LA QUINTA PATA

¿Cómo llegó Cristina Fernández de Kirchner a apoyar el ajuste de Massa?

Elecciones 2023: lo que digo y no hago. El horror al abismo, clamores superpuestos y el "Sergio"realmente existente. Una tragedia en tres actos.

Cruzado por sus odios, su gestión fallida y el terror al llano, el Frente de Todos no termina de darse una estrategia electoral y un arco de candidaturas para las elecciones del ciclo agosto-noviembre. En su camino ripioso, busca alternativas, como el clamor renacido hacia el final de la semana en pos de una postulación de Cristina Fernández de Kirchner y otro que persiste en torno a Sergio Massa. El hincha de Tigre, a la vez ministro de Economía y hombre que atesora un sueño presidencial, aplica un ajuste fiscal que cuenta con el aval, silencioso pero firme, de la jefa del espacio, la misma que alecciona contra recetas de esa índole en sus clases magistrales. ¿Cómo llegaron ella y el peronismo a semejante duplicidad entre los dichos y los hechos?

No se trata solo de que al peronismo le vaya mal, sino de que siga hachando el contrato electoral de 2019: ingresos populares flacos, inflación cada vez más alta, promesa incumplida del asado, una pobreza que se acerca cada vez más a la de la prehistoria K, la tutela del Fondo Monetario Internacional (FMI)…

Mientras, CFK explica que no fue su culpa que no hayan vuelto mejores, Alberto Fernández señala que fue abandonado por su supuesta aliada cuando más la necesitaba, la mamushka de herencias malditas –también propias– no tiene fin y hasta exfuncionarios como Matías Kulfas y Martín Guzmán ensayan sus argumentos.

Cualquier análisis de la era Fernández que no contemple la secuencia de la herencia macrista –hiperendeudamiento, default, recesión, inflación del 54%, condicionamiento del Fondo–, la pandemia que forzó un enorme gasto público que ahora se paga en los precios y la guerra en Europa sería sencillamente deshonesto. Sin embargo, también lo sería pasar por alto la mala praxis, la inoculación de la "unidad en la diversidad" en ministerio, la ausencia de programa y de diálogo entre el Presiente y su vice, así como la impronta errática del jefe de Estado.

Lo ocurrido es una tragedia en tres actos. Que se levante el telón.

Primer acto: la interna desquiciante

El primer acto de la tragedia del peronismo y –más importante– de la Argentina está dado por el diseño infeliz de una alianza que sirvió para ganar una elección, pero para perder en todo lo demás.

En su último libro, Un peronismo para el Siglo XXI. La batalla por un desarrollo que sintonice con el mundo actual y confronte el mito del ajuste eterno, una de las primeras víctimas de la guerra interna, Matías Kulfas, pone la lupa sobre el internismo desatado por el ala cristinista de la coalición.

Solo como un ejemplo, las rebeldías de un subsecretario de Energía Eléctrica como Federico Basualdo contra Guzmán y su guerra de guerrillas en contra de la segmentación tarifaria y a favor de subsidiarles la luz y el gas a las familias ricas fue un llamado de atención poderoso.

Segundo acto: la saga del dólar

El segundo capítulo del drama estuvo dado por un fracasado manejo de las cuentas externas, esto es del saldo entre dólares entrantes y salientes en una economía que nunca recompuso sus reservas desde el naufragio macrista de 2018.

Lo ideal habría sido no tener que recurrir a ningún "manejo", sino que una macroeconomía sana y competitiva hubiese permitido exportar e importar libremente, acumulando saldos positivos que alimentaran las arcas del Banco Central. Se sabe que eso no es lo que ocurrió. Así, entre 2020 y 2022, el superávit comercial acumuló unos 34.202 millones de dólares, pero no es más que eso lo que la autoridad monetaria tiene hoy como reservas brutas, mientras las consultoras privadas aseguran que las netas están virtualmente agotadas.

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Fuente: INDEC.

Cuando la leche aun no había terminado de derramarse, CFK advertía sobre "un festival de importaciones" y otros actores intentaban que Miguel Pesce aceptara un desdoblamiento formal del mercado cambiario, un debate interno recurrente cuyo último episodio terminó en la defenestración de Antonio Aracre. Esto habría implicado, como quería Guzmán, que las empresas dejaran de acceder al dólar oficial para pagar deudas y que debieran honrarlas a un tipo de cambio libre o renegociarlas. Para el jefe de la autoridad monetaria, ello ponía en riesgo la solvencia de esas compañías, el exministro perdió otra batalla y las reservas terminaron en lo que son hoy.

Asimismo, el rechazo a esa idea de desdoblamiento cambiario dual, con un mercado oficial solo para importaciones verdaderamente prioritarias y uno libre para todo lo demás, hizo que se subestimara otro renglón de salida de divisas: el turismo emisor. Para Pesce, mandar a los argentinos y a las argentinas a financiar sus viajes a un mercado libre habría implicado un ahorro de divisas del orden de los 4.000 millones de dólares por año, algo que no justificaba pagar un costo político alto. ¿Qué darían hoy él mismo y Massa por disponer de esa cifra?

Contra Pesce, la coincidencia es total. Cristina Kirchner le reprocha todo eso y más, Guzmán resiente aquella pelea perdida y Massa, impedido de tumbarlo, lo cerca. Alberto Fernández ha sido su único reaseguro.

Tercer acto: el Fondo

Letra P dio por muerto al Frente de Todos en marzo del año pasado, cuando el cristinismo votó en contra del acuerdo para refinanciar la deuda de 45.000 millones de dólares con el FMI. Fernández nunca dejará de reprocharle a Cristina esa deserción, Guzmán asegura que eso impidió la aplicación del acuerdo del modo que tenía pensado, la sequía desquició este año las metas de acumulación de reservas y de reducción que contenía y la economía perdió la última ancla para las expectativas de inflación.

CFK –con Máximo Kirchner oficiando muchas veces de vocero– alega que ese entendimiento es incumplible, que impone un ajuste inaceptable y que es inflacionario porque obliga a subir tarifas y a acelerar la devaluación del tipo de cambio oficial.

Si la deuda en general y la contraída con el Fondo en particular eran dos de los principales desafíos del gobierno que asumió el 10 de diciembre de 2019, resulta imperdonable que las principales figuras del Frente de Todos hayan aceptado que Guzmán acometiera la tarea de negociar sin una hoja de ruta a prueba de desinteligencias.

No se sabe qué clase de producto político sería un "presidente Sergio Tomás Massa", pero el Massa realmente existente es el que, mientras busca dólares y renegociar con el Fondo, aplica una política de aumento de tarifas, reducción o eliminación de subsidios, alineamiento de la devaluación con la inflación y recorte real del gasto público del orden del 24% interanual, según datos de Analytica hacia mediados del mes pasado.

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Fuente: Analytica.

¡Pero caramba! ¿Ese combo no se parece mucho a un plan de ajuste? Sí, al punto que solo restaría aplicarle una dosis de megadevaluación del tipo de cambio oficial para ponerle incluso el rótulo de ortodoxo.

Lo anterior podría ser interpretado como una denuncia de la política oficial, pero no lo es. ¿Qué plan podría aplicar un gobierno –cualquiera sea, en cualquier tiempo y lugar– que gasta mucho más que lo que recauda, al que nadie le presta y que ya no puede financiar un déficit fiscal demasiado grande con emisión monetaria, so pena de agravar una inflación que, si todo saliera "bien", apuntaría –por el momento– al 125% en el año? El problema no es la política de presente, sino lo que trajo al Gobierno y al país a este laberinto. No-es-magia.

El cristinismo recrea en público su discurso antiajuste y, precientífico, porfía en que el déficit fiscal es inocuo en términos de inflación, pero, confrontado a la opción del desastre –ya no uno electoral, sino uno existencial–, lo respalda en su versión de "Sergio". La facción izquierdista de Todos puede también reclamar 20 años y no diez para pagarle al Fondo, que las metas de un acuerdo permitan gastar más, que no haya sobretasas, que los reembolsos sean un porcentaje del superávit fiscal… El detalle es que nada de eso existe.

Sería toda una prueba para CFK gobernar la Argentina con un programa así de impracticable.

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