LA QUINTA PATA

Alberto para armar

Fieles, críticos, cristinistas y massistas abruman al Presidente con el show del off the record. ¿Confusión o convicción? La unidad sigue, ¿pero entre quiénes?

Muy, muy cerca suyo, hay quienes cuentan que está “paralizado, como groggy”, apenas “entregado a la cronoterapia” para tratar la enfermedad –¿crónica, terminal?– del Frente de Todos. Otros, en cambio, dicen que aplica una suerte de paciencia estratégica, cuidando que la alianza no estalle, que la economía mantenga el crecimiento y que el empleo se siga recuperando, bases de su aspiración personal para 2023. Desde el cristinismo más de uno y una no dejan pasar la ocasión de erosionar su autoridad con fruición y desde el massismo le hacen saber de una incomodidad creciente que impide dar por sentada su fidelidad. ¿Qué pasa, en verdad, por la cabeza de Alberto Fernández en la hora más crítica de su administración?

 

En medio de la confusión que se genera en torno del “Alberto para armar” sobresale un dato sugestivo: los críticos de adentro y de afuera se han entregado a una frenética carrera de declaraciones off the record, como si intentaran condicionar y mover a un presidente paralizado en la dirección que desean. Ahora bien, que no avance como esos grupos desearían no significa que aquel no tenga idea de adónde va. Que ese camino conduzca a algún lado es otra cuestión, claro.

 

Algunos colaboradores y colaboradoras de trato cotidiano con Fernández lo describen como “aturdido”, estado en el que entró desde la crisis de gabinete que le desató el cristinismo tras la derrota en las primarias de 2021. En esa línea, se alarman cada vez que el mandatario hace oídos sordos a sus consejos de pergeñar alguna iniciativa resonante, un revulsivo que sirva para relanzar en serio la gestión, se pregunta en esos diálogos susurrados qué pensará la población del rimbombante anuncio de una “guerra contra la inflación”. Lo que se ha dicho desde entonces –que se volverán a cuidar los precios descuidados– no es de gran impacto. En tanto, lo que se estudia –el otorgamiento de refuerzos en jubilaciones y pensiones, así como de salarios estatales y privados– sería un alivio que mejoraría temporalmente los ingresos, pero que no hará que los precios se desaceleren. Por último, el verdadero fuego de artillería –la moderación fiscal y monetaria pactada con el Fondo Monetario Internacional (FMI)– es de cumplimiento incierto y no resulta una bandera políticamente sexy como para andar blandiendo desde el balcón de la Casa Rosada.

 

«“¿Y si ustedes se equivocan y los pibes (La Cámpora) no están jugando a perder?”, azuza Fernández a su círculo íntimo.»

¿Qué queda entonces de la palabra presidencial?, se preguntan de modo retórico. En ese entorno, realmente cercano a Fernández, cunde el temor de que el lastre del acuerdo con el FMI y la actitud de mero aguante del Gobierno lleven no ya a una derrota en 2023 –algo que prácticamente descuenta– sino a que el peronismo inicie el camino a la irrelevancia que en su momento recorrió la Unión Cívica Radical (UCR), algo que, como se ha visto, es difícil de desandar.

 

El albertismo disconforme ve con preocupación que el Presidente siga pendiente de las reacciones de Cristina Kirchner. Lo alienta, entonces, a gobernar sin tabúes, convencido de que aquella no romperá por la convicción de que eso resultaría descalificador para las chances de todo el peronismo en los comicios del año próximo.

 

“La economía está creciendo, el empleo está creciendo… ¿Y si ustedes se equivocan y los pibes (N. del R.: los hombres y mujeres ya adultos de La Cámpora) no están jugando a perder?”, azuza Fernández.

 

No es esa, claro, la única mirada que el entorno le dedica. Hay un ala, también muy cercana, que no lo ve de ningún modo paralizado, sino simplemente “evitando engancharse en la pelea”. Es más, para no sacar los pies del plato de la paz armada en vigor, le dedica a su vice reconocimientos, aplausos y gestos de solidaridad ante la aparición de afiches difamantes. Incluso, contrariando su manera de entender la economía, manda a Gabriela Cerruti a respaldar a los senadores y las senadoras peronistas que aseguran haber descubierto, por fin, la pólvora de la evasión y la fuga, el modo de recuperar esos recursos y el mecanismo para pagar los 45.000 millones de dólares que se le deben al FMI y, encima, que sobren 25.000 millones.

 

Cumpleaños de él e irónico regalo de un libro de parte de ella de por medio, acaso en algún momento se concrete el encuentro que negocian bajo la superficie de un lado y del otro. Sería una buena ocasión para que el primero le infunda a la segunda algo de paciencia en torno a un tema que quema entre ambos: las sobretasas que cobra el Fondo a los deudores recalcitrantes y el deseo de que la refinanciación no sea a diez sino a 20 años. Ucrania es el segundo deudor del organismo y seguramente este se vea urgido, debido a la guerra, a modificar esas limitaciones odiosas. Basta de hacer tempestades en pocillos.

 

El acercamiento, sin embargo, se dificulta por la resistencia de Fernández a lo que Cristina le reclama: la instauración de una mesa política, instancia que le daría a ella una voz decisiva. “No queda claro de qué manera eso mejoraría la gestión”, le dijo a Letra P un miembro del “grupo De Niro”, el que conforma el máximo “círculo de la confianza”.

 

Esos allegados y allegadas fieles cuestionan los resultados de la renovación de gabinete que precipitó en septiembre último Eduardo de Pedro. “¿El haber traído a ministros que estuvieron en los gobiernos de Cristina mejoró el día a día del Gobierno? ¿Le dio más volumen político? ¿Sirvió para cambiar la agenda, instalar nuevos temas? ¿Estamos mejor o peor que antes del cambio?”, se preguntó la fuente.

 

La misma coincidió en que Fernández confía en el impulso que el crecimiento de la economía y el empleo le dará a su imagen en los próximos meses, aunque el devenir de los precios siga siendo el gran agujero negro de esa especulación. Es más, incluso prohibió a su gente sumarse al escarnio que el cristinismo hace de Martín Guzmán. Si por el Presidente fuera –y así lo aclaró en sus últimas apariciones– no habrá nuevas modificaciones en el gabinete y menos en Economía: primero, porque confía en su ministro; segundo, porque no le entregaría esa cartera clave a la vice; tercero, porque uno de los pocos reemplazos potables por su diálogo con todas las tribus de Todos, Emmanuel Alvarez Agis, no está dispuesto a hacerse cargo de la conducción en estas circunstancias.

 

Su entorno afirma que el mandatario se ve candidato en 2023. “¿Qué otro dirigente peronista tiene 40 puntos de imagen positiva?”, desafía. Es un misterio qué encuestas ven en la Casa Rosada. Si hay que guiarse por las que se conocen, como la última de Zuban, Córdoba y Asociados (nacional, 1.300 casos, con cuestionario estructurado on line y un margen de error de +/– 2,71 puntos porcentuales), la ponderación del jefe de Estado luce hoy bastante por debajo de semejante guarismo.

 

Ahora bien, ese 40% –o 30%– no es, más allá de su carácter discutible, otra cosa que el resultado de una unidad panperonista que, al menos en la apariencia, se sostiene con alfileres. ¿Qué sería de Fernández fuera de la casa común?

 

La unidad, que ahora sí duele un montón, parece un imperativo para Alberto, Cristina y Sergio Massa, dicen aquí, allá y acullá. “(De Andrés Larroque) escuchamos lo único que necesitábamos escuchar: que ellos no se van a ir del Frente de Todos”, celebran en el “grupo De Niro”.

 

Lo que ni los albertistas incondicionales ni los desatendidos se plantean es si hay más protagonistas que empiecen a poner en tela de juicio la unidad o, si se prefiere, si esta tiene un solo significado.

 

El factor Massa

En la última semana sorprendió que saltara a los titulares de los medios más tradicionales la noticia de una supuesta advertencia de Massa a sus socios: “O se ordenan o me voy”.

 

En el albertismo aseguran que “Sergio ya nos dio garantías; eso fue una operación que le hicieron a él, desde adentro” del Frente Renovador. Sin embargo, según supo Letra P, en el massismo reconocen que “lío hay" y que le dieron su parecer a Sergio. "Pensamos que las formas de la discusión, surgidas de un cierto egoísmo y que ya llegan al agravio, están fuera de lugar y ponen en riesgo las expectativas de la población, la recuperación de la economía y la credibilidad de todo el espacio”, explican.

 

“No digamos que fue una advertencia, sino más bien una opinión. Una opinión fuerte, eso sí”, agregó la fuente consultada.

 

¿Fuerte al extremo de llamar a la retirada? El columnista de La Nación Carlos Pagni dejó al respecto una hipótesis interesante. A su entender, el off sobre la amenaza massista de defección sería el primer paso de una coreografía ensayada con el cristinismo, primera ruptura de Todos a la que seguiría la del sector mayoritario. El cálculo, claro, es que el presidente de la Cámara de Diputados sea el Alberto Fernández de 2023, consagrado por el poderoso índice derecho de Cristina.

 

Sin embargo, el massismo dice que tampoco se irá. “Es difícil que pase eso”, escuchó allí Letra P. En efecto, aunque Massa se pare en el centro de todas las encrucijadas de la política nacional, se muestre cada vez más como un presidenciable, dé discursos en los que detalla su idea de país, pida calma a sus aliados irascibles y hasta convoque a la oposición a la discusión de un “pacto de la Moncloa” criollo, lo cierto es que su creciente volumen político no se traduce en intención de voto. Para él, cualquier sueño converge en Cristina.

 

 

Así las cosas, tal vez la hipótesis a pensar sea otra: ¿y si lo que el massismo hizo, en el contexto del show del off the record en que se ha transformado el panperonismo, fue lanzar un globo de ensayo para constatar si hay respuesta de la vice?

 

En tal caso, ya no se trataría de que el Frente de Todos se rompa, sino de que el caracol deje tirado su caparazón viejo –donde quedaría, solo, Fernández– y vaya en busca de uno nuevo.

 

Al fin y al cabo, la dama es experta en deshacerse de las cáscaras y en llevarse la fruta. Si ya lo hizo con el Partido Justicialista en las legislativas de 2017, germen de la unidad que vino luego, ¿se animaría a hacerlo en 2023 con el Gobierno que ella misma ayudó a entronizar?

 

En el centro, Gildo Insfrán, presidente del Congreso del PJ, ladeado por Axel Kicillof, Lucía Corpacci y Juan Manzur. 
El Conicet, blanco de la motosierra libertaria.

También te puede interesar