En el resto, la parálisis administrativa, la persistencia de ravioles vacantes en numerosas áreas del Estado y políticas sectoriales totalmente subordinadas a la imposición de hacer caja a como dé lugar diseminan un cuadro desalentador.
Para trazar el 2025 electoral, hay que partir de un dato clave: según la sociedad de bolsa Facimex Valores, citada por la agencia Bloomberg, el país deberá hacer frente a vencimientos de deuda por 17.515 millones de dólares. La cifra se desagrega en 15.350 millones de compromisos del Tesoro –7.619 millones con tenedores particulares y 7.731 millones con organismos internacionales– y 2.165 millones a deuda contraída por el Banco Central.
El detalle es que "no-hay-plata", básicamente por la insuficiencia de la acumulación de reservas en la temporada alta de la soja que está por terminar. Más allá de cuestiones políticas –la incertidumbre en torno al detalle de lo que quedará del proyecto ómnibus XS y la unidad de los "degenerados fiscales" para retocar las jubilaciones y avanzar en el financiamiento educativo–, un riesgo soberano que subió casi un 40% desde el piso del 22 de abril –1.148 puntos básicos– resulta incompatible con la necesidad de refinanciar esos pagos.
Javier Milei y el colmo del dogmático del mercado
En la situación actual, la Argentina mantiene vedado el acceso al crédito voluntario, el FMI no parece dispuesto a enterrar más dinero en su principal deudor y no aparecen los billetes verdes de fondos de inversión ni de países prometidos tantas veces por el "Messi de las finanzas". Al Gobierno le urge recuperar la confianza de los inversores para no quedar expuesto a la obligación de renegociar –otra vez, ¡ay, Argentina!– una deuda imposible, lo que sería un enorme fracaso para una administración que si algo ha prometido es respetar la propiedad privada y los contratos.
Fuera de lo financiero está la economía real. La recesión parece tocar piso, pero la "franca recuperación" es un fenómeno que solamente ve Todo Caputo.
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Toto Caputo muestra una confianza en la recuperación de la economía real que no es compartida por el mercado.
De acuerdo con el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), la encuesta mensual entre consultoras y analistas que realiza el Banco Central, el producto bruto interno (PBI) cerraría el año con una caída del 3,8%, número que luce menos grave que lo que es porque la base de comparación del segundo semestre se realiza con la de la sequía de 2023.
En 2025, en tanto, esos especialistas proyectan un rebote de 3,4%, ni siquiera lo suficiente para compensar lo rebanado por la motosierra y lo disuelto por la licuadora. En el contexto de un desempleo en alza, el espacio para una recuperación de los salarios no parece demasiado amplio, algo que comenzará a poner en primer plano los plazos de la paciencia social.
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En términos de inflación se espera el anunciado amesetamiento en niveles elevados, lo que interrumpiría la escalerita descendente desde el Everest del 25,5% posdevaluación de diciembre último, lo que el Gobierno ha presentado como su mayor logro.
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Tanto el rebote tenue de la actividad como el estancamiento de la desinflación dependen de que la falta de reservas y el encarecimiento del país en dólares no lleven a un nuevo salto discreto del tipo de cambio que, eventualmente, desencadene una nueva ola de remarcaciones de precios, reiterado deterioro de los ingresos y el consumo y, claro, un cambio del humor social.
La crisis política del Gobierno mencionada más arriba es una variable que dependerá de lo que hagan las propias autoridades, en particular el nuevo jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Por el momento, el lento y, todo lo indica, resistido –puertas adentro– desembarco de Federico Sturzenegger en el equipo es leído como una fuente de competencia y conflicto con Caputo.
Milei encara la previa electoral con entusiasmo: las encuestas ponen al oficialismo bien arriba. Así, promete "arrasar" a las "ratas" de la oposición que le hacen la vida difícil en el Congreso.
Cualquier mandatario tiene el derecho y hasta el deber de irradiar optimismo, pero el argumento no se sostiene demasiado.
La actual composición del Congreso es producto de la primera vuelta de 2023, ocasión en la que, en el tramo presidencial que arrastró el legislativo, La Libertad Avanza (LLA) obtuvo el 30%, mientras que lo que era Juntos por el Cambio consiguió un 23,8% con Patricia Bullrich. Esa sumatoria, que además incluyó un componente radical ahora incierto, es un techo y no un piso para el oficialismo. Dado el modo en que el PRO funciona como un apéndice sumiso del proyecto ultraderechista, el futuro posterior a los comicios del año que viene no permite imaginar una relación de fuerzas demasiado diferente de la actual.
A eso, claro, hay que sumar los indicios de que Mauricio Macri se siente harto por el destrato del Gobierno y se prepara para tomar una distancia ostensible que le permita al PRO presentarse ante el electorado como algo diferente de lo que es hoy.
Lo dicho implica que, incluso arrasando como promete, Milei la tendrá difícil para hacerse con una base de apoyo superior al tercio de cada cámara, umbral que constituye su garantía para blindar su poder de veto y, más sugestivo, de eventuales procesos de juicio político. A propósito de esto, ¿dejará el Presidente Sol, al estilo del absolutista Luis XIV, de tensar la relación con los poderes Legislativo y Judicial como lo ha hecho en los últimos días?
Esto explica que, en paralelo al optimismo voluntarista que el jefe de Estado plantea cuando habla de las elecciones que vienen, en su entorno y en la prensa que lo expresa circulen teorías conspirativas que involucran en un supuesto intento golpista al cristinismo, el radicalismo más crítico, la prensa no adicta, el campo que no liquida soja y hasta a Victoria Villarruel.
El Presidente no ayuda con sus comportamientos erráticos, evidenciados, por ejemplo, en la fiesta de 15 que se regaló en el Luna Park y, esta semana, en la inquietante entrevista que le concedió a la periodista Bari Weiss, de The Free Press. En ella se describió como Terminator, dijo venir de un futuro distópico para impedir el triunfo global del socialismo y se declaró, con gestualidad extraña, como "un topo" dedicado a "destruir el Estado desde adentro".
Embed - Argentina’s President Javier Milei Has a Plan for His Country—Will It Work? Honestly with Bari Weiss
Efecto Terminator
Destruir el Estado, cabe señalar, equivale a mutilar todo tipo de facultades, desde las de distribuir ayuda social hasta proveer educación y salud a la población, cosas que lamentablemente la realidad parece verificar. Defensa, seguridad y funcionamiento del Poder Judicial para dirimir conflictos entre privados caben dentro del credo paleolibertario.
Milei es un anarcocapitalista de vocación, pero no parece haber muchos ejemplares de esa especie en el Gobierno. Con la incógnita de Karina Milei, de quien no se conoce más que cierta vocación por las misiones sobrenaturales, tal vez coincida en esa visión el enfant terrible Santiago Caputo; no mucho más. El resto de la galaxia Milei está compuesto por dos grupos: los sinceros, esto es personas que se excitan ante la perspectiva de un hiperajuste que creían imposible y ultraderechistas de corazón –asumidos y no asumidos–; entre los de lealtad frágil, oportunistas y adulones que contribuyen a generar un insólito culto a la personalidad.
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Javier Milei pretende construir una imagen idealizada de sí mismo y cuenta para eso con un entorno demasiado concesivo.
Entre zozobras económicas y financieras, la esperanza sostenida hasta ahora contra viento y marea por una mayoría social podría trastabillar. Esa acechanza y las que emanan de la política –las impulsadas por la oposición y también por la interna brutal del Gobierno– ponen en primer plano, una vez más, la cuestión espinosa del carácter de Javier Milei. ¿Cómo reaccionaría este frente a un sentimiento abrumador de frustración?
El futuro está a la vuelta de la esquina.