La pregunta que se impone es qué pueden hacer esas élites dirigentes desplazadas para recuperar la confianza de la sociedad y volver mejores para liderar una etapa de reconstrucción de la autoridad de las instituciones de la democracia.
- Un establishment político –la casta- acusado de constituir una burocracia profesional aferrada a un sistema de privilegios y corruptelas que asfixia y estanca con impuestos desproporcionados, destinados a agrandar hasta el infinito un gobierno ineficiente que no sirve para mejorar la vida de nadie más que de sus integrantes.
- Una sociedad divorciada de sus representantes que encuentra un intérprete de sus frustraciones en un outsider explosivo, un megalómano que promete terminar con esa podredumbre aunque en el camino se lleve puesta a una democracia y a unas instituciones –a una manera pactada de vivir en sociedad- que han perdido peso en la consideración social.
- El principal partido opositor –progresista y, por lo tanto, antagónico ideológico de la ultraderecha emergida del estallido político- corrido sin honores del poder, groggy por el golpe que le vino de afuera del ring en el que siempre había batallado, con reglas que lo descolocan, y atrapado en su laberinto de miserias internas.
Cristina Kirchner y Mauricio Macri Cristina Kirchner Mauricio Macri
Alberto Fernández, Mauricio Macri, Cristina Fernández de Kichner y Sergio Massa.
- La derecha democrática empujada al mismo lodo de desprestigio que las fuerzas progresistas, acusada de corresponsable de todas las penurias que aquejan a la sociedad, desplazada o devorada por la ultraderecha emergente y, entonces, igual de atontada que el “populismo de izquierda” con el que se prestó el poder en un ciclo vicioso de marchas y contramarchas; en una dinámica pendular de estatismo con pasión por la expansión del gasto público y privatismo ajustador que derivó, 40 años después de recuperada aquella democracia que iba a alimentar, curar y educar, en un Estado sobreendeudado que condena a la pobreza a más de la mitad de la población y se encamina a replicar modelos sociales latinoamericanos que consagran desigualdades y sacrifican a sus clases medias en nombre del orden macroeconómico.
Embed - #40D DEMOCRACIA, DEUDAS Y DESAFÍOS
La pregunta expuesta al principio (qué pueden hacer las élites dirigentes desplazadas para recuperar la confianza de la sociedad y volver mejores para liderar una etapa de reconstrucción de la autoridad de las instituciones de la democracia) es el eje de un ensayo de opinión del economista Daniel Chandler publicado esta semana por The New York Times bajo el título Los demócratas están en problemas. Este hombre puede salvarlos.
“La victoria electoral de Donald Trump y su Partido Republicano fue un revés para un Partido Demócrata que se ha posicionado como protector de un despreciado statu quo, lo que lo ha hecho incapaz de conectar con un electorado desesperado por el cambio”, diagnostica el autor y advierte que “derrotar a Trump en el futuro requerirá que los liberales, los progresistas y otros miembros de la izquierda articulen una visión positiva que pueda captar la imaginación de una amplia mayoría de estadounidenses”.
“Las elecciones del 5 de noviembre –dice Chandler- se han calificado ampliamente como un enfrentamiento entre un Partido Demócrata comprometido con la defensa de las instituciones estadounidenses y Trump y el movimiento MAGA, que parecen querer derrocarlas por completo. La realidad, por supuesto, es que la mayoría de los estadounidenses parece querer algo intermedio: una visión política que reconozca el valor de la democracia y la economía de mercado y la necesidad de una reforma de gran alcance de las estructuras políticas y económicas de Estados Unidos”.
Ahí está el punto. El autor sostiene que, si quiere recuperar la confianza perdida del electorado, el progresismo –también, la derecha democrática- debe animarse a revisar sus dogmas para elaborar una propuesta capaz de producir una síntesis de las aspiraciones de las mayorías.
Chandler encuentra su inspiración en el tratado Teoría de la justicia, publicado en 1971, donde el filósofo político John Rawls “ofrece un recurso incomparable, y hasta ahora en gran medida desaprovechado, para dar forma a una política progresista de amplia base y genuinamente transformadora, no solo para los demócratas, sino también para los partidos de centro-izquierda a escala internacional”.
Una fuerza progresista basada en el tratado de Rawls, precisa el autor, “defendería una sociedad inclusiva y tolerante, una democracia vibrante, la igualdad de oportunidades y los resultados justos, pero también sería honesto sobre lo lejos que está Estados Unidos de estos ideales y asumiría la tarea de una reforma responsable pero radical”.
Hay una oportunidad escondida en la crisis más profunda que haya sufrido la política argentina desde 1983, más severa incluso que la de 2001, cuando resolvió por sí misma, sin apelar a experimentos autocráticos, la salida al sacudón institucional producido por la caída del gobierno de Fernando de la Rúa.
¿Es capaz, la política, de hacer borrón y cuenta nueva hacia un sistema político que atienda, con ideas y acciones superadoras de todo lo conocido, las demandas sociales de una comunidad ahogada en la frustración?
¿Podrá aprovechar este tajo en la historia para dejar atrás estructuras y tradiciones que trajeron al país hasta el borde de la democracia que juró defender y reemplazarlas por unas nuevas y más eficientes para proveer de bienestar y poner a la Argentina en el sendero del desarrollo?
El peronismo, desunido y desorganizado
Axel Kicillof, la referencia institucional más relevante de la oposición, llamó el año pasado al peronismo a dejar de vivir de Perón, Evita, Néstor y Cristina para componer una nueva canción que interprete las aspiraciones de una base social lo más amplia y diversa posible. Sin embargo, a la hora de organizarse para intentar volver mejor, el PJ sufre una nueva recaída y vuelve a empoderar a Cristina Fernández de Kirchner, quien, pese a que también esboza la necesidad de renovar las doctrinas, es, a los ojos de la mayoría del electorado, la encarnación misma de esa casta que Milei demonizó para montarse a la ola de bronca que hizo volar el tablero por los aires -la reina de la casta que cobraba 21,8 millones de pesos mensuales de jubilación y pensión y que acaba de ser ratificada como responsable de delitos de corrupción-. El medio es el mensaje.
CFK saluda desde el balcón del Instituto Patria.jpg
De regreso, Cristina: CFK volvió al balcón.
El kirchnerismo acaba de quebrar en el Congreso su conducta monolíticamente crítica: aportó el voto de Lucía Corpacci para el avance del pliego del juez federal Ariel Lijo, candidato del Presidente a integrar la Corte Suprema, en el marco de un pacto con el Gobierno guiado por las necesidades judiciales de CFK, cuyo destino está atado al máximo tribunal. El acuerdo permitió, además, bloquear el proyecto de Ficha Limpia, que contempla la inhabilitación para presentarse a elecciones de las personas con condenas ratificadas en segunda instancia y es impulsado por Mauricio Macri, enemigo íntimo de Milei y villano favorito del cristinismo. Win-win: el Gobierno lima a su socio incómodo y mantiene en la cancha a la figura política que eligió como adversaria favorita, en tanto la expresidenta zafa de la jubilación que viene esquivando cueste lo que cueste.
Mientras, la CGT, expresión institucional del movimiento obrero organizado, columna vertebral del peronismo, calibra su potencia opositora en un vínculo de toma y daca con la administración ultraderechista para sofocar reformas que atentan contra las estructuras de la tan mentada burocracia sindical.
UCR: Unión Cínica Radical
La fuerza del “campo nacional y popular” que se arroga la representación casi exclusiva de los principios democráticos exhibe crudamente su confusión. En la Cámara de Diputados, donde, con falsa culpa republicana, le ofrece al Gobierno -al que se viste de fascista sin ponerse colorado- “las herramientas” que pide para gobernar, se integra a una suerte de interbloque no formal que vota a pedir de la Casa Rosada. A la par, el grupo minoritario que ostenta la conducción formal del partido se rebela y hace rancho aparte. (El remate del discurso con el que Rodrigo de Loredo, jefe de la bancada "oficialista del cambio", anticipó su voto no negativo a la ley Bases es una obra maestra del cinismo político. Si quien lee se la banca, dele play al video de aquí abajo).
Embed - Diputado De Loredo, Rodrigo - UCR - Sesión 29-04-2024
Las mil caras del PRO
Después de empujar con todas sus fuerzas a Milei al triunfo en el ballotage del año pasado, el partido que representa a la derecha autopercibida moderna y democrática camina también haciendo eses y se desgaja en la neblina. Con Mauricio Macri atrapado en una relación de histeria tóxica con el Presidente, con la excandidata presidencial y mano durísima del Gobierno, Patricia Bullrich, comprometida hasta las tripas con la causa libertaria y con el fallido candidato presidencial natural Horacio Rodríguez Larreta errando en las sombras, el PRO se ha dejado tragar por la ultraderecha emergente. Un diván a la derecha.
Gobernadores: federales & unitarios
Por debajo de los fuegos artificiales de una relación que Milei inauguró amenazando con “fundirlos” y a pesar de algunos arrestos aislados de rebeldía, los diez gobernadores de lo que alguna vez fue Juntos por el Cambio, pero también provincialistas y peronistas de muy variados linajes, son aliados clave del Gobierno. Los caciques federales prestan sus votos o sus ausencias o lo que el Gobierno necesite en el Congreso para validar o sepultar iniciativas parlamentarias. Además, aportan sus firmas para legitimar parodias institucionalistas como el Pacto de Mayo, un decálogo de obviedades que muchos de ellos rubricaron en julio.
Javier Milei con gobernadores en el Pacto de Mayo.jpg
Javier Milei junto a gobernadores en Tucumán.
Hay una oportunidad escondida en la crisis.
¿Podrá, la política, aprovecharla para volver mejor?
¿Tendrá la vocación, la grandeza y la lucidez necesarias para entregarse a un proceso profundo y genuinio de renovación?
Por ahora, finge demencia y se vincula con la Casa Rosada como si en el edificio de Balcarce 50 hubiese un gobierno normal; como si la mayor crisis política de esta etapa democrática, que provocó y la condena a jugar el rol vergonzante de punching ball, no existiese y no la interpelase. Por ahora, el panorama no es alentador.