14A

PASO y después: sensación de acefalía

El Gobierno quedó groggy -presidente saliente, vice ausente y superministro más débil frente a presiones externas- y de las urnas surgió solo incertidumbre.

¿Quién gobierna? El resultado de las elecciones de este domingo, que instaló un escenario de tercios que convierte en biri biri cualquier hipótesis sobre el desenlace del proceso electoral, combinado con el deterioro y el ausentismo de las principales autoridades electas y designadas del Gobierno, configuran un suelo vidrioso marcado por una inquietante sensación de acefalía.

Hoy, 14A, día después de las PASO, cuando faltan dos meses y ocho días para las elecciones generales y tres meses y cinco días para el ballotage, parece como que no hay presidente.

El 10 de diciembre de 2019, Alberto Fernándezasumió la primera magistratura con la enorme legitimidad de origen que le dieron los 12.946.037 votos que cosechó en los comicios generales de ese año, una montaña de respaldos que le permitieron llegar a la Casa Rosada sin necesidad de pasar por una segunda vuelta.

Sin embargo, ese poder, pasado por el tamiz de la política, nació relativo por la condición de conductor designado, de la nada, por Cristina Fernández de Kirchner. El resto de la historia también es conocida: ruptura del pacto con La Jefa, desgranamiento de la coalición oficialista, entrega de la botonera de la economía a Sergio Massa y fracaso de su empresa reeleccionista: Fernández fue el primer peronista de la historia que no pudo siquiera proponerse para un segundo término. Desde su renunciamiento, el 21 de abril de 2023, es un presidente saliente.

Después de la decimonovena reunión en la que, según contó en su carta-bomba del 16 de septiembre de 2021, le advirtió a su elegido que la iba a chocar, la vicepresidenta ha operado como una extranjera hostil: no ha participado de la administración que supo conseguir, sino que se ha dedicado a tirarle piedras al primer piso de la Casa Rosada desde su despacho del Senado. Menos lo hará ahora, que no ejerce ni de la militante que prometió ser después de su múltiple renunciamiento a volver, al menos a competir. En la campaña de su nuevo conductor designado, CFK casi no puso el cuerpo: asistió a tres actos en 46 días.

Funcionario por designación, no por votación, el ministro de Economía hizo y deshizo en el Gobierno desde que se instaló en el quinto piso del Palacio de Hacienda, el 3 de agosto de 2022, pero no hizo lo que quiso: actuó condicionado por factores externos, asfixiado por la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El organismo internacional celebró este lunes el shock devaluatorio que el hincha de Tigre había pisado trabajosamente hasta que las urnas lo dejaron en riesgo de no entrar siquiera al ballotage. En los cuartos oscuros, el superministro dejó buena parte de sus poderes.

Mejor 2019

Es tentadora la comparación con el 12 de agosto de hace cuatro años, cuando Mauricio Macri, reducido a la condición de pato rengo de las dos piernas por la paliza que había recibido el día anterior en las PASO de ese año, la emprendió contra un electorado que, a su juicio, había sido responsable de la corrida cambiaria que marcaría el dramático final de su aventura presidencial.

La diferencia entre aquel día aciago para el hincha de Boca es que las primarias habían consagrado a un presidente cuasielecto: en la noche del 11A, ya se sabía quién asumiría la conducción del Estado cuatro meses después. Las manos invisbles del Mercado no saludaban la noticia, pero el escenario estaba marcado por certezas sólidas: el país iba para allá, le gustara a quien le gustase.

Hoy, 14A, el Gobierno está groggy -perdió más de 20 puntos de adhesión desde su consagración en 2019- y tampoco hay presidente electo. No hay presidente cuasielecto. En cambio, hay tres personas que lideran otros tantos espacios hermanados en una paridad electoral que convierte en entretenimiento cualquier intento de predecir el flujo de los 20 millones de votos que se reparten en partes muy parecidas: Javier Milei se quedó con el 30,04% del total de sufragios emitidos; Patricia Bullrich, la candidata consagrada de Juntos por el Cambio, aspira a contener el 28,8% que sumó la coalición que representará en octubre, y Massa buscará hacer lo mismo con el 27,7% que reunió Unión por la Patria.

Cuando esa montaña de votos se convierta en un instrumento más utilitario que en las primarias, cuando el electorado se permite el lujo del libre albedrío, ¿hacía dónde irán los que quedaron tirados en la vereda de Horacio Rodríguez Larreta? ¿Cuántos se quedarán en JxC y cuántos verán en Massa un muleto más parecido? ¿Cuántos de los que empoderaron a Bullrich seguirán confiando en que ella pueda sacar de la cancha al peronismo y cuántos entenderán que Milei es una inversión de menor riesgo? ¿Habrá votantes que, en el ejercicio de ese libre albedrío aparentemente inocuo que se permiten en las PASO, alimentaron el rugido del León y ahora se asuste con la chance cierta de que ese hombre que quiere dinamitar todo consiga la dinamita para hacer realidad sus sueños desquiciados? Entrados en pánico, ¿volverán en octubre al calor del nido del sistema?

Preguntas imposibles de responder hay para hacer dulce, pero hoy, 14A, una inquieta especialmente: ¿quién gobierna?

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