre, a diferencia de lo que indica el manual del Grupo Clarín o incluso el del Grupo Indalo. El mensaje complementario vino con un llamado a los periodistas para recuperar la identidad profanada y retomar una senda de rigurosidad que en algún momento afianzó el compromiso con la línea editorial de la empresa. Para el afuera identificado con el oficialismo, el cambio es imperceptible; para el adentro, descomprimió al menos una parte del malhumor y trajo algo de alivio.
Según pudo saber este portal, la redacción estaba dividida entre periodistas que reivindicaban la postura talibán y los que no sólo perdieron el orgullo de pertenecer sino que se sienten avergonzados por la mutación reciente. Desde la cúpula empresaria, intentan distinguir dos tipos de negocios con lógicas distintas. “Ellos piensan que mantener el canal original, que era una expresión más del diario, era no tener ningún destino y que había que adoptar las reglas de la tele. Es lo que se ve”, le dijo a Letra P una fuente bien informada.
Entre los especialistas de comunicación predomina la idea de que el canal recargado tiene un objetivo claro y lo cumple, más allá de que provoque arcadas al otro lado de la grieta (o precisamente por eso). Si C5N es el canal del pancrististismo entusiasta, LN+ busca ser el del macrismo exacerbado y crecer desde ese lugar en una carrera en la que se lleva parte de la audiencia furiosa que militó antes en la sintonía de América 24 y TN. Las versiones de que Macri y Nicolás Caputo -dos contactos estrechos de los Saguier- pusieron la plata para la epopeya de medir bien fueron amplificadas al nivel del establishment por Jorge Fontevecchia, pero son desmentidas dentro de la empresa y por los dos empresarios. A favor, es verosímil que cueste horrores sacarles un peso de su bolsillo tanto a Nicky como a Mauricio; en contra, nadie como el egresado del Cardenal Newman se beneficia tanto de los tambores que suenan en continuado en la nueva señal. Sea como sea, el Ceo de la empresa, Francisco Seghezzo, y en especial el gerente comercial de La Nación, Gervasio Marques Peña, presionan por lograr que el canal incremente sus márgenes de rentabilidad y comience a recuperar la inversión descomunal que se hizo en plena pandemia.
El largo adiós
La irrupción de LN+ es, en realidad, parte de un proceso más largo de transformación. La llegada de los Saguier en 1994 se le sobreimprimió la nueva etapa que se impuso a partir de la salida de José Claudio Escribano en los primeros años del kirchnerismo, un movimiento sísmico que le permitió al diario despegar -en alguna medida- de su ADN jurásico y su alta complicidad con la dictadura, pero vino también de la mano del gobierno de los ceos dentro de la compañía. Producto de los tiempos y las decisiones empresariales, hoy el diario de los Saguier tiene tres caras, el canal, la home y el print. La de menor alcance es el diario de papel, que publicó el sábado 4 de abril su última edición en el tradicional tamaño sábana -seguía saliendo así los fines de semana-, el fin de un proceso que se inició a fines de lo noventa.
De acuerdo al IVC de fines de 2020, La Nación papel vende 81 mil ejemplares de lunes a viernes -tres veces menos que Clarín- y llega a 169 mil los domingos -menos de la mitad que el diario de Magnetto-. Son cifras que los especialistas ponen en duda: dan cuenta de una industria que prácticamente no sufrió el efecto de la pandemia y contrastan fuerte con las quejas crecientes del gremio de canillitas por la caída de las ventas. Según publicó Infobae, la home de La Nación presenta buenos números y tuvo en diciembre pasado casi 18 millones de visitantes únicos, entre uno y dos millones abajo de lo que reportan el portal de Daniel Hadad y de Clarín. La rentabilidad es otro problema, que no es propiedad exclusiva de la empresa de los Saguier.
Como testimonio imperecedero de la época que se va, queda el interesante libro de los periodistas Hugo Calegaris y Encarnación Ezcurra, “Escribano, 60 años de periodismo y poder en La Nación”. Ahí, el hombre fuerte del diario durante por lo menos 25 años evoca su historia asociada a la de la empresa, habla del vinculo con Clarín y cuenta detalles de su estrecha relación con el poder dictatorial y democrático, pero, además, deja testimonio de los criterios que guiaron al matutino bajo su conducción y de los cambios que trajeron la crisis del papel y el huracán de los ceos. El último de ellos, antes del adiós definitivo a la sábana, había sido el cierre de la planta gráfica del diario en Barracas, lo que llevó a La Nación a imprimir en Clarín desde febrero de 2019.
-¿Usted mira en la versión online cuáles son las notas más leídas?- le preguntan.
-Nunca me fijo en eso. No me fijo porque lloraría. Eso es un cáncer. ¿Qué quiere decir “las notas más leídas”? ¿Cuál es la calidad del lector que me importa, incluso respecto de los avisadores? Para mí no vale cualquier recurso- dice.
Es parte de una carrera contra el tiempo que, a los 83 años, aún libra el irreductible Escribano. Todas las noches, desde LN+, lo contradicen a los gritos.