Alberto Fernández dio la orden de no responder. A pesar de los disparos incesantes, ningún integrante del gabinete alineado con el Presidente contestó en los últimos días la lluvia de críticas que el cristinismo organizó para hacer, de manera sistemática y con roles divididos, sobre la gestión de gobierno.
Hasta allí, un acuerdo. Lo que viene detrás no alinea ni a los propios. La dirigencia de confianza del Presidente se divide entre quienes creen que debe sentarse urgente a negociar con Cristina Fernández de Kirchner, y quienes piensan que hay que ignorar el estado de crisis de la cúpula, focalizarse en la gestión, mostrar resultados y fortalecer al jefe de Estado. Que las diferencias se resuelvan, eventualmente, en una PASO en 2023.
“Va a estar difícil. Alberto está muy duro”, apunta un ministro de confianza del Presidente que participa en las conversaciones para tratar de acercar posiciones entre los dos polos. Las conversaciones avanzaban con ciertas expectativas positivas de parte de los interlocutores. Hasta el sábado pasado, primeras y segundas líneas del cristinismo y el albertismo negociaban una reunión entre Fernández y la vice que pudiera poner fin a la guerra. Los más optimistas le ponían fecha menor a dos semanas.
El 2 de abril volvió a dinamitar los puentes. Fernández festejaba su cumpleaños en Olivos con los expresidentes latinoamericanos Evo Morales, Fernando Lugo y José Mujica, y la exvicepresidenta Lucía Topolansky cuando le llegó el regalo de Cristina, el libro Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, que cuenta el sabor amargo de la gestión económica en tiempos de Raúl Alfonsín. No incluyó dedicatoria ni saludo alguno. Fernández no disimuló su cara de desolación delante de los invitados y las invitadas. Un par de horas más tarde, la vicepresidenta hizo su relato en el acto por los 40 años de Malvinas que compartió con Sergio Massa. Cerca del Presidente calificaron la actitud de Cristina como “cruel”.
Pese a eso, como contó Letra P, Cristina le hizo llegar al Presidente su predisposición para mantener un diálogo. “Si Alberto la llama, lo atiende”, repiten en el universo cristinista. El mensaje llegó a la Casa Rosada de diferentes maneras. Una fue vía la comunicación entre la vicegobernadora de la provincia de Buenos Aires, Verónica Magario, y el jefe de Gabinete, Juan Manzur. Un mensaje envenenado, dicen los albertistas. El problema no es el llamado sino qué pretende imponer en la conversación.
La crisis de los teléfonos de los Fernández comenzó hace mucho tiempo y la insólita novela ya tiene varios capítulos. Uno transcurrió en diciembre de 2020, después de que Cristina publicara la célebre carta sobre “los funcionarios que no funcionan”. La vicepresidenta reclamaba entonces la salida de Marcela Losardo del Ministerio de Justicia, entre otros cambios. Enojados ambos, cruzaron llamados que no fueron respondidos por el destinatario. Fernández congeló los contactos. Tiempo después, la vicepresidenta charló en su despacho con un dirigente de confianza del Presidente: “Decile a Alberto que me llame”. Ya entonces se había perdido toda esperanza en la marcha del Gobierno.
La edición 2022, a un año de las elecciones presidenciales, tiene ribetes más dramáticos. En el círculo íntimo de Fernández hay quienes entienden que si el primer mandatario y la vice no sellan la paz en lo inmediato, el Frente de Todos no solo no tiene destino en 2023 sino que el Gobierno se asoma al precipicio en el futuro cercano. “Si no hay urgente una bilateral Alberto-Cristina, no llegamos al final. Hay que ordenar”, apunta un secretario que participa de tertulias en las que se intenta diseñar la tregua. “Hay que cerrar este conflicto, rearmar el gabinete con pesos pesados y relanzar el Gobierno. No podemos perder más tiempo”, dice un dirigente de peso en el interior que conversa seguido con el Presidente. En el territorio, la militancia peronista también hace su reclamo. "Decime que Alberto y Cristina se arreglaron, por favor. O hagan algo para que se arreglen", le pidió una vecina de Avellaneda el jueves a Jorge Ferraresi a la salida del teatro Roma.
Los negociadores mantienen contactos, pero la paz está congelada. De un lado, Eduardo de Pedro, Andrés Larroque, Juliana Di Tullio. Del otro, Santiago Cafiero, Fernando Navarro, Leandro Santoro. En el medio, Agustín Rossi, Sergio Massa y Eduardo Valdés, que ya se identifica como “un perito en derrotas” por la falta de resultados a las gestiones de acercamiento.
Cristina presiona cada vez más. El cristinismo metió en los últimos días una seguidilla de disparos que empezaron el sábado con la propia vicepresidenta en el acto por Malvinas, siguió en la semana de manera sistemática y metódica a través de Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Roberto Feletti y Oscar Parrilli, entre otros. Todos enfocaron criticas a la política económica. ¿Hasta dónde quiere llegar la vicepresidenta? Para el análisis de la relación, un funcionario de máxima confianza del Presidente ilustra con el juego de la gallinita ciega. "Cristina nunca volantea, espera que volantees vos".
Más cerca de Fernández, Rossi fue quien le recomendó al Presidente que focalice en la gestión y que sus funcionarios y sus funcionarias dejen de hablar de la interna del FdT, en ON y en OFF. Con ese espíritu, el exministro de Defensa armó este sábado un encuentro masivo de su espacio, La Corriente Nacional de la Militancia, en Rosario, del que participaron varios integrantes del gabinete nacional. El mensaje que primó en el acto fue, precisamente, sobre la necesidad de bajar la confrontación y concentrarse en la gestión. “Basta de pegarnos entre nosotros”, pidió el ministro Juan Zabaleta.
Como Cecilia Todesca, Rossi se concentró en los datos positivos de la economía y aciertos de la gestión: recuperación de la industria y la actividad económica, baja del desempleo, mejora en el índice Gini, las exitosas gestiones por el gas ante Bolivia y Brasil. Todos datos que quedan sepultados por la interna y por los errores propios no forzados, como el pantano sobre la regulación de las redes sociales en el que se metió Gustavo Beliz después de que Matías Kulfas anunciara el plan productivo 2030. Resultados en mano, Rossi defiende la gestión Guzmán-Kulfas en la macro, más allá de que entiende que es hora de generar “una política de shock” para el bolsillo, como el Ingreso Básico Universal, para producir un efecto inmediato en la micro. La comunicación del Gobierno también está en la mira. "Tenemos un problema de relato", dijo el sábado en Rosario.
Salvo Rossi, ya casi no quedan figuras cerca del Presidente que defiendan a Guzmán. Por juego individual, el ministro de Economía no cosechó en el gabinete aliados dispuestos a bancarlo en un duelo con el cristinismo. Cristina lo quiere afuera y en el entorno presidencial entienden que le queda “poco oxígeno” y que llegaría en su cargo hasta la primera revisión del Fondo Monetario Internacional, en mayo. Fernández es casi su único respaldo. Pero es firme.
Aun así, el Presidente aceptó en los últimos días la necesidad de repensar el gabinete y diseñar una especie de relanzamiento, que podría ser en mayo. Aún los dirigentes que le son leales piden cambios contundentes, la entrada de nombres de peso en el Gabinete que puedan salir a jugar lo que queda del partido “con el cuchillo entre los dientes” o bien “un cambio de actitud, que haya línea política”. “Los ministros están desolados. Nadie sabe para dónde hay que ir”, se lamenta un dirigente que tiene acceso a la intimidad presidencial y que también pide cambios. Los gobernadores también fueron perdiendo el compromiso. "Hartos" de la novela de la cúpula del Ejecutivo, pasaron de ser el principal sostén del Presidente a encerrarse en sus provincias y diseñar cómo desdoblan elecciones del año que viene. "Estamos fumando en una garrafa", apuntó un funcionario provincial que trabaja en el armado de la próxima reunión de mandatarios, en el Consejo Federal de Inversiones.
La rotación de nombres implica un desafío también para Fernández de cara a 2023. Como sucedió el año pasado con el desembarco de Juan Manzur, el protagonismo que podría tomar Massa como súperministro al mando de una economía que da señales de recuperación o la vuelta de Rossi como ordenador de la política, también generan preguntas internas. En la intimidad del albertismo sobrevuela ese temor, pero también la certeza de que ya no hay más margen para errores: “Es eso o terminamos mal”.