LA GRILLA DEL PERONISMO. NOTA V

El último kirchnerista

Tras 12 años de fricciones, Alberto Rodríguez Saá quiere ser el candidato de CFK. Junta ultras de la década ganada, como Mariotto y Aníbal, y sobreactúa antimacrismo. Provincia chica, infierno grande.

Tuvo el mérito indudable de inventar una consigna que hace unos meses causaba gracia y ahora alborota a todo el peronismo: hay 2019. Y tuvo otro no menor: se travistió de kichnerista después de 12 años de ser opositor, cuando otros -que habían sido- huían apurados hacia nuevas marcas que todavía hoy no florecen. A los 68 años, Alberto Rodríguez Saá es uno más entre los candidatos del peronismo a la presidencia, pero no es cualquiera. Es el único gobernador, junto con Juan Manuel Urtubey, que ya insinúa sus pretensiones nacionales y es, además, parte de una sociedad fraternal que en las últimas cuatro elecciones presenta siempre un postulante nacional que pierde. Mientras que en 2003 y en 2015 fue Adolfo Rodríguez Saá, en 2007 y 2011 fue Alberto el que obtuvo primero un millón y medio de votos y después un millón setecientos mil, como rostro del peronismo que resistía el 54% apabullante de Cristina Kirchner.

 

 

Después del encuentro que organizó en marzo pasado en La Pedrera, que reunió a los altos mandos del ex Frente para la Victoria con Hugo Moyano, El Alberto no paró. Siguió fomentando reuniones sectoriales -con mujeres y gremios- y regionales en localidades de la provincia de Buenos Aires, Córdoba y Rosario. La próxima convocatoria nacional será el 25 de agosto en el estadio de Ferro. El objetivo, según dicen los armadores del kirchnerismo que hoy lo acompañan, es de lo más ambicioso: convocar a todos los sectores del peronismo -aún los que tienen profundas diferencias- para dirimir en unas PASO un candidato y una metodología que les permita enfrentar juntos a Cambiemos el año que viene.

 

Un acuerdo que vaya a contramano de los liderazgos que emergieron en el peronismo en las últimas tres décadas; sellar una paz largamente postergada y encontrar reglas de juego que le permitan al segundo y al tercero acceder a una representación proporcional en las listas. Porque, dicen los kirchneristas que trabajan con el gobernador de San Luis, “en la metodología está la posibilidad de triunfo”. Después de haber perdido las últimas tres elecciones por un margen escaso y con el PJ dividido en varios frentes, 2019 ofrece una nueva oportunidad que tampoco asoma fácil de aprovechar.

 

EL ÚLTIMO KIRCHNERISTA. La candidatura de El Alberto comenzó a nacer hace un año y medio, en la Nochebuena de 2016, cuando fue a visitar a Milagro Sala a la cárcel de Alto Comedero. Cuatro meses más tarde, en abril de 2017, el gobernador entró al Instituto Patria de la mano de su sobrino Nicolás Rodríguez Saá y se mostró, por primera vez en mucho tiempo, a pura sonrisa con la ex presidenta. Después estuvo en La Matanza con Verónica Magario y fue a todos los lugares donde lo recibieron. Fue el único que se acercó cuando todos se alejaban. Empezó a remontar, así, 12 años de mala relación con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, un ciclo largo en el que los hermanos fueron parte de la minoría que no quiso asimilarse con los peronistas de distinto pelaje que confluían con el progresismo. Lejos en el tiempo quedaron frases suyas que definían a Kirchner como el “peor presidente de la historia” o a Cristina como “una tilinga”. Viejas alianzas como la que tenían Adolfo y Alberto con Aldo Rico dejaron paso a nuevas sensibilidades.

 


 

 

En 2017, Alberto selló su primer entendimiento electoral con Unidad Ciudadana a través de su sobrino. Abogado, miembro de la JP de José C. Paz, Nicolás ocupó el puesto 16 en la boleta de candidatos a diputados nacionales, pero no alcanzó a ingresar en el Congreso. La relación con el pariente bonaerense era antigua. El padre de Nicolás había sido jefe de asesores de Alberto en el Senado antes de 2001. El reencuentro incluyó la designación de Rodríguez Saá junior como director de la Casa de San Luis en Buenos Aires hasta que los hermanos puntanos perdieron la primaria en su provincia y salieron a aclarar que no eran kirchneristas, como parte de un operativo descomunal que les permitió recuperar la victoria en las generales después de perder por 20 puntos. Hoy siguen trabajando juntos, pero sin un rol orgánico para el joven que apareció en la marcha del 21F abrazado a Máximo Kirchner. Dicen en las cercanías del PJ provincial que algo de todo eso no le gustó a Adolfo.

 

“San Luis es muy antikirchnerista. Macri ganó el ballotage en San Luis por el 70%. los cuatro diputados votaron todos en contra del aborto”, le dijo el sobrino de El Alberto a Letra P.

 


 

 

Hoy, junto al gobernador trabaja una legión de ex funcionarios importantes y dirigentes del gobierno de Cristina Kirchner, entre los que se destaca Gabriel Mariotto. Aunque no es el único. En ese pelotón, aparecen también con distinto nivel de compromiso Aníbal Fernández, Jorge Taiana, Carlos Tomada, Andrés Larroque, Diana Conti, la ex sciolista Silvina Batakis, los intendentes Mario Secco y Francisco Durañona y sindicalistas como Horacio Ghilini, el metrodelegado Néstor Segovia y Walter Correa.

 

Sin embargo, los incondicionales de Cristina insisten en que se trata de un espacio amplio y citan el caso testigo de Fernando “Pato” Galmarini, el suegro de Sergio Massa, que estuvo en La Pedrera aunque suele moverse como líbero familiar. Con ellos se mezclan históricos como Héctor “El Gallego” Fernández, el ex secretario de Información de Isabel Perón Osvaldo Papaleo, reconciliado por la causa Papel Prensa, y José María “Tati” Vernet, sobre el que siempre hay cuestionamientos. El ex gobernador de Santa Fe, que fue canciller por una semana con Adolfo Rodríguez Saá, es señalado ahora como el responsable de que hoy los hermanos puntanos no se entiendan como antes. Lo comparan con Luis Lusquiños, el secretario general de la fugaz presidencia de 2001, que falleció hace un año y era el encargado de evitar que la sangre llegara al río.

 

 

 

EL GOBERNADOR OPOSITOR. Desde que Macri entró a la Casa Rosada, Alberto está en el podio de los gobernadores más opositores junto a su amigo, el pampeano Carlos Verna, y muy por encima de Alicia Kirchner, la ex ministra de Desarrollo Social que tiene su provincia con respirador artificial y no se pronuncia sobre temas nacionales. En sincronía con su acercamiento a Cristina, el menor de los Rodríguez Saá se diferenció siempre de Cambiemos. En 2016, fue el único mandatario que se negó a firmar en Córdoba un acta acuerdo por los 200 años de la Independencia a la que consideraba demasiado lavada, el único en faltar a las reuniones que convocaba el Presidente entrante y el único que a fines de 2017 se negó a firmar el Pacto Fiscal que diseñó Nicolás Dujovne después del triunfo electoral del oficialismo en todo el país. La postura es parte de una conducta histórica, que perfila siempre a los hermanos como refractarios al poder central y al gobierno de turno.

 

Con recursos propios y una provincia ordenada, según reconocen hoy en la Casa Rosada, Alberto no tuvo dificultades para pasar de antikirchnerista a antimacrista. Es una excepción en un mapa de gobernadores que administran distritos endeudados y se ven condicionados para resistir las presiones del Presidente y sus ministros. Esa distancia con los gobiernos nacionales, que le envidian algunos mandatarios y otros le desaconsejan, contribuye a fortalecer a los Rodríguez Saá en San Luis.

 


 

 

Amigo de Cuba, ex marido de Esther Goris, agnóstico que se ganó la sonrisa del papa Francisco cuando le abrió la puerta a los refugiados sirios, Alberto dio vuelta la elección que Adolfo pensaba ganar caminando desde la comodidad de su despacho en el Senado. Lo hizo, según denuncia la oposición, con 80 mil planes sociales que postergaron la obra pública que le gustaba hacer a su hermano en su tiempo. Eso alimentó una teoría que algunos fomentan desde hace tiempo: de los dos hermanos, el que manda es Alberto, el más chico, pero el más decidido a pelear por el poder. El que no se concibe lejos de la batalla diaria, a diferencia de su hermano Adolfo, que ya se acostumbró a hacer la plancha.

 

De los dos hermanos Rodríguez Saá, el que manda es Alberto, el más chico, pero el más decidido a pelear por el poder.

LA SOCIEDAD FRATERNAL. Los hermanos Rodríguez Saá se alternan en el poder de San Luis desde hace 35 años sin fisuras. Nadie en la provincia cree que las diferencias puedan quebrar un pacto fundacional, que funcionó siempre. Sin embargo, hoy se muestran en posturas diferentes a nivel nacional. Mientras Alberto es el gobernador más amigo de CFK, con quien habla seguido y hasta comparte encuentros con Dilma Rousseff y Ernesto Samper en la casa del común amigo Eduardo Valdés, Adolfo oscila entre Miguel Ángel Pichetto y Mauricio Macri. El senador es un voto codiciado para la Casa Rosada y busca preservar al máximo el perfil bajo, con una cautela desconocida.

 

Las discrepancias no se agotan en sus itinerarios por Buenos Aires. En la provincia, hay un enfrentamiento en el que se mezclan otros miembros de la familia. Un mar de especulaciones circula entre el peronismo puntano, que, por primera vez en mucho tiempo, dejó de ser sinónimo de Rodríguez Saá. Mientras Adolfo se perfila como candidato para volver a ser gobernador -el cargo que ocupó entre 1983 y 2001-, Alberto insinúa que la provincia puede quedar en manos de su hijo “Albertito”, hoy secretario general de la Gobernación. La tensión incluye, además, a la esposa de Adolfo, Gisela Vartalitis, que preside la Fundación Mujeres Puntanas, señalada desde la oposición por haber recibido 80 millones de pesos del gobierno de San Luis, entre las PASO y las generales de 2017.

 


 

 

En marzo pasado, cuando Alberto convocó en La Pedrera, Adolfo no sólo no fue, sino que, además, reunió al PJ provincial con un acto aparte y -según se quejan en Unidad Ciudadana- apretó a algunos amigos, como el sindicalista Ricardo Pignanelli, para que se ausentaran del conclave kirchnerista.

 

El contexto para esa batalla fratricida no es el mejor. Los Rodríguez Saá se pegaron el año pasado el susto más grande de su vida electoral frente a Claudio Poggi, el gobernador 2011-2015 que se formó con ellos, fue ministro y rompió cuando Alberto le impidió la reelección. Poggi se acercó al macrismo con su espacio Avanzar y fue electo senador en una alianza por el Frente Cambiemos. El año próximo quiere pelear por la gobernación en una rara confluencia con el intendente de San Luis, Enrique Ponce, otro peronista -ex kirchnerista- que se sumó al oficialismo nacional de la mano de Rogelio Frigerio y es hijo de un histórico que siempre se opuso a la sociedad fraternal.

 

 

Enemigos íntimos. El ex gobernador Poggi rompió con Alberto y cruzó de vereda.

 

 

Pese a las tensiones de la superficie, a un lado y al otro coinciden ante Letra P en que no hay contradicción entre los hermanos. Lo ven como un juego para la gilada, dentro de una estrategia común. “Mientras uno se hace el kirchnerista, el otro quiere asomarse con Macri. No hay diferencias ni las hubo nunca. son juegos estratégicos que hicieron toda la vida con todos los gobiernos. Son una única conducción. Lo último que van a hacer es pelearse”.

 

Como prueba, está la escena de fines de mayo, cuando Adolfo se ausentó del Senado y le negó a Pichetto un voto decisivo en su pulseada contra Macri por la ley anti tarifazo que el Presidente vetó en tiempo récord. El presidente de 2001 se borró y al día siguiente su hermano Alberto apareció en la Casa Rosada para negociar con Marcos Peña el pago de la deuda que la Nación tiene con San Luis por la coparticipación de la ANSES.

 


 

 

EL PUENTE CON MACRI. Pese a ser el más rebelde de los gobernadores, Alberto tiene las puertas abiertas de Balcarce 50, más aún en momentos en que el macrismo ingresa en zona de riesgo entre el ajuste, la caída de consumo, el amanecer de la recesión y la desconfianza de los mercados.

 

Rodríguez Saá y sus ministros de Economía y Obras Públicas tienen línea directa con el  ministro del Interior. No sólo con Frigerio, sino, también, con el secretario de Provincias y Municipios, Alejandro Caldarelli, y con su jefa de Gabinete, Valeria Viola, la hija de la recordada Adelina D'alessio del menemismo. A eso se suma el vínculo fluido de Adolfo con el senador Federico Pinedo, que suele llevarlo de paseo a la Casa Rosada. El miércoles negro, mientras la Bolsa porteña se derrumbaba, en Balcarce 50, hubo una nueva reunión -discreta- entre los puntanos y el macrismo nacional en busca de llegar a un acuerdo para pagarle la deuda a San Luis con un esquema similar al que aceptó Santa Fe: obras y bonos.

 

En San Luis, nadie descarta nada de cara al año electoral. La tesis de Poggi, el rival de hoy que los conoce como nadie, es que los Rodríguez Saá juegan a presidente como candidatos testimoniales y con una premisa única: cuidar la República autónoma que supieron alambrar. Hasta hoy fue así, pero es cierto: las condiciones cambiaron.

 

 

 

También sobre los tiempos y las formas permanecen las dudas. Si Alberto decide anticipar la elección, debería entregar el poder en plena campaña al ganador de un hipotético cruce entre su hermano y Poggi o entre su hijo y Poggi. Otra hipótesis es que un día despierte con ganas de reelegirse en el cargo.

 

Malintencionados, los opositores a los Rodríguez Saá ya anticipan que una candidatura de Alberto por fuera del esquema del kirchnerismo, como siempre sucedió, sería de utilidad a Macri en un año electoral que asoma mucho más complicado de lo que se suponía.

 

El plan A que difunden los voceros del gobernador es que irá en busca de ser el candidato de Cristina y el resto del kirchnerismo. Las preguntas, como siempre, lo exceden: ¿por qué la ex presidenta donaría su envidiable intención de voto a otro dirigente peronista? ¿El techo de CFK implica que le entregue a Alberto o a cualquier otro la confianza que le cedió en cuentagotas al leal Daniel Scioli? Falta mucho, es la respuesta en el ex Frente para la Victoria y también en San Luis. Algo es claro: si el peronismo no confluye y Unidad Ciudadana no confirma la buena onda que hoy exhibe con el gobernador rebelde, Macri le enviará a Frigerio para charlar del futuro.

 

Javier Milei y Martín Llaryora durante la firma del Pacto de Mayo, el 9 de Julio, en Tucumán.
Jorge Macri, jefe de Gobierno porteño.

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