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El repliegue agazapado de Larreta

Subido al envión de los 40 puntos y las marchas del #SíSePuede, Macri se impone como jefe de Cambiemos, lo que obligó al jefe de Gobierno a desactivar sus planes, esperar y poner la lupa en el 10D.

Tenía un quinteto de jinetes dispuestos a recorrer la Argentina y preparar el terreno para su expansión, pero en la noche del 27 de octubre les pidió que se resguarden. Horacio Rodríguez Larreta ordenó una “pausa” a su proyecto presidencial que, como se sabía, comenzaba la misma noche del festejo del triunfo en primera vuelta desde el búnker de Costa Salguero.

 

La decisión es evitar precipitar una tensión con el presidente Mauricio Macri, que se acelerará desde el 11 de diciembre. La pretensión presidencial de Rodríguez Larreta no es algo que preocupe a Macri, que no lo considera su amigo sino un socio político. Lo ungió como sucesor en la Ciudad, pero no está dispuesto a abrir una disputa por la herencia de la silla presidencial de 2023 cuando aún restan cuatro años para las elecciones y, además, se va con el 40,32% de los votos.

 

Larreta no tuvo ni que hablar con su mesa política. Fue algo que procesó en privado y luego comunicó a su equipo. Bajo esa lógica, Diego Santilli (vicejefe de Gobierno), Bruno Screnci Silva (ministro de Gobierno), Fernando Straface (secretario General y de Relaciones Internacionales), Álvaro González (diputado nacional) y Eduardo Macchiavelli (ministro de Ambiente y Espacio Público) debieron frizar la agenda de actividades del plan Larreta 2023, que incluye viajes al interior y reuniones con dirigentes que, durante la era Cambiemos, sufrieron el destrato de la Casa Rosada.

 

La remontada de Macri –que terminó siendo una gesta en la que descontó puntos pero no le alcanzó para reelegir– no opacó el triunfo en primera vuelta de Larreta en la Ciudad de Buenos Aires, pero lo obligó a una relectura del clima político y, especialmente, del equilibrio de fuerzas hacia dentro del PRO. Después de las PASO, Rodríguez Larreta tanteó con el mendocino Alfredo Cornejo el futuro de Cambiemos y el perfil que debería tener ese bloque de partidos a la hora de plantarse como oposición a Alberto Fernández. Se habló de una posición constructiva y un liderazgo horizontal, que el gobernador cuyano volvió a traer a colación esta semana, justo cuando Macri dijo abiertamente “hay gato para rato” y se burló de quienes pidieron “jubilarlo”.

 

 

 

A diferencia del porteño, el mendocino va más allá y vincula –números en mano- a Macri con la “derrota”. “Derrota digna”, bautizó, para matizar. Una analogía deportiva que, eufemismos afuera, busca dejar en claro que el Presidente no puede –según su juicio- continuar con la cuota de liderazgo que mantiene tras haber perdido la elección y forzado la salida de Cambiemos del gobierno nacional.

 

Larreta, cauto, sostiene que Macri tiene que continuar en el tablero político, aunque pelea por una apertura de la toma de decisiones. Se lo dijo cuando almorzaron la semana pasada en la Quinta de Olivos. Macri ya estaba decidido y devolvió con su primera determinación: como adelantó Letra P, les pidió a María Eugenia Vidal y Larreta que apoyen a Patricia Bullrich como presidenta del PRO.

 

Horas después, volvió a dejar una pista de lo que planea para la continuidad de Cambiemos: dispuesto a conservar su poder, postuló a Cristian Ritondo como jefe del bloque PRO en Diputados e insinuó que podría conducir el interbloque Cambiemos en esa cámara. A sabiendas de que lograría una confrontación con los diputados de Emilio Monzó y los legisladores del interior, el Presidente avanzó.

 

 

 

“Si me avisan por los diarios, contesto por los diarios”, bramó el mendocino Omar De Marchi, ofuscado porque, al igual que la mayoría de sus colegas del PRO, se enteró por los medios de comunicación que Ritondo es el elegido de Balcarce 50 para conducir el bloque amarillo de legisladores nacionales, como contraoferta por la promesa –trunca por el veredicto de las urnas- de presidir la Cámara de Diputados. Durante la era Macri en el Poder Ejecutivo, esa fue una de las quejas recurrentes de la UCR. Ahora, brotan esas tensiones en las propias filas del partido amarillo. El larretismo ya activó el operativo contención para los diputados del PRO que exteriorizaron su malestar.

 

 

 

Larreta y Vidal buscarán asistir al tendal de heridos y, desde agosto, recrudecieron sus diferencias con la Casa Rosada, pero ahora -bajo una estrategia de repliegue- decidieron respetar la orden de Macri. Es una queja recurrente de Cornejo, que suele castigar esa indefinición cuando compara el funcionamiento del PRO con el de una empresa. "Hay un CEO y los gerentes no discuten", atiza el mendocino. Aún falta conocer si Monzó, junto a Rogelio Frigerio, se distanciará formalmente del PRO y armará un bloque propio en Diputados para integrar la alianza junto al PRO, el radicalismo y los legisladores de Elisa Carrió. Si avanza, podría frustrar el intento de Macri de colocar, también, a Ritondo como jefe del interbloque de Cambiemos.

 

 

 

Detrás de estas quejas, que distintas espadas del oficialismo discuten hace tiempo, se esconden dos interrogantes: ¿Hasta cuándo el PRO continuará como un espacio cuyo único fin es garantizar el bienestar político del Presidente? ¿Puede el PRO encarar un proceso de transición? Los primeros movimientos de Macri, sostenidos bajo la proclama de Marcos Peña en torno a que “los votos son de Mauricio”, muestran lo contrario.

 

Tras el traspaso de mando con Fernández, entonces, llegará la pregunta más difícil: si Macri considera que el PRO continúa, aún en la derrota, configurándose como un espacio personalista que, únicamente, busca garantizarle un colchón político e institucional a él mismo.

 

En la trinchera larretista, plantean un esquema de “contragolpe”. Seguirán observando y soportando la dedocracia de Macri hasta el 10 de diciembre. Con el Presidente fuera de Balcarce 50, avisan, comienza otra historia. No habrá una disputa abierta, pero los jinetes de Larreta para caminar el terreno, siempre a sottovoce, recorrerán los primeros kilómetros de expansión del larretismo sin ninguna restricción.

 

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