“Vi algo que no me gustó y que tal vez no voy a decir nunca”, intrigó a mediados de 2002 el entonces gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, al explicar su negativa a correr con el caballo del comisario Duhalde en las elecciones que se llevarían a cabo al año siguiente. El oráculo de Llambi Campbell cumplió: hasta hoy, jamás ha revelado su secreto. Distinto es el caso Cristina Kirchner, el oráculo mayor de la política argentina, quien sí dice lo que piensa con cuidado sentido de la oportunidad. Más que su deseo, lo que la convierte casi en pitonisa es la actitud de quienes, con amor o con odio, aguardan esos pronunciamientos para desentrañar, respectivamente, las señales del futuro y sus verdaderas intenciones. No hay nada que hacer: la tentación es irresistible tras la lectura de la carta abierta que difundió el lunes. De ella surge que hay algo en la realidad del país que la inquieta y, por eso, su mensaje contiene, a la vez, un diagnóstico y una propuesta. El primero resulta certero; lo que resta por definir es si la segunda es realizable.
La carta alude a una coincidencia del destino: este 27 de octubre marca, a la vez, el décimo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner y uno del retorno del peronismo –con fuerte aroma K– al poder. Cristina no lo dice, pero la efemérides va más allá: la década transcurrida desde el primero de esos hitos marca el inicio de una declinación económica y social solamente velada por la grieta. Desde 2010, las tensiones cambiarias se han hecho severas, las restricciones al acceso al dólar se han vuelto fatales y la Argentina ha dejado de crecer; de hecho, su segundo mandato es un sube y baja de caídas y rebotes, con saldo neutro. Con Mauricio Macri, salvo en 2017, todo fue cuesta abajo y los otros tres años de recesión se explican, en gran medida, por la crisis permanente del mercado cambiario. Dos modelos opuestos, la misma piedra. Cristina dice que el país está en riesgo.
Evolución del PBI. Fuente: Banco Mundial.
La expresidenta resalta un rasgo consustancial a la economía argentina: “la restricción externa –léase: escasez de dólares o excesiva demanda de dicha moneda, según cómo se mire– que apareció luego de haber soportado seis corridas cambiarias –la última, durante el año 2011, en el que fue electa por segunda vez consecutiva presidenta de la Nación– (y) motivó la regulación cambiaria que los medios hegemónicos bautizaron “cepo”. Hoy, otra vez, la amenaza de devaluación, a la que atribuye en parte un componente inducido, pone en riesgo al tejido social.
Fuente: Rava Bursátil.
Mujer de Estado, no se queda en el diagnóstico, sino que propone una solución. “El problema de la economía bimonetaria, que es, sin dudas, el más grave que tiene nuestro país, es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”, sentencia.
Cristina le dedica a Alberto Fernández dos de sus tres certezas del momento: a diferencia de lo que se le atribuye a ella, este es dialoguista y conciliador; además, en tanto presidente, es quien conduce el país “más allá de funcionarios o funcionarias que no funcionan y más allá de aciertos o desaciertos”. A pesar de ese talante del jefe de Estado, se diferencia de él en la receta que prescribe para el gran mal de la economía nacional: a aquel hasta ahora solo se lo ha escuchado hablar –más que actuar en consecuencia– de un gran acuerdo social que aborde los principales problemas nacionales; ella va más allá e incluye en la ecuación “al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”. ¿Hay equipo? Según puede interpretarse de la propia carta abierta, no. He ahí un primer escollo.
Se supone que los “sectores políticos” relevantes para un entendimiento que ayude a superar el peligro del dólar alude, de modo primordial, a Juntos por el Cambio. Sin embargo, Cristina le atribuye a esa alianza la aplicación en su gestión de un modelo de “endeudamiento y fuga”, del que, a juzgar por la falta de autocrítica que se ha constatado desde el 10 de diciembre del año pasado a la fecha, no cabe pensar que se haya arrepentido.
En tanto, los sectores económicos que señala como parte de la mesa que imagina adolecen de “un prejuicio antiperonista inentendible”. “No aceptan que el peronismo volvió al gobierno y que la apuesta política y mediática de un gobierno de empresarios con Mauricio Macri a la cabeza fracasó”, dice. Les atribuye, además, un “maltrato permanente y sistemático” a la actual gestión, al punto que menciona lo ocurrido durante el reciente coloquio de IDEA, cuando, “mientras el Presidente de la Nación hacía uso de la palabra, los empresarios concurrentes lo agredían en simultáneo y le reprochaban, entre otras cosas, lo mucho que hablaba”.
Los “medios hegemónicos”, como es habitual, también recibieron sus dardos.
¿Qué hay, finalmente, sobre la vocación de diálogo del Gobierno? La vice entiende que este, en soledad, no encontrará el camino de salida a la crisis que tiene entre las manos. Más aun, se supone, cuando cuenta con algunos “funcionarios o funcionarias que no funcionan”.
¿Esa mención es sobreinterpretada por los analistas? El mandatario entiende que sí. Como Cristina es una pitonisa involuntaria, puesta en ese lugar por la avidez de quienes la escuchan, el Presidente salió este martes a completar el sentido de sus dichos.
Ese párrafo “no está dirigido a mí sino a quienes critican al Gobierno impiadosamente”, aseveró este. “No sé cómo pueden deducir las cosas que deducen”, se quejó. ¿Tendrá razón? Los caminos del indicativo y del subjuntivo son insondables.
Hay, en tanto, un escollo más para el diálogo al que llama Cristina: ella misma. El antiperonismo recalcitrante que describe es real y peor aún cuando muta en antikirchnerismo. “En política no solamente es lo que uno cree, sino lo que ve e interpreta el conjunto”, señala sobre esos hechos y sobre su decisión del 18 de mayo de 2019 de entregarle la candidatura presidencial a Fernández, a la que siguió la de sumar al Frente de Todos a peronistas que “no solo criticaron duramente nuestros años de gestión, sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos o escribieron y publicaron libros en mi contra”. El momento acaso le pida todavía más: ¿podría también, a fin de superar este obstáculo para el despegue de la Argentina, ceder en términos ideológicos?
Superar la escasez de dólares implicaría poner sobre la mesa cuestiones complejas. La tarea abruma.
Al fin y al cabo, ¿qué implica superar la restricción externa? La Argentina necesita imperiosamente exportar más. Para que eso sea posible, habría que poner sobre la mesa imaginada cuestiones complejas como el tipo de cambio conveniente, la política de retenciones, la inflación, el nivel de gasto público, la carga tributaria sobre las empresas, un reparto del ingreso que combine las necesidades de consumo de la población y las de las empresas de contar con saldos que estimulen la inversión, el rol del Estado, el perfil de la banca pública y privada y muchas más. La tarea abruma.
En su carta, Cristina desmiente los motes de “rencorosa” y “vengativa” que le adosan. Entre líneas, como corresponde interpretar a los oráculos, la vicepresidenta sugiere que, si ya fue capaz una vez de dejar de lado heridas personales profundas, sería capaz de hacerlo de nuevo, esta vez fuera del corral del peronismo. ¿Serán los otros actores de la Argentina intratable también capaces de tender la mano?