Alberto Fernández ordenó a su equipo de política exterior que empiece a tender puentes hacia la Casa Blanca, un objetivo de política exterior que había decidido dejar en suspenso hasta poder presentarse formalmente como presidente electo. Ese es para él un pilar de la gestión que iniciará el 10 de diciembre: sin un entendimiento con Donald Trump, su necesidad de darle viabilidad a la deuda pública iría a vía muerta y la apuesta a recuperar la economía se haría todavía más complicada.
Fernández valoró el silencio que el republicano mantuvo durante la campaña electoral, que consideró un indicio de que Washington le daría espacio para buscar una agenda común. A eso se sumó el lunes la felicitación del secretario de Estado, Mike Pompeo, que si bien no deja de ser protocolar tiene valor en una etapa en la que la diplomacia internacional no siempre se rige por los estándares habituales. Por caso, el émulo regional de Trump, el brasileño Jair Bolsonaro, no solo llenó de darlos al peronista en la previa del 27-O sino que, una consumada su victoria, anunció públicamente que no tenía ninguna intención de enviarle un saludo.
Si el apoyo de Trump fue la autopista que recorrió Mauricio Macri para llegar al Stand-by con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la renegociación de ese objetivo no podría ir por colectora. No sorprendió en Buenos Aires, en ese sentido, que poco antes que Pompeo, haya sido la nueva directora gerenta del organismo, Kristalina Georgieva, quien declarara su disposición a despachar rápidamente una misión a Buenos Aires. El Fondo se juega mucho en lo que haga el país que es su mayor deudor en todo el mundo, pero el punto es importante: si el visto bueno de Estados Unidos es crucial para volver al Fondo, el de este, a su vez, vale oro para encaminar el “reperfilamiento” con los tenedores privados.
No hay tiempo que perder: hasta fin de año están previstos vencimientos de deuda superiores a los 4.500 millones de dólares y las reservas que Guido Sandleris dejará en el Banco Central no serán demasiado mayores. Los acuerdos deberían llegar temprano, acaso en el primer trimestre del año que viene, para empezar a desbrozar el terreno económico.
INTERESES COMUNES. La retahíla de convulsiones políticas y levantamientos populares en Sudamérica es la primera carta que maneja Fernández en busca de puentes. Estados Unidos no quiere que a la inestabilidad política que comenzó en Paraguay y siguió en Perú, a la que siguieron los disturbios que se desataron en Ecuador, Chile y ahora Bolivia se sume un estallido en Argentina. La mecha es corta y el nuevo gobierno necesitará encontrar buena voluntad. “Acá y allá se sabe que el país necesita margen para pagar sus deudas y que hoy camina sobre hielo delgado”, le dijo a Letra P una fuente cercana a Fernández y que está familiarizada con las gestiones.
En su discurso triunfal ante la militancia, el presidente electo saludó el domingo a la noche la reelección de Evo Morales, la que es discutida no solo por la oposición de Bolivia sino por la Organización de Estados Americano (OEA), que es lo mismo que hablar del Departamento de Estado. Es evidente que Fernández no quiere ni puede apartarse de esa posición, pero una Argentina centrista, ni prochavista ni antichavista, puede ofrecerse como un canal alternativo para colaborar en la desactivación de las bombas regionales.
El entorno de Alberto Fernández observa que Estados Unidos comenzó a reforzar las segundas líneas de su embajada en Buenos Aires para la nueva etapa, mejorando el nivel diplomático de una legación encabezada hoy por un exjuez como Edward Prado. La movida es considerada un upgrade con respecto a lo que hoy existe.
Con el presidente Fernández, el país saldrá de la órbita del Grupo de Lima, conformado por gobiernos de derecha para forzar la caída de Nicolás Maduro, y pasará a militar junto a España, México y Uruguay (si el Frente Amplio no se manca en el ballotage del mes que viene) en el Grupo Internacional de Contacto, que aboga por una salida negociada. El vehículo podría servir también para Bolivia si la situación en este país sigue escalando. Es conocida la frustración de Trump por el fracaso de la apuesta a la vía rápida en Venezuela, pero no está claro aún que eso lo lleve a respaldar alternativas. Limitado por convicción personal y margen de maniobra político para ofrecer otra cosa, Fernández espera captar con su enfoque el interés de Washington.
DE NORTE A SUR. El entorno de Alberto Fernández observa que Estados Unidos comenzó a reforzar las segundas líneas de su embajada en Buenos Aires para la nueva etapa, mejorando el nivel diplomático de una legación encabezada hoy por un exjuez como Edward Prado. La movida es considerada un upgrade con respecto a lo que hoy existe.
En paralelo, afirman en el albertismo, la Casa Blanca activó una línea de contacto informal a través de un argentino, Gustavo Cinosi, dueño de las franquicias del Sheraton Pilar y Tucumán, hombre cercano al secretario general de la OEA, Luis Almagro, y un influyente en la justicia federal de nuestro país. Según explican, de él se espera que la Casa Blanca termine de explicitar qué es lo que espera del futuro gobierno.
DE SUR A NORTE. Más allá de la activación de las terminales de algunos economistas allegados al presidente electo en el mundo financiero estadounidense, durante la campaña se buscó enviar señales al poder político. La misión ahora es pasar de lo oblicuo a lo directo.
Dentro del albertismo hay dos hombres con buena llegada allí. Uno es el exembajador en ese país Jorge Argüello; otro es el diputado electo y futuro presidente de la Cámara Baja Sergio Massa. Este último, que estuvo a principios de mes en Estados Unidos, tiene línea directa con un influyente de la Casa Blanca: el exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, quien a pesar de vivir horas políticamente bajas por haber quedado enredado en algunos de los entuertos de Trump, no ha perdido ni una pizca de su influencia sobre este.
Un paso clave para conciliar con Trump será la elección del futuro canciller. Fernández todavía no hizo saber quién será, pero en su entorno descuentan que la bendición caerá sobre alguna figura moderada y que no pueda asociarse con el kirchnerismo tardío.
Mientras, la orden está dada. Pasado el 27-O, comienza la tarea de acercarse a Washington. Todo, claro, con el apoyo de Cristina Kirchner, quien en la campaña llegó a elogiar las posturas industrialmente proteccionistas del republicano. Solo le faltó llamarlo peronista…