ELECCIONES 2019. CAMBIEMOS

UCR Horror Vacui

Disconforme y marginado de las decisiones, el principal socio del Gobierno no quiere volver a la intemperie y a la oposición testimonial. Ausencia de jefe y sueños de acuerdo con el PJ moderado.

Casi cuatro años después de caer en los brazos de Mauricio Macri, la UCR enfrenta un escenario ambiguo dentro del frío edificio de Cambiemos. El partido que se extiende de sur a norte llega a la antesala de las elecciones disconforme, marginado y con perspectivas negativas en todos los planos. Pero tiene su destino atado al del Presidente y al sueño de un repunte en la economía.

 

El choque de ambiciones entre Mario Negri y Ramón Mestre hijo por la candidatura en Córdoba confirma que la presidencia de Alfredo Cornejo no alcanza para resolver la crisis de liderazgo, que afecta al partido desde la muerte de Raúl Alfonsín, hace casi 10 años.  Con esa fragilidad, al radicalismo le toca la difícil tarea de convivir bajo el paraguas de una alianza que es electoral y parlamentaria pero no es de gobierno ni es política, la palabra prohibida en el primer piso de la Casa Rosada.

 

 

 

Con ajuste, recesión, tasas altas y tarifazos, el radicalismo se divide en todo el país entre los que miran el vaso medio lleno y los que ven otra vez al partido encerrado en una alianza que va al ajuste de la mano del Fondo y genera un rechazo social creciente. Los que prefieren plegarse al optimismo que hiperventila el macrismo se comparan con las ruinas de 2001 y marcan la recuperación al amparo del Presidente. Hoy gobiernan tres provincias y tiene la ambición de ganar cuatro o cinco más este año de un lote en las que figuran Neuquén con Horacio “Pechi” Quiroga, Entre Ríos con Atilio Benedetti, Santa Fe con José Corral, Santa Cruz con Eduardo Costa, La Rioja con ex ministro Julio Martínez, Córdoba, y Tucumán con Alfonso Prat Gay o José Cano.

 

Los que se cansan de ver cómo la economía de Cambiemos se ensaña sobre la clase media esperan una alternativa que no hace y presionan, pero no tienen dónde ir. El recién llegado Martín Lousteau, el sobreviviente Enrique “Coti” Nosiglia, los nostálgicos como Luis “Changui” Cáceres y Ricardo Alfonsín son expresiones aisladas que no alcanzan por ahora para cuestionar el rumbo de ajuste, ortodoxia y mano dura que lleva a la UCR como furgón de cola. Otros, como el gobernador Gerardo Morales, el distante Ernesto Sanz y el auditor Jesús Rodríguez plantean la necesidad de un acuerdo de gobernabilidad con el peronismo, algo que permanece como una utopía. 

 

 

 

Mientras la dirigencia se divide en análisis, por lo bajo el partido sobrevive en una heterogeneidad notable, como una confederación de comités provinciales y municipales que no reportan a una figura nacional. Todos lo admiten: la UCR necesita una conducción y no aparece quien tenga la vocación y capacidad para expresar esa diversidad. Para algunos, es todavía peor, cuando aparece alguien, lo destripan desde adentro.

 

GUALEGUAYCHÚ IMPOSIBLE. “Si el peronismo moderado nos hiciera una propuesta superadora, con capacidad real de ganar las elecciones, el radicalismo podría ir a un nuevo Gualeguaychú para despegar de Macri. Pero mientras eso no exista, el partido no va a resignar el espacio que logró después de muchos años fuera del poder, para volver a la intemperie y a la oposición testimonial”. La frase se la dijo a Letra P un dirigente de peso que entiende la trampa en la que está encerrado el socio territorial y político más importante que tiene Macri en todo el país. Sin solución a la vista, la encerrona marca la disconformidad creciente dentro de la UCR de cara a la próxima Convención que debe hacer el partido y todavía no tiene fecha, producto de las diferencias. Si apareciera una opción de centro, una mayoría de dirigentes podría desligarse de Macri, de Durán Barba y de Marcos Peña. Pero no aparece y resulta casi imposible que irrumpa en el año electoral.

 

Tampoco lo es -pese a la amistad de Sanz con Miguel Ángel Pichetto- la eventual candidatura de Roberto Lavagna, el peor y reciente recuerdo para los radicales, que lo llevaron como candidato a presidente en 2007 y se enteraron, apenas tres meses después, de un acuerdo con Néstor Kirchner para volver al PJ, a través de una tapa de Clarín armada en Olivos. Todavía resuenan los insultos de Morales el día que se vio esa foto. Otros tiempos, que no pueden volver.

 

Las diferencias son abismales. Negri, el más cercano a Elisa Carrió y al ala Peña-Durán Barba entre los radicales, es un enorme detractor de cualquier acuerdo con el PJ. Sostiene, además, que con ese peronismo del medio están los problemas más serios para el radicalismo en los distritos: caso Córdoba con Juan Schiaretti, el amigo del Presidente.

 

 

Negri es el más cercano a Carrió y se opone a cualquier acuerdo con el peronismo.

 

La conducción del radicalismo aparece unida detrás de Macri por una serie de factores: el rechazo al kirchnerismo, una visión ideológica que se ubica del centro hacia la derecha y la relativamente nueva aversión al llano. En su mayoría, gobernadores, intendentes, senadores y diputados que fueron oposición testimonial durante largos 12 años no quieren retornar al rol de panelistas de televisión indignados. Prefieren pagar el costo del ajuste, mientras el barco de Macri no se hunda.  Es la lección que parecen haber aprendido del peronismo, al que no pocos le envidian su condición de partido de poder. Claro, el Presidente no da garantías con su sendero tan estrecho y por eso aparecen fantasías de ruptura. No solo en los que como Nosiglia y Lousteau pretenden desafiar al empresario que llegó a la Casa Rosada en su condición de única opción electoral. También otros que no hablan pero también anhelan una alternativa menos ingrata, con menos sapos por tragar. 

 

El horror al vacío es lo que genera críticas a figuras como la de Margarita Stolbizer, que se mantiene al margen del poder. Los radicales critican la comodidad testimonial de la diputada y también se diferencian del socialismo, a los que ven como fuerzas sin vocación de gobernar.

 

EL SUEÑO ACUERDISTA. La diferencia principal que repite la comandancia radical es la necesidad de un acuerdo político sólido con la oposición para avanzar en reformas de fondo, como las que agitaba el macrismo. Sin ese consenso, piensan en la UCR, los resultados están a la vista: Macri no pudo avanzar con transformaciones importantes, salvo la tremenda licuación de salarios por la vía de la devaluación y la política del tarifazo permanente. De acuerdo a los números de la consultora Eco Go, que dirige Marina Dal Poggetto: en tres años, la caída de los salarios en dólares fue del 50% y las tarifas aumentaron el 54% en moneda extranjera.

 

 

La cumbre de Gualeguaychú, en marzo de 2015, definió el acuerdo de la UCR con el PRO.

 

 

El resto del reformismo permanente se mantiene arrumbado en el salón del CCK donde Macri anunció, a fines de 2017, la nueva etapa que apenas duró unos días. Lo insinuó Jesús Rodríguez, en una entrevista con Clarín hace dos semanas, cuando apuntó contra “la política new age” y reiteró que hacen falta acuerdos de largo plazo. En eso, el radicalismo coincide con el ala política de Rogelio Frigerio y Emilio Monzó -blancos de crítica permanente-, pero sobre todo con Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Diego Santilli, los políticos que nacieron antes que el macrismo, en pleno menemismo. Por su iniciativa, su mirada y su ambición, Larreta es el que más seduce en el amplio espectro que va desde Sanz hasta Negri.

 

En la memoria radical, todavía se anotan dos grandes acuerdos que marcaron al partido desde el regreso de la democracia. El primero fue el que Alfonsín selló con Antonio Cafiero para alumbrar tres leyes: la de Coparticipación que dura hasta hoy, la de Defensa que prohibía la Inteligencia Interna y la de Promoción Industrial. El segundo fue el que Eduardo Duhalde rubricó con Alfonsín, tras la caída de Fernando De la Rúa para sumar al radicalismo al gobierno. Esa es la saga que, para algunos, debía continuar la triple alianza pero frustraron Macri, Peña y Durán Barba. Para otros, que coinciden más con las tesis de la Casa Rosada: no existe tampoco hoy un peronismo con quién acordar nada porque el kirchnerismo manda y el alter PJ moderado no tiene peso suficiente para garantizar nada.

 

 

 

Desde el fin de semana fatídico de Olivos, en el que se frustró la incorporación del radicalismo al gabinete, la UCR quedó congelada en el lugar de acompañar desde afuera. De ese día, que pudo haber quedado en la historia, no hay acuerdo ni siquiera en la reconstrucción de los hechos. Mientras la Casa Rosada dice que Sanz reclamó el ministerio del Interior y Frigerio aceptó correrse, el radicalismo afirma que al fogonero de Cambiemos le pidieron que asuma y dijo que sólo en Interior iba a resultar útil. Prat Gay estaba dispuesto a asumir y lo hizo saber hasta en los medios, Lousteau en cambio reclamaba la imposible salida de Peña para ser parte del esquema de ministros. Ese día, Larreta se confirmó para la UCR como el jefe de los que reclaman apertura y modificaciones de fondo en el rumbo cerrado de ajuste que lleva adelante Macri, abrazado a Christine Lagarde. Ese día también se confirmó que el esquema del núcleo de acero, cerrado e intransigente, es el que más le cierra al Presidente.

 

Carlos Rovira, jefe político del oficialismo en Misiones, junto al exgobernador Oscar Herrera Ahuad y el gobernador Hugo Passalacqua.
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