En el año en que la fuerza que comanda se vino abajo en las urnas, terminó como la diputada más respetada por el oficialismo y la oposición, en un recinto donde no faltan pesos pesados. La batalla por la reforma previsional y un discurso que despertó aplausos hasta de la plana mayor del kirchnerismo coronaron el desempeño de la Graciela Camaño más aclamada. Pese a ser una opositora cada vez más tenaz, la jefa del bloque del Frente Renovador es considerada por Emilio Monzó como “la mejor parlamentaria del Congreso”, junto con -la monzoista- Silvia Lospenatto. Faro del massismo en la nebulosa de la derrota, la ex ministra de Trabajo de Eduardo Duhalde generó la inquietud de Mauricio Macri, cuando invocó a Nelson Mandela. “Permítame, señor presidente, porque yo sé que los amigos de Cambiemos son tan proclives a la sonrisa de Mandela, decirles algo que también lo ha dicho Mandela. No solo sonreía. Mandela ha dicho: 'Un gobierno que emplea la fuerza para imponer su dominio enseña a los oprimidos a usar la fuerza para defenderse'". Mientras, Macri transpiraba, demudado por esa Argentina inviable.
Después de expresar al irreductible peronismo no kirchnerista y haber alentado todas las formas de disidencia con base en el PJ durante por lo menos ocho años, Camaño ahora complace con sus intervenciones dentro de la Cámara a la gran mayoría de lo que se llamó Frente para la Victoria y -quizás más importante- también agrada afuera. Nadie se anima ya a reducirla a la esposa de Luis Barrionuevo, el sindicalista que quedó en la historia como el recontra alcahuete de Carlos Menem que pidió dejar de robar por dos años.
El peso de la chaqueña opositora tracciona incluso dentro del espacio zigzagueante del Bloque Justicialista, donde los diputados que -en teoría- responden a los gobernadores intentan, sin éxito, gestar un liderazgo que se asimile al de Miguel Ángel Pichetto en el Senado. El salteño Pablo Kosiner fue uno de los que escuchó su criterio en las horas más calientes del debate por la llave del ajuste que Cambiemos logró aprobar con un costo altísimo.
Camaño es el hada madrina que no abandona a Sergio Massa desde que lo rescató de la UCeDé, junto a su marido, en el verano de 1994. “Nuestros cuadros provenían de los barrios más populosos de San Martín. El era blanquito, el pelo limpio en medio de los pelitos chuzos de los demás”, suele evocar. Massa tenía entonces 22 años y se había iniciado junto a un concejal de la Ucedé llamado Alejandro Keck que hoy trabaja a las órdenes de la gobernadora María Eugenia Vidal en la provincia. Camaño intentaría un año después, sin suerte, ser intendenta del distrito que hoy gobierna Gabriel Katopodis. Si bien nunca perdieron el contacto, los momentos más intensos en la política los compartieron en 2002 y en 2013. Ella todavía confía en que los años y la madurez le puedan dar al ex jefe de Gabinete de Cristina el destino que -cree- merece.
Camaño es la voz, el cerebro y el corazón de Massa en el Congreso.
La diputada es además una de las maestras de otro joven peronista con pretensiones, Juan Manuel Urtubey, a quién adiestró en su paso por la Cámara Baja entre 1999 y 2007. Su ascendencia se mantiene, aunque no alcanza para redimir al gobernador de Salta de su simbiosis con el macrismo.
Es que la jefa del bloque UNA lleva una vida como parlamentaria. Tanto que estuvo presente el día -ahora recordado por el quórum efímero que obtuvo Cambiemos el 14 de diciembre- que Juan Kenan se sentó a votar la privatización de Gas del Estado. Hace un cuarto de siglo, en marzo de 1992, el asesor del diputado peronista Julio Samid se coló en el recinto para aprobar el marco regulatorio de una de las privatizaciones de Menem. Camaño, testigo de la irrupción del “diputrucho” y entonces secretaria parlamentaria del bloque del PJ, votó en contra de la privatización y sostiene hoy que también lo hizo quién era el hermano del rey de la carne.
“No tengo alma de oficialista. Ese es mi problema”, dice la ex ministra ahora, cuando los cuestionamientos por su adhesión al menemismo quedan lejos, relegados por su enfrentamiento con el kirchnerismo y su oposición al macrismo.
En medio del debate de este diciembre por la reforma en el Congreso, mientras afuera la temperatura ascendía, Camaño recibió un mensaje de Urtubey en su teléfono: “Argentina no paga a los comedidos”, decía. Seis palabras, demasiado poco quizás para que el esposo de Isabel Macedo obrara en consecuencia.
Parece historia antigua ya, pero Camaño está convencida de que los gobernadores se comieron el amague de Ricardo Lorenzetti, cuando se fotografió con Vidal. Una postal sugerente que abría paso a impugnaciones por haber violado una acordada de la propia Corte Suprema que obliga a recibir a las dos partes, en la antesala de la definición de un pleito.
SEÑORA LIBRE. Nacida en Roque Sáenz Peña, provincia de Chaco, Camaño tuvo un abuelo materno de apellido Fernández, que se convirtió en un acaudalado empresario en la localidad de Campo Largo, donde fue dueño de un Almacén de Ramos Generales. No fue Fernández el que marcó su infancia sino su abuela María Magdalena Miño, una mujer indígena que dejó a su marido por violento y crió sola a sus siete hijos. “Pudiendo ser la mujer del dueño del pueblo, eligió ser una señora libre. Se peleaba con todo el mundo, tenía un carácter fuertísimo”, cuenta Camaño a Letra P, que algo parece haber heredado de su abuela.
Antes de cumplir 10 años, la diputada del Frente Renovador se mudó a Los Polvorines, el mismo lugar en el que pasó la última Nochebuena junto a su madre, de 85 años.
Operaria en una fábrica de zapatos, maestra, casada hace más de tres décadas con Barrionuevo -tienen un hijo y una hija-, celosa de su vida privada, Camaño se inició en el mundo sindical junto a su marido y compartió la militancia en el peronismo de San Martín durante la década del noventa hasta que comenzó a hacer su propio camino. “Es muy bocón”, suele decir en los momentos en que prefiere no defenderlo.
Fue por aquellos años cuando conoció a la familia de la actual primera dama, Juliana Awada. Los Awada eran cuatro hermanos que vivían en el distrito: mientras las mujeres eran allegadas a Camaño, los hombres tenían relación con Barrionuevo. Por alguna razón, Abraham, el padre de Juliana, decidió vender su casa apurando al sindicalista gastronómico, que dice haber pagado 50.000 dólares por el chalet en el que Juliana y su hermano Alejandro organizaban fiestas que -según recuerdan actuales funcionarios del macrismo- eran memorables.
A Macri, el mismo que se disgustó al escucharla la semana pasada, lo conocería personalmente recién en 2011, cuando sondeaba junto a Duhalde la posibilidad de que Mauricio fuera el candidato del peronismo antikirchnerista. Ya escoltado por Jaime Duran Barba, el entonces alcalde porteño desecharía el convite a cualquier mezcolanza con el PJ.
El ex senador -que había conspirado en su contra en 1995- la convocó en 2002 para la tarea ejecutiva más importante de su vida: asumir en el ministerio de Trabajo de un país donde la desocupación había superado el 20 por ciento. Pese a que era una figura externa al núcleo duro del duhaldismo, el presidente interino le dió todo el respaldo. “La plata que yo necesitaba me la daba -el entonces secretario de Hacienda- Jorge Sarghini, que estaba obligado por Duhalde”, recuerda.
Fueron los crímenes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán los que decidieron al ex gobernador a acortar su mandato y dar paso a la era kirchnerista. Camaño, que entonces fue electa diputada como parte del acuerdo entre Duhalde y Néstor Kirchner, comenzó a estudiar en la Universidad de Morón hasta convertirse en abogada y dictar clases.
Después vendría la distancia con el Frente para la Victoria, un cierto respeto por la gestión de Kirchner y un enfrentamiento intenso con la era de Cristina en el poder, que incluyó la cachetada a Carlos Kunkel en 2010, por haberle recordado la quema de las urnas que protagonizaron en 2003 los seguidores de Barrionuevo en Catamarca.
CLASE INCONSCIENTE. Pese al reconocimiento dentro del Congreso, Camaño hace circular un mensaje inquietante que sus pares parecen minimizar o atribuir únicamente a los errores y decisiones de sus adversarios. “Hay una clase dirigente expoliadora”, le dijo a Clarín en abril pasado. “Somos unos inconscientes”, agrega ahora ante Letra P, un rato después del brindis de fin de año del bloque UNA en el anexo de Diputados. Se refiere a los índices que ubican al 30% de los argentinos por debajo de la línea de la pobreza y afirma que hace 30 años que el deterioro social avanza en forma vertiginosa, más allá de los intervalos en los que se experimenta cierta mejora.
Dueña del chalet que perteneció a los Awada y amante también del golf, Camaño no está lejos sin embargo de la realidad más cruda del conurbano bonaerense. Vive a diez cuadras de Villa La Rana, a 15 cuadras de la Villa 9 de julio y a 25 cuadras del cinturón ecológico del Ceamse, en el que cada día, a partir de las 5 de la tarde, una legión de sobrevivientes comienza a caminar para llegar a tiempo a revolver la basura.
Todavía a cargo de comedores populares en su distrito, la mano derecha de Massa dice que hay algo que es difícil de olvidar: el gusto que tiene el agua de los pobres. Advierte sobre las subculturas que se expanden a años luz del alcance de la política y también pone la lupa sobre el futuro del peronismo: “La sociedad se enojó con el peronismo con justa razón. La sociedad no piensa con la cabeza de un dirigente político o un militante político. Está mirando la realidad de su día a día”.
Sin diálogo con el Gobierno y después del lejano tercer lugar que consiguió Massa en las legislativas, Camaño asegura que su hijo político nunca se fue del peronismo y que la unidad hacia 2019 solo sería viable sin Cristina en los primeros planos, algo que hoy ve como improbable. Por no decir imposible. “Falta tejer mucho todavía para decir ‘acá está el peronismo, acá se paró el peronismo’”.