“Hablamos de poder cuando alguien toma una decisión y esa decisión se puede aplicar y es respetada por el conjunto de la sociedad; eso es el poder. Que te pongan una banda y te den el bastón, un poquito es, pero créanme (N. del R.: que no lo es todo). Y lo digo por experiencia”, dijo la exmandataria en un tramo que fue aplaudido con entusiasmo por sus fans.
Acaso ese sector de la platea haya entendido, en esa vieja idea suya, algo que no aludía al presente. Todavía…
La coda sí que fue para Fernández.
“Ni te cuento si además no se hacen las cosas que hay que hacer. Ni te cuento…”. Aplausos otra vez.
Con la autoridad que le da su experiencia como jefa de Estado durante ocho años plenos de pujas de intereses, Cristina Kirchner puso un número, por supuesto que tentativo. “Identificar el poder con estar en el Gobierno es una burrada. Un presidente, del 100%, tendría el 25% del poder”, estimó.
Se supone que las ovaciones son fruto de las pasiones del momento porque lo que señaló es cierto, pero también conocido. Entre las diversas formas en que la Ciencia Política ha abordado su objeto de estudio, que no es otro que el poder, desde hace décadas se ha impuesta la noción de sistema para designar la interacción –y la limitación recíproca para hacerse obedecer– que se da no solo entre aparatos ejecutivos, legislativos y judiciales, sino de organismos trasnacionales, gobiernos extranjeros, compañías multinacionales, el capital financiero que fluye a la velocidad de un clic, empresas locales, colectivos de negocios, sindicatos, movimientos sociales, oenegés, medios de comunicación y hasta esa entidad vaporosa y tantas veces mal medida que es la opinión pública, entre otras partes.
«Cabe preguntarse qué hace Cristina Kirchner para acrecentar o encoger el 25% del poder que, dice, detenta el Presidente. ¿Lo refuerza o lo socava? ¿Será que el “opoficialismo” es parte del 25% propio o del 75% ajeno?»
La idea del 25% fue apenas un modo atractivo de ilustrar el argumento. Sin embargo, la noción de una cuota fija del poder del que se dispone resulta prefoucualtiana.
“El poder debe analizarse como algo que circula o, mejor, como algo que solo funciona en cadena. Nunca se localiza aquí o allá, nunca está en las manos de algunos, nunca se apropia como una riqueza o un bien. El poder funciona. El poder se ejerce en red y, en ella, los individuos no solo circulan, sino que están siempre en situación de sufrirlo y también de ejercerlo. Nunca son el blanco inerte o consintiente del poder, siempre son sus relevos. En otras palabras, el poder transita por los individuos, no se aplica a ellos”, dijo Michel Foucault en Defender la sociedad. Acción y reacción: todo poder genera resistencia. La esperanza del cambio queda restaurada.
Con todo, la película se compone de fotogramas y es posible observar cada uno de ellos en lo que Antonio Gramsci dio en llamar "Análisis de las situaciones (y) correlaciones de fuerzas" en sus Cuadernos de la cárcel. Dice allí que “el error en que a menudo se cae en los análisis histórico-políticos consiste en no saber hallar una relación justa entre lo que es orgánico y lo que es ocasional: así se llega a exponer como inmediatamente activas causas que lo son, en cambio, mediatamente, o a afirmar que las causas inmediatas son las causas eficientes únicas; en el primer caso se tiene el exceso de ‘economicismo’ o de doctrinarismo pedante; en el otro, el exceso de ‘ideologismo’”. El comunista italiano corrige a los posibilistas y a los voluntaristas de su propio sector, pero sin quererlo dice mucho más que eso. Bienvenidos y bienvenidas a la Argentina de 2022.
Justamente en referencia a ese tramo de los Cuadernos, un funcionario que reporta al Instituto Patria le dijo a Letra P que “el Presidente hace un ‘análisis de situación’ que le indica que no tiene manera de modificar las relaciones de poder. Hace gramscianismo, pero al revés: en lugar de construir poder popular, lo preserva para los poderosos”.
En plena guerra en Ucrania, la cotización internacional de los alimentos actualiza la discusión sobre los modos de desligarla de los precios domésticos. La cuestión de la suba de retenciones vuelve al debate, sobre todo dentro del torbellino oficial. Como se sabe, el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, empuja esa iniciativa; el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, no está dispuesto a poner la cara ante los empresarios del sector para defenderla y Martín Guzmán atribuyó la decisión de no tocarlas al propio Fernández. El gran bonete.
En un “análisis de las situaciones y de correlaciones de fuerzas”, el dueño de la banda presidencial no tendría, en este tema, ni el 25% de poder del que habla Cristina, dado que hasta fracasó en un temprano intento de expropiar una cerealera fallida y tropezó con la resistencia militante de productores que prefirieron no cobrar por la mercadería entregada antes que abandonar a sus verdugos.
El poder es movimiento, pérdida o ganancia, acumulación o sangría y su búsqueda cotidiana tropieza en el día a día. Con su idea de segmentación tarifaria, Guzmán quiere, por lo menos, no empeorar la tendencia fiscal que considera necesaria para cumplir con el Fondo y paliar la inflación rampante, pero su subalterno Federico Basualdo, subsecretario de Energía Eléctrica, reflotó el ejercicio de la desautorización al filtrar un informe que desaconseja esa medida. Sin “funcionarios alineados” con la gestión, el supuesto 25% del poder propio no suspende ni por un momento su mitosis autodestructiva. Al cierre de esta columna, el Presidente continuaba rumiando decisiones al respecto.
Y se puede seguir. ¿Quién tiene el figurativo 25% del poder y quién, el 75% cuando el Banco Central casi no cuenta con reservas y un puñado de cerealeras son capaces de abrir o cerrar el grifo de dólares? En otro orden, ¿qué debe –o puede– hacer un gobierno que lidia con una inflación interanual del 55% cuando los precios de la vestimenta crecen 67% en ese lapso? ¿Cómo sería capaz de poner en caja a ese sector, hecho en buena medida de pymes y micropymes a las que es imposible juntar para negociar nada? ¿Podría, acaso, amenazar con abrir las importaciones para enfriarles las cabezas a sus dueños o el mero amague daría risa dada la mencionada escasez de dólares?
En su discurso, Cristina Kirchner volvió sobre su rechazo de 2014 al referendo de anexión de Crimea a Rusia, pero denunció también el doble patrón de las grandes potencias de Occidente cuando de guerras y avasallamientos de soberanía se trata. No lo dijo, porque le costaría reconocer que la defensa de los derechos humanos no debe ser un pilar de la política exterior, pero sugirió que el voto de la Argentina para suspender a Rusia del Consejo de DD.HH. de la ONU no habría sido de su agrado. Ahora bien, ¿hasta qué punto la decisión de Fernández de acompañar a Estados Unidos en esa iniciativa estuvo cruzada por la certeza de que deberá golpear, con humildad y suavecito, las puertas de la Casa Blanca ante el primer incumplimiento de las metas trimestrales pactadas con el Fondo Monetario Internacional?
En la misma línea, el cristinismo le reprocha a Guzmán que la renegociación de los vencimientos con los bonistas privados y con el propio FMI haya derivado en el fracaso de un riesgo país propio de una nación en cesación de pagos, pero el ministro se defiende preguntando qué cabe esperar cuando el enemigo íntimo no ha hecho más que oponerse y agitar el fantasma de un default con el organismo.
Economicismo de uno o ideologismo de otra –o cobardía y temeridad, según las definiciones que ambos se dedican–, cabe preguntarse qué hace el cristinismo para acrecentar o para encoger el poder descremado al 25% que –por seguir con la figura– detenta el presidente de Todos. ¿Lo refuerza con apoyo y crítica constructiva o lo socava, al actuar como un grupo autónomo celoso de la preservación de su núcleo duro de votantes? ¿Será que el “opoficialismo” es parte del 25% propio o del 75% ajeno?
La relación de fuerzas es desfavorable para el poder político en la Argentina, algo de lo que debería tomar nota con urgencia también la oposición que aspira a tomar el testigo. El problema es que el autoboicot no hace más que consolidar la contingencia que algunos agitan como un estado de cosas inmodificable.