SEGUNDO TIEMPO

En la batalla por la verdad, va ganando el Gobierno

Pulsea con la oposición para moldear el escenario del día después. Pegó primero y sacó ventaja en la derrota. Transición o reelección.

La verdad, se sabe, es una imposición del poder. Quien tiene más fierros, quien grita más fuerte o, incluso, quien pega primero corre con ventaja en la construcción de un relato al que, si consigue imponerse, no hay con qué darle. No alcanzan “los datos” ni “la evidencia”, amigo Horacio. En el tercer tiempo de las elecciones 2021, el Gobierno y la oposición pulsean para imponer la verdad, que no es única y no responde necesariamente a los mandatos de la realidad, sobre el nuevo mensaje de las urnas. Por ahora, va ganando el primero, que fue el que perdió.

 

 

En esta nueva edición de esa lucha dialéctica tan vieja como la política misma, el Gobierno pegó primero. “Celebremos este triunfo como corresponde“, arengó Alberto Fernández el domingo a la noche, en el búnker del Frente de Todos, frente a una hinchada cebada por el repunte en la provincia de Buenos Aires, que no le alcanzó al peronismo para dar vuelta la derrota de las PASO pero, madre de todas las batallas al fin, sirvió, como contó Gabriela Pepe esa misma noche, para cambiar el chip de la coalición oficialista.

 

¿El Presidente dijo lo que dijo embargado por un exceso de emoción? ¿Lo dijo sin querer queriendo? La frase se convirtió en meme, pero, también, en un gol tempranero: 1 a 0 para el Gobierno.

 

Casi a la misma hora, en Costa Salguero, Juntos por el Cambio mostraba la otra cara de la moneda: golpeada por el efecto inverso del resultado bonaerense, no conseguía traducir en gestos lo que el escrutinio revelaba como la confirmación del triunfo nacional de la oposición. “Los datos y la evidencia” del amigo Horacio, que, otra vez: no son, necesariamente, la verdad, que es una construcción mucho más compleja que la realidad.

 

Lo contó La Nación este lunes: en el backstage del búnker amarillo, Mauricio Macri, que venía hiperventilado desde la mañana con su teoría de la transición precoz, agitaba a la dirigencia opositora para que festejara a lo grande. No lo consiguió.

 

El lunes, la batalla por la verdad quedó claramente escenificada en dos escenarios paralelos.

 

En la sede del PJ, las principales tribus del Frente de Todos, reunidas para organizar “el festejo del triunfo” que había agitado el Presidente, se encomendaban a esa lucha poniéndole lema litúrgico a la movilización a Plaza de Mayo convocada para este miércoles con la excusa del Día de la Militancia: “Todos unidos triunfaremos”. (Acaso de eso se trate: superada con dolor la guerra interna a cielo abierto que sobrevino a la derrota del 12-S, la coalición oficialista parece haber entendido que sin unidad no hay paraíso -ni siquiera, supervivencia-)

 

Mientras tanto, en un coqueto club de la zona de Núñez, la mesa nacional de Juntos por el Cambio intentaba reaccionar y entrar en partido. “Estos resultados (los del domingo) significan que el Gobierno tiene que cambiar el rumbo; es un llamado de atención muy fuerte y lamentablemente el Presidente y los demás voceros están sordos y no escuchan este pronunciamiento popular", dijo el presidente de la UCR, Alfredo Cornejo. Tibio, tibio.

 

Este martes, la batalla continuó. La portavoz de Presidencia, Gabriela Cerruti, decretó un empate en la provincia de Buenos Aires: 15 bancas para cada una de las dos grandes coaliciones. Shik-shik. Enemigo de las medias tintas, el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, fue por más: “Alberto va a pelear por la reelección en 2023”, lanzó.

 

En la otra trinchera, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, reclamó que el Gobierno “acepte la derrota” y se abrazó a “los datos y la evidencia”: “Nosotros ganamos, ellos perdieron”.

 

La batalla por la verdad no es una guerra de egos ni de caprichos. La verdad que surja de esta pulseada, según cuál de los dos núcleos de poder logre imponerla, determinará los primeros rasgos del segundo tiempo del gobierno del Frente de Todos y de un presidente que puede ser pato o pato rengo; que tendrá espalda para alumbrar los grandes consensos, marcar a fuego los próximos diez años con un acuerdo sustentable con el Fondo y poner en marcha planes plurianuales o soportar una oposición hostil en un Congreso inviable.

 

Lo saben bien en las dos trincheras y por eso escalan la discusión, con Mauricio y Aníbal poniendo la desmesura necesaria para una debida comprensión de lo que empezó a jugarse: la transición precoz o la campaña por la reelección.

 

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