LA QUINTA PATA

Economía 2021: a lo mejor resulta bien

Asoma un escenario, no seguro pero posible, de rebote fuerte. Este domingo, antes del acuerdo, la columna de Marcelo Falak anticipaba un cambio de expectativa.

La voz de Enrico Caruso acaricia "Una furtiva lacrima", el aria más reconocible de la ópera "L’elisir d’amore", de Gaetano Donizetti. Mientras, la pelota pasa lentamente, una y otra vez, sobre una red de tenis hasta que toca su faja, sube y queda suspendida en el aire. ¿Caerá de un lado? ¿Lo hará del otro? “Da miedo pensar en todo lo que está fuera de nuestro control”, dice una voz en off en la escena inicial de "Match Point", la película de Woody Allen.

 

 

Salvo para un exministro de Educación que a veces planteaba ideas raras, la incertidumbre es un sentimiento que prefieren evitar los seres humanos sometidos a penurias, para quienes aquella no es aventura sino posibilidad de carísima derrota. La humanidad entera se revuelca sin manos en ella en este año insólito de pandemia. Así se debate también la economía argentina.

 

Aunque aún minoritarias, las voces de los optimistas comienzan a resultar más audibles. ¿Y si 2021 resultara, después de un 2020 económicamente desastroso, un año muy bueno, al menos en términos relativos?

Después del cuarto subsuelo de abril, el mes más draconiano de cuarentena, cobraron fuerza los temores a una tormenta perfecta en el horizonte de Alberto Fernández, hecha de megaemisión monetaria, peligro de estallido del dólar y, sobre todo, fracaso en la negociación de la deuda. Esta columna dio cuenta de ese debate, así como de los antídotos que se barajaban para evitarla.

 

Más tarde, si bien el frío arreciaba, Letra P también dio cuenta de una polémica incipiente entre los economistas que auguraban un rebote moroso, en forma de U –esto es, con una mejora lenta desde el fondo del pozo– y otros que arriesgaban una veloz, en V.

 

Aunque aún minoritarias, las voces de los optimistas comienzan a resultar más audibles. ¿Y si 2021 resultara, después de un 2020 económicamente desastroso, un año muy bueno, al menos en términos relativos? En tal caso,¿cuál sería el humor de los argentinos al acudir a las urnas en octubre para definir si renuevan su confianza en el Frente de Todos o, en particular, en el proyecto de Fernández?

 

Quienes esperan una recuperación lenta siguen siendo mayoría. Tanto es así, que la última edición del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central estiraba al 12% el pronóstico de caída del producto bruto interno (PBI) del año, mientras que cifraba en 5% el rebote de 2021 y en 2% el de 2022. La U.

 

 

 

Una de las primeras voces, solitarias, que hablaban de una salida fuerte, en V, fue la de Leandro Ziccarelli, director del Departamento de Research del Instituto de Capacitación Bursátil (ICB). Afuera, el banco británico Barclays ya pronosticaba a fines de mayo un rebote del 9,3% en 2021. Siempre bajo los supuestos de que haya éxito en la negociación de la deuda, que el Banco Central ponga en orden el rifirrafe monetario producto de la pandemia y que no se produzcan desbordes sociales, la novedad es que una segunda referencia insospechable de populismo, esta vez local, el economista Orlando Ferreres, estimó esta semana una caída del 12% este año, seguida de un rebote contundente del 8 al 9% en el que viene, con una inflación elevada, pero estable, del 45%. ¿A lo mejor resulta bien?

 

 

 

¿Qué mira esa minoría de los analistas que ve un futuro cercano que vale la pena?

 

Por un lado, el carácter procíclico de la economía argentina, que tiende a exagerar las fases de caída y de recuperación del entorno global. Los datos del Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) de mayo sugieren la permanencia de ese patrón: el producto se desplomó un 20,6% frente al mismo mes de 2019, pero el rebote con respecto a abril fue nada menos que del 10%.

 

 

 

Por el otro, una retomada decidida de la actividad en China –3,2% interanual en el segundo trimestre–, que este año se convirtió en el socio comercial número uno de la Argentina. De la mano de eso, las exportaciones primarias ya rebotan con firmeza. ¿Rescatará pronto Brasil a la industria castigada?

 

 

Fuente: INDEC.

 

 

El escenario de la salida veloz depende de varios factores, entre ellos, el más importante para evitar la temida tormenta es una conclusión exitosa de la negociación de la deuda. Todavía sin las mayorías necesarias, el ministro de Economía, Martín Guzmán, no se resigna: el plazo para acordar será extendido hasta el 18 de este mes o, si fuera legalmente posible, hasta el 28. La decisión es arreglar, aunque manteniendo lo más posible la apariencia de apego a los últimos números ofrecidos.

 

 

 

Además, no menor, que la segunda ola de covid-19 que desvela al hemisferio norte no termine de destruir lo que quedaba en pie y que la propia Argentina no deba reconfinarse. A favor juega que la vacuna es ya casi una certeza para algún momento de 2021. A ver si apuramos…

 

Tercero, que el Gobierno administre correctamente los incentivos que inyectará en la economía en forma de subsidios, créditos blandos y estímulos varios a la construcción, de la más pequeña y movilizadora de trabajo hasta la más grande. Una novedad al respecto es que se estudian formas en las que el Banco Central subsidie préstamos a sectores estratégicos; no para todos, desde ya, porque nadie quiere apagar un incendio con nafta.

 

Un cuarto factor necesario, vinculado a los cuidados que requiere el punto anterior, es controlar la gran cantidad de pesos emitidos a puro Ctrl+P, producto de la necesidad de asistir a las empresas y a los trabajadores durante la crisis sanitaria, algo para lo que el país no contó ni con ahorro fiscal previo ni capacidad de tomar deuda.

 

 

Quedan en manos de los argentinos unos 600.000 millones de pesos. La pregunta que desvela al Gobierno es si una economía en recuperación será capaz de absorber ese excedente.

 

 

En efecto, la asistencia del Central al Tesoro ascendió a cerca de 1,6 billón de pesos. De ese volumen, alrededor de un billón fue reabsorbido en base a Leliq, el recurso del que abusó el gobierno de Mauricio Macri y fue tan denostado por Fernández, pero que no quedó más remedio que resucitar en la urgencia. Quedan, así, en manos de los argentinos unos 600.000 millones de pesos.

 

La pregunta que desvela al Gobierno es si una economía en recuperación será capaz de absorber ese excedente. Guzmán piensa que probablemente sí, dado que la reutilización de una capacidad ociosa actual del orden del 60% en la industria acompañará un incremento de la demanda en la salida.

 

Con todo, el funcionario no quiere que la maquinita se pase de rosca y el Banco Central no quiere que ocurra lo propio, como contracara, con las Leliq. Esa es la razón por la cual el Gobierno pisa el freno en la ayuda de emergencia.

 

Quinto, muy relacionado con lo anterior, es el futuro del dólar, sobre todo, cómo evitar que parte de esos 600.000 millones de pesos excedentes se vuelquen al billete verde y haga estallar la brecha entre los tipos de cambio oficial y paralelos. Este es el nudo de la novela.

 

Sin una percepción de riesgo de hiperinflación –hoy no existe, más allá de los malos augurios de predicadores televisivos, como lo muestran las tasas de interés a las que el Tesoro está logrando sobrecumplir sus objetivos de refinanciación de deuda en moneda local–, el dólar oficial no debería enfrentar presiones inmanejables. El Banco Central ha logrado, con regulaciones crecientes, poner bajo control los distintos tipos de cambio paralelos, los legales y el blue. Con un cepo semejante es muy difícil que el oficial se escape. La brecha es un problema a seguir con atención, pero, por ahora, no preocupa.

 

 

Sin pagos de deuda por lo menos hasta septiembre del año que viene, debería alcanzar con las reservas existentes. Dejar de buscar el empate colgados del travesaño y salir a ganar los partidos requerirá otra cosa.

 

 

El mercado mayorista mueve unos 250 millones por día y el Central hasta se permite un touch and go suficiente para que los movimientos no sean demasiado bruscos. Por otro lado, aunque las reservas netas son muy limitadas, de unos 8.000 millones de dólares, la perspectiva de un acuerdo con los bonistas y el inicio aún sin fecha de una negociación con el Fondo Monetario Internacional, que no concluirá rápidamente, permiten suponer que el país no deberá hacer frente a pagos de deuda al menos hasta septiembre de 2021. Con lo que hay, raspando el fondo de la olla, debería alcanzar. Dejar de buscar el empate colgados del travesaño y salir a ganar los partidos requerirá otra cosa.

 

Si el escenario optimista se concretara, ¿cuál sería su impacto en un año electoral? La última encuesta de Analogías deja un par de indicios interesantes.

 

El estudio (nacional, 2.902 casos recabados entre el 24 y 25 de julio, formato IVR, error +/- 2 puntos porcentuales) señala que el 68,4% cree que la coyuntura impone “que el Estado tenga más presencia para recuperar la economía y el consumo”. “¿Querían Estado? Yo les voy a dar Estado”, se murmura estos días en la cocina del Gobierno. Asimismo, aunque Fernández mantiene una ponderación personal positiva del 59,6%, las expectativas sobre la economía que viene son bajas: para el 53% el país estará peor en los próximos dos años, mientras que los optimistas son apenas 39%.

 

 

Fuente: Analogías.

 

 

Si el rebote fuera contundente, la esperanza/ilusión de una mejora duradera podría tener un impacto electoral mayor.

 

Primero lo primero: hay que evitar la tormenta. Lo demás es (un poco) menos perentorio.

 

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