LA QUINTA PATA

Plata o…: la crisis y la oportunidad del presidente menos pensado

La crisis del coronavirus es peligro y oportunidad para Alberto Fernández. La política después de la pandemia. Un proyecto de poder sometido a prueba extrema. Rebote, humor social y elecciones 2021.

Era junio de 2002, Santiago se encontraba bajo el agua después de un diluvio bíblico y la entonces ministra de Defensa, Michelle Bachelet, se puso al frente de las tareas de rescate del Ejército. Su figura asomaba desde la parte superior de un tanque Mowag mientras impartía órdenes, contenía a los damnificados y se adentraba en lugares que el Estado no solía visitar. “Algunos dicen que gracias al Ejército soy presidenta de Chile, puesto que salimos con un tanque durante las inundaciones”, diría la médica socialista, que perdió a su padre y fue torturada durante la dictadura, en 2010, cuando estaba por completar su primer mandato. Estaba en lo cierto: esa crisis fue la gran oportunidad de su vida política y la convirtió por mucho tiempo en la dirigente más querida de su país.

 

Michelle Bachelet, en una recordada foto de 2002.

 

 

Las situaciones de emergencia, como la del coronavirus que mantiene en cuarentena a los argentinos, son bisagras capaces de hundir o encumbrar liderazgos, ley que alcanza a un Alberto Fernándezque apenas un año atrás ni siquiera soñaba con presidir el país. Tal como vienen las cosas, con un pico de casos que aún está por llegar, y dada la paralización creciente de la actividad que imponen las medidas de previsión, tanto en lo sanitario como en lo económico será plata o mierda. Para los argentinos y para él.

 

No hay elementos que permitan atribuirle al Presidente la voluntad de sacar provecho de esta crisis y los relatos de quienes comparten con él el día a día lo describen activo para contener el capítulo nacional de la pandemia a pesar, no por sus antecedentes de tromboembolismo pulmonar sino por sus 60 años, de ser parte del grupo de riesgo. El esfuerzo fue elogiado, aunque quepa también adjudicarle alguna desprolijidad en la comunicación, como haber hablado en radio sobre una “paralización del país” que solo concretaría casi una semana después.

 

Más allá de intenciones, entonces, la vida sigue y nada impide levantar la cabeza y preguntarse por las consecuencias financieras, productivas, sociales y también políticas de la pandemia.

 

El drama en curso ha copado toda la agenda oficial, incluso para el el ministro de Economía, Martín Guzmán, quien multiplicó en los últimos días sus diálogos con su par de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, ahora con la misión de sumar a las medidas anticíclicas, anticipadas en esta columna hace una semana, la de dar alguna cobertura al segmento de los argentinos que están lejos de la mano del Estado: el 45% de los jefes de hogar cuyos ingresos provienen del cuentapropismo, la economía informal y el monotributo frágil.

 

 

Ministros Matías Kulfas y Martín Guzmán.

 

 

Incluso la negociación de la deuda, la gran obsesión hace un par de semanas, perdió protagonismo en la agenda del Gobierno, que se empeña en evitar que el inevitable agravamiento de la recesión devenga en una imprevisible caída libre. El relanzamiento de ese proceso que intentó Guzmán por videoconferencia el último viernes se explica tanto por la necesidad de darle algún cauce a un problema que podría agravar todavía más la malaria como por la de seguir demostrando “buena fe” ante los acreedores aunque afuera llueva o truene. En caso de que el mundo financiero se fuera definitivamente al diablo, ese sería un argumento valioso para la Argentina a la hora de defenderse en los tribunales internacionales si, como parece cada vez más probable dado el nivel deplorable de la cotización de los títulos públicos, los buitres vuelven a escena.

 

 

Alberto Fernández, rodeado por gobernadores de todas las tendencias al anunciar el aislamiento social.

 

 

La clase política se ha mostrado a la altura del desafío, incluso más que la sociedad que gusta criticarla con encarnizamiento y que dejó en los últimos días unos cuantos gestos de rebeldía infantil ante la cuarentena. Fernández se rodeó de especialistas, buscó equilibrios entre las conveniencias sanitarias y las contraindicaciones económicas y abrió el juego de las decisiones a gobernadores propios y ajenos. Lo que queda de Juntos por el Cambio acudió al llamado con amplitud, dejó de lado los recelos y evitó las críticas oportunistas. La foto del anuncio de la cuarentena obligatoria, que juntó el jueves al Presidente con Omar Perotti (hombre del peronismo de las provincias), Horacio Rodríguez Larreta(PRO), Axel Kicillof(cristinismo) y Gerardo Morales (radicalismo) es ya una rareza memorable de la política criolla. “Comandante”, lo había endulzado el boina blanca Mario Negri, hombre poco dado a las concesiones y, mucho menos, a un peronista.

 

 

 

Nadie y menos un animal político como el jefe de Estado llega al poder sin el deseo de retenerlo hasta donde la Constitución y la voluntad popular lo permitan. Ese propósito lo obligaría a tejer pacientemente para adueñarse de una mayoría del panperonismo nucleado en el Frente de Todos, lo que supondría poner bajo su ala o, al menos, neutralizar momentáneamente a un cristinismo hasta ahora dominante en la interna.

 

Nadie debería espantarse por la mención de competencia solapada ni insistir en el rap gastado de las supuestas tensiones entre Cristina Kirchner y él. Las alianzas no proscriben la competencia entre sus referentes; simplemente la encuadran dentro de una estructura, ya institucional, ya informal, que metaboliza las diferencias e impide la ruptura.

 

Cacerolazos desde balcones y ventanas como los que se han dado en las principales ciudades de Brasil son la única forma de protesta de los aislados.

Cuando la crisis del coronavirus pase, será difícil medir éxitos o fracasos de gestión, ya que cualquier comparación con un curso diferente al elegido en lo sanitario y en lo económico sería inevitablemente contrafáctica. Sin embargo, un récord satisfactorio en materia de infectados y fallecidos y un rebote rápido de la producción cuando la normalidad por fin regrese serían buenas medidas de satisfacción. Si ese escenario benévolo tuviera lugar, tal el bacheletismo surgió en Chile hace 18 años, bien podría nacer el albertismo en la Argentina.

 

Puede ocurrir, en cambio, que quienes hoy claman por un Estado a lo Hobbes al temer por su vida, más adelante pidan, a lo Smith, que el Estado termine con tantas restricciones al mercado. Un humor social negativo sería una pesadilla para el Presidente y para la propia gobernabilidad. El ejemplo está en la casa del vecino, donde la actitud desaprensiva de Jair Bolsonaro, su medieval prédica anticientífica y la irresponsabilidad de sus gestos públicos (la reciente violación de su cuarentena y la falta de respecto a las medidas de distanciamiento social) le han valido ya sonoros cacerolazos desde balcones y ventanas en las principales ciudades de Brasil. Esa, acotada, es la forma de protesta de los aislados.

 

 

 

Como diría Gabriela Michetti, el país está en un túnel, todo es oscuridad y la luz está todavía “allá lejos”. Hoy es difícil pensarlo, pero el año que viene será electoral y, si el calendario pudiera desarrollarse con normalidad, sería la oportunidad en la que Fernández buscaría fundar el albertismo.

 

 

 

¿Es posible que la pandemia ceda para entonces y que a la recesión profunda de este 2020 de locos siga una recuperación que, aunque mantenga a la Argentina por debajo de los indicadores de años más felices, brinde un alivio a los ciudadanos y temple los ánimos? Acaso eso explique la aparición, un tanto llamativa, de medidas de mediano plazo como los anuncios de obra pública y el relanzamiento del plan ProCreAr entre las medidas anticíclicas de emergencia anunciadas el último martes.

 

Resulta liberador pensar un poco en el futuro en estos días de encierro.

 

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