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1983-2023

Goodbye, Raúl: a los 40, la democracia empieza de nuevo

La ultraderecha llegó al poder por los votos y la política ya no puede tapar el sol con la mano. Siete fotogramas y una película cuyo final aún no está escrito.

Hay quienes no lo vieron venir. No es el caso de Letra P, donde Marcelo Falak viene contando paso a paso, desde hace tres años, el ascenso de la rabia que llevó a la ultraderecha por primera vez a la Casa Rosada por la vía democrática. El fenómeno encuentra su desenlace justo cuando se cumplen 40 años de que Raúl Alfonsín asumiera el poder con el respaldo mayoritario de las urnas y alentara una primavera que se volvió invierno más rápido de lo deseado, pero instaló en gran parte de la sociedad un puñado de certezas que hoy están patas para arriba.

Ahora, de nada sirve esconder la cabeza debajo de la tierra para ocultar la realidad como en Good bye, Lenin, aquella película de 2003 que relata los esfuerzos estrafalarios de un joven por crear un mundo ficticio para que su madre no se enterase de lo que pasaba fuera de su habitación: el comunismo había caído y el mundo era otro.

Goodbye Lenin - Trailer #1

“Todo en lo que ella creía se evaporó”. Con esa frase, Alex Kerner resume el drama de Christiane, una mujer comprometida con el socialismo que, en el ocaso del régimen soviético, entra en coma y se despierta tras la caída del Muro de Berlín, esa fecha tan cara al presidente Javier Milei. El colapso de la sufrida señora sobreviene durante los festejos de los 40 años del nacimiento de la denominada Alemania Democrática. La naturaleza imita al arte.

“Hay una explicación para todo”, repite Alex cada vez que sus estrategias de ocultamiento sucumben y se embarca en un nuevo artilugio. Busca acomodar la vida real a sus necesidades, tal como viene haciéndolo la dirigencia política de las últimas cuatro décadas. Ahora, el triunfo de Milei en las elecciones presidenciales le pone punto final al truco de tapar el sol con la mano.

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Casi el 56% del electorado votó a un presidente que califica al terrorismo de Estado como una guerra, no condena la última dictadura, da mil vueltas para no validar el sistema democrático y abjura de la justicia social. El consenso del Nunca Más y de la democracia con la que “se come, se cura y se educa” está en cuestión. Vivimos a su amparo desde 1983, pero el aguacero se volvió incontenible y el paraguas ya no alcanza. La sociedad que forjó aquel consenso ya no es la misma y la parte que aún sostiene aquellos valores está perpleja. ¿Todo en lo que ella creía se evaporó?

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De todas las encuestas que consumimos en este interminable año electoral, la más expresiva y posiblemente la más determinante se conoció en septiembre. Según la última Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que publicó el INDEC, una persona que gana más de $280.000 al mes se encuentra dentro del 10% de la población del país con mayores ingresos.

Así como suena: alguien que gana 300 lucas forma parte del segmento mejor remunerado del país.

Todo el mundo sabe que dentro de ese decil más “rico” hay un abismo entre quienes la levantan con pala y quienes ganan 280 lucas, pero vale detenerse para abrir bien los ojos y comprender que, detrás de cada persona que obtiene esa cifra insuficiente en el país de la inflación descontrolada, hay otras nueve que corren de atrás. ¿Cuántas personas del primer metro cuadrado de quien lee estas líneas están por debajo de esa vara? ¿Y por encima? Cargar la SUBE para viajar en democracia puede ser una rutina, un desafío o un imposible según a quién le toque meter la mano en el bolsillo.

Cuando no hay Cuenta DNI que disfrace la desigualdad, la justicia social se vuelve una segunda marca que ya nadie puede comprar, por más que se la invoque a los gritos en un acto de campaña. A veces repetimos aquellas ideas en las que creemos para tratar de que sigan vivas, pero es tarde. No alcanza con decir cuando nadie escucha. Se corre el riesgo de vivir montando una escenografía entre unos pocos para no ver lo que está pasando afuera.

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“La corrupción no le importa a nadie”. La conclusión se desparramó en boca de editorialistas de fuste tras el triunfo del peronismo en las elecciones de octubre. Los grandes medios, militantes de las noticias tan ubicuas como incontrastables que mostraban las andanzas del hombre de las mil tarjetas y el culebrón del yate de Marbella, se enojaron porque la campaña del enriquecimiento ilícito que hegemonizó los portales durante los días previos al 22-O no facturaba en las urnas. Parece mentira. Ni el campesino más novato piensa que cosechará la mañana siguiente a la siembra.

El partido es mucho más largo. La victoria de la antipolítica -que no otra cosa ha ocurrido en el ballotage- es el resultado de una prédica picasesos facilitada por la perversión de una dirigencia vil y reforzada por un sistema que elige castigar a quienes se someten al voto popular y proteger a quienes tienen la manija desde siempre.

El enriquecimiento por mano propia no es el único flanco débil de la dirigencia. El amateurismo, la indolencia, el corporativismo y la falta de compromiso con quienes menos tienen configuran un combo que le explotó a la política en las manos. Ahora, el juguete está roto.

“En estos 40 años de democracia, la política viene pateando para adelante una deuda que es una bola de nieve; con el concurso interesado de los poderes fácticos, sin lugar a dudas”, escribimos en este medio en abril pasado y agregamos: “El discurso de la casta cala hondo porque, por más que el dedo libertario esté sucio, la llaga está abierta”. No había que ser adivino.

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Recién descorchaba la década del 80 cuando escuché por primera vez aquel cantito. Quienes tienen más de 45 años -también, quienes tienen menos pero no restringen sus conocimientos a los límites de la propia contemporaneidad- leerán a continuación los dos versos simples que lo componen mientras en sus cabezas suena automáticamente una melodía que está grabada en la memoria: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.

Tenía casi 11 años. La Doce bramó aquella consigna en la Bombonera y fue la primera noticia en público que recuerdo sobre una anomalía que se había vestido de normalidad: en la tele, los que hablaban en la Casa Rosada siempre estaban uniformados.

El impacto de la novedad se amplificó por el coro de la hinchada que gritaba a cielo abierto aquella palabra que no se decía en otro lado, mientras miles de antebrazos se balanceaban al unísono, pivoteando sobre el codo, con el canto de la mano cortando el aire como un cuchillo que promete revancha en una coreografía espontánea. Sin embargo, el asombro vino con yapa. Cuando se sumó la tribuna visitante y todo el estadio se fundió en un solo grito, me di cuenta de que nunca había escuchado a dos hinchadas cantar lo mismo en un partido. Por algo sería.

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“Massa, basura, vos sos la dictadura”. La multitud atronó en el centro de la ciudad de Córdoba con su remix durante el acto de cierre de campaña de Milei, el mes pasado. También había sonado en días anteriores durante alguna caravana libertaria en el conurbano. ¿Expresión de un momento de excitación o posicionamiento ideológico? No es sencillo encontrar una explicación certera para descifrar el significante de esos versos.

En primera instancia, se podría especular con que aquella Moncloa democrática forjada a partir del ’83 empezó a horadarse poco a poco. En 2014, Mauricio Macri patentó la frase del “curro de los derechos humanos” para cuestionar las políticas kirchneristas en defensa de las víctimas del terrorismo de Estado. En 2017, durante el mandato presidencial del fundador del PRO, un fallo de la Corte Suprema pretendió beneficiar con el 2x1 a los genocidas condenados por delitos de lesa humanidad. Durante la pandemia, los banderazos de los halcones de la oposición empezaron a instalar la idea de la dictadura de la cuarentena. Son apenas ejemplos.

La banalidad del malintencionado uso del lenguaje transformó a la dictadura en un commodity. A los 40 años, la democracia tiene que empezar de nuevo para que la crisis de sentido no se transforme en tragedia.

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En julio pasado se cumplieron 30 años de la muerte de Germán Abdala. Dirigente sindical, fue uno de los diputados peronistas que integró el Grupo de los Ocho que se paró de manos y rompió el bloque justicialista cuando el gobierno de Carlos Menem se abrazó al liberalismo y al desguace del patrimonio público, entre otras delicatessen del presidente que había llegado a la Casa Rosada prometiendo el salariazo y la revolución productiva.

Dueño de una conducta militante que lo transformó en ejemplo, Abdala dejó una frase que ha sido fatigada en innumerables ocasiones, pero a la que siempre hay que volver. "Los poderosos no necesitan de la política porque ya tienen el poder a través del dinero, de las armas o de las corporaciones. El pueblo sí necesita la política, porque es la única manera que tiene para construir poder y cambiar las cosas".

El referente de ATE no llegó a ver la incursión generalizada de magnates y empresarios en la competencia electoral durante las últimas décadas. En la región y en el mundo. Además de tenerlo todo, “los poderosos” también buscan capturar a la política, el último bastión de resistencia para las mayorías en un mundo donde la hiperconcentración de la riqueza hace rato que inclinó la cancha.

Cansada de fracasos, ¿la sociedad tapió su única puerta de salida al condenar a “los políticos” y votar a un outsider? “Te di mi corazón y lo perdiste, me lastimaste cuando me mentiste”, cantan en Spotify, incombustibles, Los Auténticos Decadentes. Parece la banda de sonido de una era donde el afuera es tan grande como la desilusión y el desamparo, un océano.

40 años de democracia - Letra P

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¿Cómo se vuelve de la casta? Tal vez esta pregunta sea la primera que puede ensayar la política el día 1 del resto de nuestra democracia. Si se anima a encararla, en esta nota del 17 de septiembre último Falak dejó una pista: “Cuando Milei habla de ‘la casta’, no solo habla de políticos atornillados en sus asientos. La casta son los incluidos, los que no han perdido o son visualizados de ese modo por una legión damnificada”.

Hay demasiados países -muy desiguales- dentro de la Argentina y la fractura terminal no nació de un repollo. Hace 40 años, terminaba una dictadura que se propuso cambiar la matriz económica del país y lo hizo, entre otras cosas, con un plan de exterminio que se ensañó de manera teledirigida con la dirigencia gremial que defendía los derechos laborales. En el fondo, nos preguntamos qué falló durante estas cuatro décadas, pero el tiempo pasa y la discusión sigue siendo la misma.

Este 10 de diciembre empieza otra película. Good bye, Raúl no va más. Aun colgados del travesaño, vale la pena recordar que la política es un arma cargada de futuro.

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