La alianza política que sostendrá el gobierno de Javier Milei toma forma en el chapucero reparto de cargos en el gabinete y otras dependencias del Poder Ejecutivo, así como en el Congreso. Lo que brilla por su ausencia, en momentos en que ya se delinean los contornos de un conflicto social prematuro e intenso, es cuál será la oposición, sus actores partidarios, sus liderazgos y hasta sus acuerdos para canalizar una protesta que, de entrada, no tendrá padre ni madre.
La Libertad Avanza (LLA) o, más bien, el presidente electo y su hermana, Karina Milei, se sienten dueños del triunfo del domingo pasado, así como del 55% de los votos obtenido. Sin embargo, su precariedad política hace que el apoyo de Mauricio Macri deba recompensarse en una medida aun mayor que los sufragios que pudo haber acercado y que sean bienvenidos los aportes del schiarettismo y, poniendo la cara y todo, del inexplicable Florencio Randazzo.
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En ese proceso, que supone la llegada de cuadros conocidos del primer tiempo macrista, hace mutis por el foro la vieja guardia económica de LLA, noventista y ligada a la convertibilidad. Con ella se aleja Emilio Ocampo, lo que siembra dudas en el mercado financiero sobre el compromiso del presidente electo con mantras como la dolarización y el cierre del Banco Central. Mientras eso se dirime, lo que no está en duda es el filo de la motosierra, que promete, sin que nadie trate de ocultarlo, dolor, conflicto social y represión.
Si Milei cumpliera la mitad de lo que anticipa, un huracán arrasaría el país en cuestión de pocos meses. Si Milei cumpliera la mitad de lo que anticipa, un huracán arrasaría el país en cuestión de pocos meses.
Milei debutará con el anuncio del corte total y definitivo del financiamiento del BCRA al Tesoro, una política de déficit cero que, dada la altura del gasto que dejan Alberto Fernández y Sergio Massa, supondrá algo así como saltar desde un piso diez.
Mientras, ya les avisó a sus ministros y ministras –existentes y por venir– que echará sin piedad a quien gaste un peso de más, cancelará la obra pública, suprimirá los giros extraordinarios a las provincias y hasta pondrá en cuestión los ordinarios. Si cumpliera la mitad de lo que anticipa, un huracán arrasaría el país en cuestión de pocos meses.
La inflación, antes de bajar –si baja–, va a subir. Eso ocurrirá por efecto del avance hacia la unificación cambiaria que defina el futuro gobierno –¿será de un tajo, como en 2015, o pasará por una estación intermedia?–, la liberación de los precios y la eliminación veloz de subsidios en aras del equilibrio presupuestario. Los ingresos –acaso más velozmente que en los últimos seis años– perderán como en la guerra.
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Mientras, sufrirán el funcionariado del Estado nacional atado al déficit cero, los provinciales y municipales que enfrentarán el futuro con arcas menguadas de sus empleadores, quienes pierdan su fuente de trabajo por el freno previsto de la obra pública y la legión de personas damnificadas por una recesión difícil de cuantificar hasta que no haya un programa claro sobre la mesa.
En ese contexto, los movimientos sociales más dialoguistas encontrarían incentivos para negociar ayudas que no desaparecerían de golpe, pero serían podadas. La CGT, que nunca se sabe si actuará unida o dividida, ya dijo que combatirá cualquier avance sobre los derechos laborales, pero la historia invita a no descartar que una parte relevante de la dirigencia sindical haga su aporte a la gobernabilidad mientras el nuevo poder la invite a formar parte de la casta buena.
El mapa de ganadores y perdedores ya se esboza. Lo que no se entrevé todavía es el cauce político que tomará la oposición a un modelo que no se sabe si mete más miedo por sus ínfulas de neopinochetismo –se espera– constitucional o por su desorden.
Por vocación y falta de opciones, el cristinismo volverá a la trinchera, pero ya sin capacidad de alinear automáticamente a gobernadores e intendentes del peronismo que priorizarán la supervivencia. En ese espacio, encima, no sobran las referencias poderosas, salvo Cristina Fernández de Kirchner, conductora natural de una oposición tan tenaz como empequeñecida por los avatares del gobierno saliente y los votos que acaban de contarse. Por otro lado, la vice saliente enfrentará, en los próximos meses, instancias cruciales en su pelea con los tribunales.
Si de referentes del espacio K se trata, un nombre que emerge velozmente es el de Axel Kicillof. Sin embargo, de entrada al menos, habría que contarlo más entre los aspirantes a la supervivencia que entre los jefes de una oposición en ciernes.
El objetivo de atrincherar su futuro político en la provincia de Buenos Aires probablemente daba por descontada una derrota en el orden nacional, pero nunca una presidencia de Milei. Lidiar con Horacio Rodríguez Larreta o incluso con Patricia Bullrich habría sido, por lo menos, territorio previsible.
Pero las cosas se dieron como se dieron y la soledad que enfrentará es pavorosa. Al reto de conducir una provincia crónicamente desfinanciada, Kicilloif sumará el hielo del presupuesto paleolibertario y, junto a esto, una enorme falta de incentivos del Ejecutivo entrante para auxiliarlo en nada. Solo un elemento podría mitigar la voluntad de usar el látigo contra él: si el conurbano bonaerense estallara, también podría estallar el gobierno nacional. Que ni una ni otra cosa ocurran es una necesidad que, por ahora, no encuentra canales claros de realización.
Massa, en tanto, será el gran chivo expiatorio del inventario que, a diferencia del Macri de 2015, Milei se empeñará en reiterar para justificar su versión del ajuste. Incluso podría imaginarse que fuera convocado por un Poder Judicial que, desde la Corte Suprema, ya busca acomodarse a la nueva Argentina.
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Pasado el chubasco, el ministro de Economía menguante encontraría elementos que podrían ubicarlo en el rol de un jefe de la oposición: el 44% de los votos que acaba de obtener, su condición de bisagra casi única entre las alas del panperonismo, una imagen mejorada al interior de ese universo, sus cuentas políticas pendientes… Sin embargo, le costaría construir desde el llano más absoluto y desde el racconto permanente de la herencia que deja. ¿Tendrá voluntad de hacerlo?
El peronismo será un vector de oposición solo si actúa en conjunto, cosa que podría facilitar Milei si se apegara al dogmatismo ajustador. El espanto une.
Sin embargo, haría falta más para frenar en el Congreso iniciativas como el abandono de Aerolíneas Argentinas en manos de su plantel, la privatización de YPF o el regreso de las AFJP. Eso lleva a mirar en dirección a la UCR.
Por el momento, los gobernadores radicales electos tratan de mantener cohesionada la tropa de Juntos por el Cambio, que acaba de ofrecerle a Milei un quid pro quo: gobernabilidad –votos en el Congreso– a cambio de consideración presupuestaria. También frente a ellos el presidente electo tiene decisiones por tomar.
Para peor, el radicalismo ya mostró, durante la campaña, una grieta entre un sector dispuesto a colarse en el nuevo esquema de gobernabilidad y otro adverso a la idea de bajar las banderas. Milei ha llegado para desestructurarlo todo, desde la oposición hasta su propio partido, pasando, como ya se observa, por el conjunto del sistema político.
Una oposición desarticulada y sin capacidad de reacción podría ser poca cosa ante un avance impetuoso del proyecto que se instalará en la Casa Rosada. Si "la casta" llegó a donde llegó en términos de relación con la sociedad, su capacidad de respuesta en defensa del 44% derrotado de la ciudadanía y de los sectores que resultarán más perjudicados marcará si esa distancia comienza a acortarse o se convierte en un abismo.