“Son todos lo mismo”, dicen Nicolás del Caño y el tío Jorge. La moda de los drones estimula esa opinión sobre los dirigentes políticos: desde el cénit se distinguen colores, pero nunca relieves. Un rasgo de la realidad parece darles la razón, esto es, que muchos gobiernos argentinos comienzan a caminar con promesas de gradualismo en el ajuste siempre pendiente, pero que terminan apurando el paso conforme el dogo del mercado les muerde las nalgas. Sería algo así como la serie de Netflix "Poco ortodoxa", pero al revés.
Sin embargo, el suelo está lleno de relieves. El tío Jorge ve el fenómeno –la secuencia de políticas de unos y otros–, pero no entiende la causa, cosa que, desde ya, no le ocurre a Del Caño. Las razones del viraje desde el capitalismo con rostro humano al capitalismo a secas no están dadas, como cree Jorge, por alguna congénita falencia moral de “los políticos”. De hecho, los hay quienes, como Cristina Kirchner, nunca dan el paso ortodoxo, así eso cueste regulaciones infinitas que terminan por detener la traslación de los planetas y hacer del capitalismo un sistema no menos injusto, pero a la vez incapaz de crear riqueza. Otro es el caso de quienes, como Mauricio Macri, se aferran de entrada al gradualismo más por la necesidad de afianzar un proyecto de poder que por falta de vocación. Por último, los que, como Fernández, entienden que, como no se cansa de repetir el entrañable Miguel Ángel Russo, hay “formas y momentos” y que la vida es un permanente ajuste. ¡Ups! Perdón… se acaba de spoilear la palabra clave de esta columna…
En su intento de darle a lo inmediato una mirada que trascienda la baldosa, Letra P ha advertido una y otra vez sobre el inicio paulatino de la fase ortodoxa del albertismo. Esta, como se dijo, no responde a endeblez moral ni a vocación, sino a la necesidad de controlar una corrida cambiaria que pone todo en peligro: la recuperación de la economía, las chances del oficialismo en las elecciones de mitad de mandato, los equilibrios sociales mínimos, la gobernabilidad y la propia cohesión del Frente de Todos. La mano invencible del mercado impone condiciones.
Alberto Fernández posa, risueño, junto a un retrato de su perro, Dylan, en una reciente producción del Financial Times.
Las señales del ministro de Economía, Martín Guzmán, para el año próximo reflejan una progresiva asunción de lo que piden los agentes financieros para mermar la presión: moderación monetaria y ajuste fiscal.
Así, mientras pisa el freno del gasto público inflado por la pandemia, reformulando el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y el Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP), que en la “nueva normalidad” sanitaria ya no será lo que fue, también emite señales de que el sobrante de pesos generado en los últimos meses, una de las causas de la presión sobre los tipos de cambio paralelos, está en retirada.
Para ello, por un lado, renunció –parcialmente– hasta fin de año al financiamiento del rojo presupuestario vía emisión de dinero. Por el otro, como reemplazo, aceleró la toma de deuda en el mercado local.
El problema es que la crisis se muerde la cola y tomar deuda es un recurso lleno de efectos secundarios. Por un lado, los pesos que se sacan de la plaza hoy terminarán volviendo a ella pasado mañana, cuando, tras circular a través de la economía, caigan en manos de quienes tienen resto para dolarizarse. Por el otro, la deuda que se lanza adolece del mismo vicio que se le echó en cara al Macri crepuscular: al estar en creciente medida indexada por la inflación y la evolución del dólar oficial, sería imposible de licuar en caso de necesidad y urgencia, a la vez que provocaría un salto preocupante del déficit fiscal financiero en cualquier evento de devaluación.
Fuente: Consultora Analytica.
En diálogo con Letra P, el economista Gustavo Reija hizo una observación interesante. “La forma en que se financia el déficit fiscal no es neutral. Claro que es mejor tomar deuda que seguir emitiendo pesos que no tienen demanda, pero ¿es factible que el pequeño mercado de crédito argentino abastezca semejante volumen de recursos?”, se preguntó.
El especialista habló, como un riesgo concreto para 2021, de un proceso de crowding out, esto es, el desplazamiento que el Estado hace del crédito que podría destinarse al sector privado, lo que trabaría las posibilidades de reactivación de la inversión y el consumo.
“Nuestra economía es como la película "El día de la marmota", en la que todo se repite eternamente. Esto ya pasó varias veces, la última en 2018 con Macri”, recordó Reija.
El problema de base para el mercado y, mucho más interesante, ahora para el propio Gobierno, es el déficit fiscal. Se esperaba que la pandemia dejara el tramo primario de este –calculado antes del pago de deudas- en un dramático 8% del producto bruto interno (PBI), pero, atento a la corrida, el ministro pisa el freno en el último bimestre para ubicarlo por debajo del 7%. De ese modo, y así dejó constancia en su reciente conversación con la flor y nata del empresariado local, en 2021 podría resultar inferior al 4% y no del 4,5%, como consta en el Presupuesto.
Ni Dios ni el Fondo Monetario Internacional (FMI) juegan a los dados: no debe llamar la atención que los deberes fiscales se aceleren mientras avanzan, sigilosas, las tratativas para renegociar con el organismo la deuda de 44.000 millones de dólares que Macri nos dejó. Otro elemento ayuda a la toma de consciencia: la idea de pedirle a esa entidad fondos frescos para reforzar las reservas hasta el reinicio de la temporada de los sojadólares, allá por abril, algo que no puede venir sin condiciones fiscales. ¿Serán 3.000 millones de dólares? ¿Serán 5.000 millones, acaso?
Una carrera contra el tiempo está en marcha. La última semana fue más avara para Guzmán en términos de reducción de la cotización de los dólares paralelos, lo que acaso comience a marcar los límites de su estrategia. Es cierto –y meritorio– que logró reducir la brecha que incita a la devaluación a un 85%, pero esto sigue siendo demasiado. Llegar a una aceptable 40 o 50 por ciento parece fuera de alcance.
Fuente: Rava Bursátil.
Como señala el último informe de la consultora Analytica, “el ministro Guzmán, convertido en una suerte de nuevo primus inter pares del gabinete fernandista, decidió darles a los mercados financieros lo que le estaban pidiendo. Anunció un ajuste fiscal de $150.000 millones para los últimos dos meses del año y se comprometió a reducir sustancialmente la asistencia del Banco Central al Tesoro (…). Está obligado a bajar el gasto y mantener estable el tipo de cambio para no poner a la economía en una situación aun más delicada”.
Fuente: Analytica.
La marca de lo que viene es el ajuste y, si alguien duda, que le pregunte a cada empleado público y jubilado “decime qué se siente” a medida que la inflación licúa sus ingresos. Aunque aquel siga evitando el shock, lo cierto es que tiende a acelerarse, lo que suma impacto recesivo a las medidas para frenar el dólar. El combo, así, termina de dar por tierra con el escenario, no probable pero sí posible hasta hace pocos meses, de un rebote fuerte de la actividad.
Fuente: Fondo Monetario Internacional.
Si el Gobierno presupuestó para 2021 una reactivación del 4,5% y el FMI ve un 4,9%, para la liberal Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) será 3,5% y para Analytica, todavía menos. El consumo se entibiará a fuego lento y el propio Guzmán anticipó que no hay margen para bajar impuestos. ¿Queda, al menos, la esperanza de que un nuevo cisne negro, que esta vez juegue a favor, al revés del de una pandemia que le clavó una estaca al corazón de una economía ya estragada por la herencia?
¿Por qué no? El pinchazo de la vacuna ya casi penetra la carne y el precio internacional de la soja sube y supera los 400 dólares por tonelada.
Fuente: Ámbito Financiero.
Además, la llegada de Joseph Biden al poder en Estados Unidos se daría con un paquete de incentivo fiscal mayor al que habrían impulsado los republicanos, lo que generaría un círculo de dólar barato y aumento mayor de las materias primas que cotizan en esa moneda. Con todo, hay que considerar que ese proyecto demócrata podría tropezar en un Senado republicano.
El problema de ser débil es que el futuro propio queda en manos de la suerte y de los demás. Sin embargo, ¿cómo evitar las cosquillas que nos hace por dentro la esperanza, ese gusanito que se despierta justo cuando las cosas parecen peores?