Por gradual que sea –eso ya se verá de lo que salga de la guerra de buenos modales con el Fondo Monetario Internacional (FMI)– y por cuidadoso que resulte del rebote económico esperado para 2021, la Argentina entró, una vez más, en un ciclo de ajuste fiscal. Esa realidad se mixtura con un momento de distanciamiento personal entre las dos principales figuras políticas el país, el presidente Alberto Fernández y la vice, Cristina Kirchner, máximos garantes de que la crisis interminable no derive en ingobernabilidad. ¿Hay posibilidad de ruptura entre ambos? Spoiler: no. Más allá de diferencias, Cristina entiende las limitaciones del momento y ratifica su convicción de haber puesto al frente de la boleta a un hombre que, más allá de haberle entregado al kirchnerismo el plus de moderación que le permitió ganar las elecciones de octubre del año pasado, llegó con el mandato histórico de hacer el ajuste socialmente posible. Sí: aunque cierta narrativa indique lo contrario, el kirchnerismo también ajusta.
¿Qué hicieron como gobernadores de Santa Cruz, si no, Néstor y Alicia Kirchner? La idea de un kirchnerismo dado a una expansión del gasto permanente y pluscuamkeynesiana es un producto histórico vinculado a la chiripa de la supersoja del período 2003-2010, que devino relato durante la fase cristinista. Sin embargo, eso convive, sin anularla, con la otra faceta K: la concepción fiscalista del manejo de la cosa pública. Como el propio expresidente solía decir, sin caja no hay política.
El 2 de enero de 1992, poco después de haber asumido el mando de una Santa Cruz quebrada, Néstor Kirchner emitió el decreto 309, que parceló el pago de salarios, aguinaldos y jubilaciones dada “la imposibilidad del pago de haberes de los funcionarios y empleados públicos activos y pasivos” en todos los niveles de la provincia.
El artículo 3 de esa norma redujo entre 10 y 15% los salarios en el estado provincial, el 4 ofreció un retiro voluntario para adelgazar la burocracia recibida y el 5 invitó a los municipios a replicar esas políticas.
Tiempo después, el ordenamiento de las cuentas públicas permitió aplicar una recomposición salarial, sobre todo tras el cobro de regalías petroleras adeudadas por la Nación y el incremento del precio del crudo.
Fuente: El Cronista, octubre de 2002.
El kirchnerismo bifronte apareció por segunda vez a fines de 2015 con Alicia Kirchner, que debió enfrentar la herencia de Daniel Peralta y lo que, tras una fiesta de endeudamiento de dos años, dejaría Mauricio Macri. Con las cuentas públicas otra vez en rojo brillante, la hermana del expresidente y exministra de Desarrollo Social de la Nación estableció incrementos salariales en el estado provincial siempre inferiores a la inflación –con lo cual licuó su peso en el Presupuesto–, con la excepción de 2017, cuando directamente no los previó. Aún se recuerda uno de los productos más visibles de esas políticas: las interminables huelgas docentes.
El premio, para ella, llegó en 2019, cuando el distrito volvió a mostrar números positivos, lo que, sumado a la ola nacional del Frente de Todos, le valió la reelección en octubre.
Alicia Kirchner y Mauricio Macri.
Aunque, comprensiblemente, se empeñe en velar el ajuste en ciernes entre los pliegues de la inflación proyectada en el Presupuesto 2021 –29%– y la que en verdad habrá –¿50% si todo sale bien?–, entre los de la suba nominal prevista del gasto y su reducción real, en la licuación del costo de los salarios en las administraciones nacional y provinciales producida durante la pandemia –prolongación de la efectuada por el macrismo– y en la desindexación de las jubilaciones, Fernández se reconoce, como kirchnerista de la primera ola, como un “obsesivo del equilibrio fiscal”.
Aunque Cristina encarnó una versión diferente del kirchnerismo, que llevó el gasto público hasta los confines de lo posible, hoy entiende la coyuntura: más que a un candidato, ella apostó a un presidente para gobernar la estragada Argentina posmacrista.
Es curioso que quienes le cuentan las costillas a Peronia sean tan negadores de lo que suele pasar en su adorada y siempre fallida Gorilandia. El ajuste no es hoy una elección, sino la imposición de la física en un planeta en el que las cosas caen, indefectiblemente, de arriba hacia abajo. Por lo menos durante 2021, el país seguirá con el crédito internacional cortado, mientras que la realidad ha vencido tanto a la ortodoxia fundamentalista como a la ingenuidad de quienes piensan que imprimir dinero sin límites no tiene costos. Antes que cualquier otra variable, el descontrol de la demanda de dólares es el inicio de todas las catástrofes argentinas y el Ctrl+P a destajo de la pandemia se ha traducido en una presión cambiaria de potencial destructivo con la que el Gobierno lidia y seguirá lidiando.
El humo nubla la visión: la gran electora y su delfín entraron en cortocircuito. La interrupción del diálogo cara a cara y telefónico entre ambos llena de preguntas al Círculo Rojo. Otra vez sin suspenso: la ruptura no es una hipótesis.
“Cristina no quiere enterarse de las decisiones importantes por los diarios”, dijo una fuente conocedera del cortocircuito.
Esa situación, que cabrá a Alberto y Cristina zanjar sin celestinos, no ha impedido que se hayan seguido pasando mensajes por Telegram y a través de terceros. Asimismo, la articulación que tejen el Presidente, su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; el ministro del Interior, Wado de Pedro; el titular de los diputados peronistas, Máximo Kirchner, y el mandamás de la Cámara baja, Sergio Massa, ha seguido funcionando aceitadamente.
La vice expresó con bastante claridad el lunes 26 del mes pasado, en vísperas del décimo aniversario de la muerte de su esposo, lo que ve y no le gusta, habló de “funcionarios que no funcionan” y, como corresponde, se corrió de la responsabilidad de la gestión. Ello se expresó en el reemplazo de María Eugenia Bielsa en el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat por el más cristinista de los intendentes del conurbano, Jorge Ferraresi; en la mala onda con los titulares de Justicia, Marcela Losardo, y Agricultura, Luis Basterra; en diferencias sobre la reforma judicial. en la postulación a procurador general de Daniel Rafecas y en otros ítems. Sin embargo, por encima de todo eso, conocedores de la situación resumen la tensión en tres palabras: cuestión de egos.
La vice sabe –lo aclaró en su carta– que el Presidente tiene la lapicera y, si bien no pide que este la consulte antes de tomar cada decisión, pretende que la informe sobre las principales, algo que no ocurrió recientemente con la decisión de enviar al Congreso el proyecto de legalización del aborto, para el que no encuentra garantías en el Senado que conduce. “No quiere enterarse de ese tipo de cosas por los diarios”, escuchó Letra P.
¿Quién tiene razón? Eso es opinable. En un régimen presidencialista como el argentino, el que manda es el jefe de Estado. Sin embargo, debido a la pulverización de los partidos, ese presidencialismo duro ha mutado de hecho en otra cosa, algo que en Brasil tiene el nombre de “presidencialismo de coalición”. Eso es, justamente, el Frente de Todos: una coalición que va desde el cristinismo hasta el massismo y hace eje, justo en el medio, en Alberto Fernández. En ese contexto, como socia mayor, Cristina pretende una interlocución más fluida con un presidente que parece haber decidido autonomizar su día a día.
Sin embargo, ella baja línea a sus dirigentes más cercanos para que de ningún modo socaven la autoridad de Fernández.
Sueños húmedos de algunos aparte, si no hay ruptura en ciernes, cabe volver al principio: ¿Cristina también respalda el ajuste gradual del ministro de Economía, Martín Guzmán, y las negociaciones con el Fondo? Sí. La vice “compró” en su momento al funcionario y eso no ha cambiado.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, y la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Viceversa, más allá de la diferencia de envergadura, este también la “compró” a ella. Aunque proyectos como la contribución por única vez a las grandes fortunas tendrían, con su caligrafía, un formato diferente al conocido, este entiende el valor más político que recaudatorio de ese tipo de iniciativas al interior del Frente de Todos. La tribuna necesita, cada tanto, un caño en medio de tanto despeje apurado.
Como Guzmán, el observador deberá acostumbrarse a otro acuerdo tácito entre Alberto y Cristina: el doble juego recurrente, el zigzag, la distancia entre dichos y hechos y la ejecución de la guitarra, algo imposible sin que la mano izquierda y la derecha hagan movimientos diferentes.
Lo crucial, claro, es que la música no pare.