El gobernador Axel Kicillof inicia este domingo en las urnas el camino de dos etapas que puede conducirlo a la reelección en la gigantesca provincia de Buenos Aires. Llega golpeado por los últimos episodios de inseguridad en el conurbano y un escenario económico que augura nubarrones electorales para el oficialismo, pero expectante ante la posibilidad de conseguir un resultado que le permita quedar de pie para octubre. Es la apuesta más importante de su vida política: si sobrelleva este primer tiempo y se impone en las generales, quedará posicionado como referente ineludible de la nueva etapa política que se abre en el peronismo a partir de diciembre y será el heredero K para la pelea por el premio mayor en 2027.
Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) son para el mandatario el primer acto de una carrera en la que pone en juego buena parte de su capital como hijo político dilecto de Cristina Fernández de Kirchner, pero subido a una apuesta revalorizada porque peleó y resistió ante la presión de Máximo Kirchner y sus aliados territoriales del conurbano, quienes lo empujaban para que se pusiera al frente de la candidatura presidencial.
Después de casi cuatro años de una gestión que lo posicionó como la figura política con mayor peso electoral en el kirchnerismo después de la vicepresidenta, llega a este domingo con todas las miradas encima. En el porcentaje de votos que saque la boleta de Unión por la Patria (UP) en el territorio del 37 por ciento del padrón electoral nacional, se juegan sus chances de ser reelecto y gran parte de la suerte de la coalición y el destino de Sergio Massa, el favorito en la interna con Juan Grabois que intentará retener el poder central para el peronismo.
Desde el momento en que Fernández de Kirchner anunció en diciembre pasado que su nombre no estaría en ninguna boleta en estas elecciones, la imagen del gobernador fue creciendo y rápidamente fue instalada como la candidatura natural del kirchnerismo para competir por la Presidencia. Fue justo cuando Kicillof empezaba a trabajar la idea del “6x6”, la fórmula que alojaba la contraseña de su deseo íntimo: ir por la reelección. Seis años “perdidos” -los cuatro de la gobernación de María Eugenia Vidal y los dos de la pandemia- y seis años “ganados” -los últimos dos de su mandato y los cuatro del anhelado segundo gobierno-.
Esa tensión política entre su intención y la de quienes creían que debía dejar la provincia e ir “para arriba”, además de cierto recelo que fue creciendo en la relación con el líder de La Cámpora y los intendentes que llegaron a su gabinete, marcó este último tramo de la gestión. Paradójicamente, fue el momento en que Kicillof logró empezar a hacer pie en áreas de su gobierno que habían sido problemáticas, como las obras públicas, que intentó posicionar como su caballito de batalla proselitista junto con políticas que define como de “ampliación de derechos”, sustentadas básicamente en los programas de entrega de notebooks y becas escolares.
Finalmente, Kicillof resistió y logró, además, un aval de su jefa política, CFK, para quedarse en la provincia de Buenos Aires. Sin el aval de la vicepresidenta, su destino hubiera sido distinto.
Garante de un triunfo o culpable
La confirmación oficial de que se quedaría en territorio bonaerense se había hecho esperar y la incertidumbre al respecto también había atravesado hasta último momento el palacio de calle 6 en La Plata. Aún faltaban capítulos por escribirse: el plano nacional convulsionado por la postulación fallida de Eduardo de Pedro y el ascenso del hoy ministro precandidato y la guerra con Daniel Scioli, la última resistencia de la Casa Rosada.
Tiempo antes, aquella resistencia trabajosa de Kicillof tuvo además un mojón disruptivo en el camino. El 15 de abril fue publicado en el Boletín Oficial el llamado a las elecciones PASO, pero ese texto no incluía la fecha de las generales. El fantasma del desdoblamiento siguió latente hasta el 26 de junio, cuando confirmó que las generales en la provincia se celebrarían con las nacionales.
La figura de Kicillof como garante de un triunfo y Buenos Aires como el territorio donde eventualmente pudiera refugiarse el peronismo kirchnerista fue y es tema de conversación y disputas. Por eso su desempeño en las urnas este domingo va a ser clave en lo que vendrá.
Sectores del camporismo en alianza con los intendentes están mirando con expectativa lo que suceda con el gobernador, con la idea de que una derrota sería una derrota de él y no del resto, porque muchos creyeron -y creen- que la mejor estrategia hubiera sido que compitiera por la Presidencia.
El peor final
Kicillof llega a las PASO en uno de los momentos más difíciles de su gestión. Después de haber atravesado días convulsionados en la pandemia, después de haber sorteado la derrota electoral en 2021 que derivó en una suerte de intervención de su gobierno por parte de La Cámpora y los intendentes y los vaivenes políticos de la crisis del Frente de Todos (FdT), el gobernador sintió el impacto de los últimos episodios de inseguridad en el Gran Buenos Aires.
El miércoles, estuvo obligado a suspender su acto de cierre de campaña por la conmoción que causó el asesinato de Morena Domínguez en Villa Diamante, con los vecinos atacando una comisaría a piedrazos. Abrazado a su ministro de Seguridad, Sergio Berni, en quien confía y con quien construyó un vínculo político sólido, Kicillof acusó el golpe en una de los costados más sensibles e inestables de la gestión, el de la seguridad.
Con la moneda de las urnas girando en el aire, al gobernador se le abren tres caminos posibles: uno -el de un triunfo contundente- lo deja a tiro de su objetivo inmediato y lo proyecta para dentro de cuatro años; otro lo mantiene en la pelea; una resultado adverso amenazaría con bajarle la persiana a un proyecto que trasciende la reelección.