La semana política comenzó con el estruendoso batacazo de Rolando Figueroa, que el domingo pasado terminó con 60 años de invicto del Movimiento Popular Neuquino (MPN), y culminó con la decisión del presidente Alberto Fernández de resignar, tarde pero seguro, sus aspiraciones de competir por un segundo mandato.
Los dos hechos conmocionaron a la política porque -cada uno en su especie- rompen una lógica, marcan un quiebre en la dinámica del poder. Es cierto que la reelección de Fernández era una quimera que solo compartía con su almohada pero, despojada de las explicaciones que se tejen en el centímetro cuadrado del día a día, la decisión de bajarse de la contienda electoral no deja de tener su significado histórico.
Néstor Kirchner fue el primer presidente, desde la recuperación de la democracia, en 1983, que terminó su mandato y no buscó la reelección. Tenía un proyecto de poder que iba más allá. Fernández es el segundo. Su móvil fue otro, la impotencia. Ironías del nestorismo cuando empieza a dar la sombra.
Fernández quedará en ese anaquel, pero al menos no secundará en el medallero de los fracasos a Mauricio Macri, su antecesor inmediato, el primer mandatario en buscar sin éxito la reelección. Nobleza obliga, en tren de subrayar excepciones a la regla, el fundador del PRO se había anotado un puntazo en 2015, cuando se transformó en el primer presidente argentino elegido en las urnas sin pertenecer a ninguno de los dos partidos tradicionales, la UCR y el peronismo.
Lo que ninguno de los dos podrá cortar es el hilo que une a los videos con que ambos tiraron la toalla con apenas 26 días de diferencia.
"Démosle la lapicera a cada militante", dijo el Presidente este viernes para empuñar el rayo democratizador del peronismo y ocultar el rechazo a su figura que le transmiten la interna del Frente de Todos y las encuestas.
"Tenemos que inspirar a los demás con nuestras acciones", dijo el expresidente el domingo 26 de marzo para tratar de esconder debajo de la metáfora de la Scaloneta la imagen negativa por las nubes que le vetó el deseo de jugar el segundo tiempo.
Renunciar a lo imposible es la épica del chamuyo. Un golpe de efecto. Estéril como iluminar un cuarto oscuro con un flash.
Anomalías
“No son resultados electorales que se puedan extrapolar linealmente a la cuestión nacional”, se atajó Agustín Rossi, horas después del triunfo cómodo de Alberto Weretilneck en las elecciones provinciales de Río Negro y del campanazo de Figueroa en Neuquén. Amparado en la anomalía provincialista de las fuerzas ganadoras en la Patagonia, el jefe de Gabinete corrió el eje en una entrevista radial y enfocó su análisis, días atrás, en los dos "modelos" que, considera, confrontarán en los comicios presidenciales. "No va a ser una elección clásica de oficialismo contra oposición. Va a ser entre dos oficialismos: los que gobernaron entre 2015 y 2019 y los que gobernamos entre 2019 y 2023", dijo.
Por una vía colectora del razonamiento del ministro coordinador, hay que admitir que la derrota histórica del MPN fue un fogonazo local que encandiló a la provincia que atesora la válvula maestra de los petrodólares de Vaca Muerta. Sin embargo, el proceso electoral tuvo algunas características que le otorgan al batacazo neuquino cierta proyección nacional, quizás oblicua, en un tablero político que hace tiempo tiene las luces de alerta encendidas.
La caída emepenista fue un ejemplo de que sin el aparato no alcanza, pero solo con aparato no se puede. Ya no se ganan partidos por tener la vitrina llena de trofeos. Ya no alcanza con prometer el cielo en el segundo semestre. Con el poderío electoral en declive durante los últimos 20 años, el partido del clan Sapag fue un equipo sin recambio ni sorpresa y un rejuntado con hambre de poder le sacó 60 años de invicto por una uña, liderado por un hijo descarriado. No hay peor astilla que la del mismo palo.
Despojada del color local y de cara al año electoral, ¿alguien puede asegurar que esta viñeta no le puede caber a más de un oficialismo provincial? Más: ¿hay diferencias sustanciales en los modelos de perfil conservador y pretensiones hegemónicas que señorean en el interior más allá de que los gestionen peronistas, radicales o provincialistas?
En principio, bien vale la pena poner la lupa sobre algunas continuidades para tomarle el pulso a posibles rupturas. El peronismo gobierna desde hace 40 años, sin interrupciones, en La Pampa, La Rioja, Formosa, San Luis y Santa Cruz. En Entre Ríos, San Juan y Tucumán está en el poder desde hace 20. Como sello constituido, el rovirismo manda desde hace dos décadas en Misiones. El radicalismo, hace 24 años en Corrientes. También lleva 24 años en el gobierno de Córdoba el peronismo separatista que fundó José Manuel de la Sota y hoy comanda Juan Schiaretti. El PRO va a cumplir 16 años en la intendencia premium de la ciudad de Buenos Aires.
Algún hilo conductor debe haber porque, como contó Letra P, el efecto MPN tuvo sus réplicas en La Pampa y en Córdoba el oficialismo buscó hacer control de daños ante una oposición envalentonada con la bandera del "fin de ciclo".
En la época de los outsiders y de los liderazgos sin partido, lo inesperado es regla y nadie la tiene comprada. Mucho menos, con los salarios en picada, la inflación derritiendo los bolsillos y un mercado laboral donde reina la informalidad mientras la CGT se conserva en el freezer de la burocracia.
En estos 40 años de democracia, la política viene pateando para adelante una deuda que es una bola de nieve. Con el concurso interesado de los poderes fácticos, sin lugar a dudas. En algunos despachos oficiales tomaron nota más que en otros. La crisis acelera: en cuatro años se comió el futuro de dos presidentes, por si hacía falta un ejemplo. El discurso de la casta cala hondo porque, por más que el dedo libertario esté sucio, la llaga está abierta.
Es difícil escuchar la verdad de la boca del verdugo. El desafío es reaccionar a tiempo y vivir para contarlo.