LA QUINTA PATA

Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa: ¿qué proyecto es el candidato?

En su columna del domingo pasado, Marcelo Falak se hizo esa pregunta, que cobró notable relevancia con la fórmula de unidad cocinada por esas dos figuras este viernes por la noche.

El cambio de piel del panperonismo, que pasó de llamarse Frente de Todos a Unión por la Patria (UP), expresa un reflejo común a todos los entes que desean iniciar una nueva vida para cortar de un tajo la memoria de una existencia desdichada. Los especialistas en marketing político explicarán luego que eso ayuda a renovar expectativas, pero, en este caso, la mutación expresa algo más: un desplazamiento del eje del poder dentro de esa coalición hacia una alianza protagonizada por Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa. ¿Pero qué clase de proyecto podrían encarnar juntos, independientemente de los nombres que figuren en la fórmula presidencial?

Lo que se presentó en sociedad cuatro años atrás tenía como protagonista central a Cristina, igual que hoy. Pero la alianza principal que esta exhibía entonces pasaba por una figura individual, la de Alberto Fernández, más allá de la constelación de grupos que se sumaron para ponerle un freno al intento de reelección de Mauricio Macri.

El Presidente vive su cuarto menguante y ha decidido ponerle un coto a la inevitable hegemonía de CFK y La Cámpora. Para eso construye, en el estribo y a las apuradas, lo que había prometido no erigir, el albertismo, ensayo que lleva ahora el nombre de Daniel Scioli.

Cambio de nomenclatura aparte, al panperonismo le resulta difícil volver a pedirle apoyo a una mayoría social que en 2015 ya había dado indicios de decepción con "el proyecto" y que ahora directamente parece mirar en la dirección opuesta. El peronismo volvió, pero no mejor.

Al difícil pedido de ese nuevo voto de confianza se suma la presunción de que cualquier eventual presidente de la UP se toparía con una pregunta mucho más acuciante que la que atormentó a Fernández, aun desde antes de asumir y que solo despejó al pelearse con quien había prometido no volverse a hacerlo: ¿quién gobernaría, Axel Kicillof, Eduardo Wado de Pedro o Sergio Massa, por nombrar a los hombres del momento, o la propia CFK? ¿Asistiría la Argentina a una suerte de revival camporista, en la que quien vaya al gobierno no sea quien realmente tenga el poder? Porque el candidato es el proyecto… el de ella.

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Una candidatura presidencial moderada como la de Massa sería difícil de venderle a la ciudadanía, envuelta en el bochorno de las peleas que desnudaron en los últimos años Cristina y Alberto, quienes no estaban de acuerdo en casi nada relevante: ni en qué hacer con las imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) ni en cómo contener la inflación. Por otra parte, una postulación de Kicillof o de Wado De Pedro haría atronar el mote de "títere" que desempolvarían dirigentes, medios y simpatizantes del antiperonismo.

En el fondo, lo que CFK deberá dirimir en los próximos –pocos– días será cuál de esos problemas evitará y cuál asumirá como inevitable. El nuevo eje del poder panperonista, que la une a través de un hilo invisible con Massa –sea este candidato o no – incuba tensiones ideológicas y programáticas mayores a las que quedaron expuestas tras su enfrentamiento con el presidente crepuscular.

Nada de lo que propone Cristina Kirchner sobre el FMI resulta posible hoy y Massa lo sabe por experiencia.

En su discurso del jueves en Santa Cruz, la vicepresidenta definió la relación con el FMI como "el principal problema de la República Argentina" en los años por venir. La solución, afirma, pasa por extender el cronograma de pagos mucho más allá de los diez años planteados hasta ahora, eliminar las sobretasas que el organismo les cobra a los países endeudados por montos grandes o de más larga data y, hasta ,supeditar los reembolsos a un porcentaje del superávit fiscal que depende de variables sobre las que el acreedor no siempre tiene algo para decir.

El detalle es que nada de lo que propone Cristina figura en los estatutos del Fondo. Aceptar todo eso implicaría reformas estatutarias que deberían avalar Estados Unidos, Japón, Alemania, China y tantos más, y que esos países no tienen ni la más mínima voluntad de hacer algo por el estilo.

Además de la deuda, cómo manejar la inflación enfrenta las miradas del cristinismo y el massismo. Además de la deuda, cómo manejar la inflación enfrenta las miradas del cristinismo y el massismo.

Acierta Cristina –como lo hacía Nestor Kirchner– en que "los muertos no pagan las deudas", pero el escenario más probable, sea quien sea que gobierne la Argentina en los próximos años, es el de un juego a las escondidas, hecho de pagos parciales, incumplimientos periódicos, waivers, renegociaciones y diferimientos. El ministro de Economía, el otro elemento del polo de poder de la UP y quien conoce los límites que rigen en Washington por lidiar con ellos todo el tiempo, no coincide con esos planteos maximalistas.

Más allá del Fondo –un organismo que no cambia de piel ni de corazón–, de sus reclamos de ajuste y de "reformas estructurales", otro de los "problemas principales" del país es la inflación. Tampoco en esto hay coincidencia entre CFK y Massa.

Para ella, el déficit fiscal y la emisión monetaria no tienen nada que ver con "el aumento generalizado y sostenido de los precios". Para eso exhibe gráficos que nadie le explica bien y que muestran a países centrales con números peores que, con todo, no registran índices tan graves como los argentinos. Ella sostiene que el problema es la falta de dólares en el contexto de una economía bimonetaria.

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El problema de su diagnóstico es que no vincula lo primero con lo segundo. Más allá de Estados Unidos –dueño de la impresora de billetes que demanda todo el mundo–, muchos países tienen desequilibrios presupuestarios mayores que el argentino, pero, a diferencia de nuestro país, cuentan con acceso amplio y barato al mercado de capitales para financiarlo.

Al tomar deuda en divisas duras, refuerzan sus reservas y, con eso, la posibilidad de intervenir masivamente en defensa de sus monedas nacionales –o regionales, en el caso de la eurozona– ante cualquier conato de corrida. Sin crédito, a la Argentina solo le queda el recurso de financiar el rojo fiscal con emisión de moneda, lo que, más temprano que tarde, llega a manos de quienes tienen capacidad de ahorro y se vuelcan, como dice CFK, al dólar. La corrida, la devaluación del peso y el impacto inflacionario son apenas reflejos automáticos de ese proceso que, tal vez por estar tan a la vista, resulta tan elusivo para la comprensión de parte del peronismo y del progresismo argentinos.

No es ese el caso de Massa. Este no es un ortodoxo porque no cree que el déficit y la emisión sean las únicas causas de la inflación, pero sí piensa que esos dos problemas son una parte clave del mal. Es por eso que se empeña en renegociar con el FMI para mantener la que acaso sea la única ancla que conserva una economía al borde de un ataque de nervios y que lleva adelante un ajuste tan silencioso como, en los hechos, tolerado por el cristinismo cupular y resistido por el de base.

He ahí otra discrepancia entre Cristina y Massa, una que las urgencias político-electorales procrastinan y que la crisis económica oscurece. En la emergencia, el jefe del Palacio de Hacienda actúa con marcada heterodoxia, achicando el gasto, tomando deuda donde puede, pidiendo ayuda a Estados Unidos y a China, reforzando los controles cambiarios y hasta controlando precios hasta donde la realidad se lo permite. Todo a la vez.

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En los pliegues de los "principales problemas" del país hacen nido las diferencias de proyecto y hasta de enfoque ideológico de los protagonistas del nuevo eje del poder de la Unión por la Patria. Si fallaran en el esquema de poder que intentan poner en marcha en estos días tensos, acaso esas tensiones jamás afloren y el lazo trascienda lo inmediato. Sin embargo, si tuvieran éxito, el peronismo se aprestaría a entregar una nueva versión de sus desencuentros recientes.

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